El desarrollo tecnológico es un fenómeno complejo que va mucho más allá de la simple creación de herramientas o la implementación de recetas. Para comprender verdaderamente cómo crece la tecnología, es crucial reconocer que esta se manifiesta en tres formas distintas pero interrelacionadas: los procesos incorporados en las herramientas, las instrucciones explícitas para su uso y, lo que resulta más importante, el conocimiento procesal que se adquiere a través de la experiencia práctica. Este último, también conocido como conocimiento tácito o know-how, es el motor menos visible pero más decisivo en la evolución tecnológica. El conocimiento procesal difícilmente se puede transmitir completamente mediante manuales o guías detalladas. Por ejemplo, en la cocina, un chef con experiencia puede transformar ingredientes comunes en una obra maestra, mientras que alguien sin vivencia puede tener todos los utensilios y una receta perfecta sin obtener un buen resultado.
Lo mismo ocurre en la industria, donde la acumulación de experiencia en procesos productivos es lo que facilita la innovación continua y la mejora de los productos. Una visión común y limitada es entender la tecnología solamente en términos de herramientas o instrucciones, muchas veces enfatizando demasiado en el mundo digital y pasando por alto la importancia del sector industrial. Esta percepción ha llevado en buena medida a una expectativa distópica del futuro tecnológico, representado por escenarios ciberpunk donde la digitalización predomina sobre avances industriales tangibles, creando una especie de desilusión colectiva. Sin embargo, a pesar del auge del mundo digital, la industria pesada, la manufactura y el conocimiento técnico siguen siendo el corazón de la innovación tecnológica. Tomemos como ejemplo la industria de semiconductores, que ilustra claramente cómo las tres formas de tecnología se entrelazan.
Empresas líderes como TSMC, Intel y Samsung no solo diseñan avanzadas herramientas y poseen valiosos derechos de propiedad intelectual, sino que también dependen profundamente del conocimiento acumulado y la experiencia técnica de sus equipos para seguir impulsando el progreso tecnológico, representado en la ley de Moore y la constante miniaturización de los transistores. Este conocimiento industrial, ganado a través de la experiencia directa, incluye detalles minuciosos sobre procedimientos de fabricación, manejo de materiales, condiciones de salas limpias, consumo eléctrico adecuado y muy diversas prácticas especializadas que desafían la codificación directa en documentos o instrucciones. La acumulación de este capital humano y técnico es lo que permite a estas empresas mantener su liderazgo y crecer en sofisticación tecnológica. El declive de la base industrial estadounidense ha generado la pérdida no solo de empleos, sino de ese invaluable acervo de conocimiento tácito. La disminución de la manufactura, consecuencia en parte de decisiones económicas y políticas, afecta directamente la capacidad del país para innovar y mantener procesos industriales a la vanguardia.
La desaparición de fábricas y la dispersión de redes productivas lleva irremediablemente a la erosión del conocimiento que se transmite de generación en generación dentro de las comunidades profesionales. Comparativamente, países como Alemania han logrado preservar estas comunidades de práctica industrial gracias a un compromiso cultural y estructural con la transferencia constante del conocimiento. La colaboración académica, el respaldo corporativo y una responsabilidad intergeneracional respecto a la formación de futuros especialistas son factores fundamentales en su éxito industrial. Esta estrategia ha permitido mantener la innovación y avanzar hacia sectores de alto valor, incluso en medio de la globalización. Los clusters industriales, como Silicon Valley para los semiconductores o el parque industrial al sur de Taipei en Taiwán, ejemplifican cómo la proximidad física aumenta la circulación de conocimiento procesal entre diferentes actores económicos.
Esta cercanía fomenta el intercambio continuo de información tanto en diseño como en producción, optimizando la ejecución de proyectos tecnológicos avanzados. Separar el diseño de la fabricación puede complicar esta transferencia, limitando la capacidad de generación y reproducción de conocimiento profundo. El debilitamiento de la industria también ha tenido efectos indirectos en áreas como la robótica industrial en Estados Unidos. La falta de experiencia directa en procesos productivos dificulta la creación y mejora continua de equipos de automatización de alta precisión. Países con comunidades industriales robustas mantienen ventaja en el diseño de maquinaria y herramientas porque generan y nutren activamente conocimientos procesales que se traducen en innovaciones prácticas.
Como ejemplo paradigmático, la tradición japonesa del Santuario Ise demuestra la importancia que tiene para una cultura preservar el conocimiento constructivo de manera práctica, a través de la repetición y la transmisión directa, más allá de la documentación escrita. Esta práctica resalta que no todo el saber tecnológico puede ser plasmado fácilmente en manuales y que el contacto directo y vivencial es fundamental para mantener una base sólida de saber hacer industrial. Frente a la creencia común de que el futuro debe centrarse exclusivamente en los servicios, es necesario reflexionar sobre los desafíos que este sector presenta. Gran parte de los empleos en servicios no generan crecimiento real sostenible ni aumento significativo en productividad para la mayoría de los trabajadores. Además, muchos puestos en este sector son de naturaleza competitiva o cero-suma, lo cual limita su capacidad para promover incrementos sociales generalizados.
La concentración del crecimiento productivo en nichos altamente especializados como la tecnología y las finanzas no tiene impacto equivalente en sectores como el comercio minorista o la hospitalidad. Esto provoca que, si el país depende excesivamente de los servicios para su crecimiento económico, el impacto en el bienestar general puede ser limitado. En términos económicos, una auténtica economía avanzada debe combinar el desarrollo de la industria y la infraestructura con el crecimiento digital y de servicios. Solo así se crea un ecosistema sostenible que permite altos niveles de productividad, innovación y calidad de vida. La innovación digital sin una base industrial sólida puede conducir a expectativas reducidas y a escenarios distópicos donde la tecnología no transforma de manera profunda el mundo físico.
Para revertir la tendencia de estancamiento y decadencia industrial, es vital fomentar políticas y culturas que valoren la ingeniería y la producción. La formación técnica, la inversión en investigación y desarrollo, así como la promoción de comunidades de práctica, son pilares para el crecimiento económico y la renovación tecnológica. Un aspecto fundamental en el impulso tecnológico es la mentalidad optimista respecto al futuro. La historia muestra que las sociedades con expectativas positivas sobre el crecimiento económico tienden a generar conductas que favorecen la inversión, la innovación y la exploración. Esta actitud interactúa de manera circular con el progreso real, creando un ciclo virtuoso que impulsa mejoras materiales y sociales constantes.
Estados Unidos, en particular, enfrentó un cambio cultural en el que la admiración por la manufactura y la ciencia aplicada cedió espacio a la exaltación del sector financiero y digital. Reconectar la atención pública y educativa con la fascinación por el mundo material y la construcción industrial ayudaría a inspirar nuevas generaciones a involucrarse activamente en el avance tecnológico. Iniciativas que promuevan el conocimiento práctico y el entendimiento profundo de los procesos de ingeniería, desde maquinaria pesada hasta química avanzada y tecnologías espaciales, pueden contribuir a recuperar la vitalidad industrial. Al mismo tiempo, es fundamental evitar la sobreexposición a distracciones políticas o digitales que generan polarización y fragmentación social sin aportar al desarrollo material. El renacimiento industrial no se limita a recuperar empleos tradicionales sino a generar nuevas formas de producción, integración tecnológica y desarrollo sostenible que respondan a los desafíos actuales, desde la energía barata y limpia hasta la exploración espacial, pasando por la nanotecnología y la medicina avanzada.
Repensar la relación entre la industria y la innovación digital también implica aprender de modelos exitosos de países como Alemania y Japón, que equilibran una sólida base industrial con capacidades digitales avanzadas. La cooperación entre sectores, el compromiso público y privado, y una cultura de preservación y transmisión del conocimiento técnico son aspectos cruciales para este equilibrio. Finalmente, el futuro tecnológico depende de la voluntad colectiva por mantener vivas las comunidades de práctica industrial, invertir en capital humano y desarrollar un optimismo fundamentado que motive la exploración y el crecimiento. Solo así será posible construir un mundo donde el progreso tangible y el bienestar material coexistan con las maravillas del universo digital. En resumen, la tecnología crece no solo por la acumulación de herramientas o patentes, sino por el conocimiento procesal que reside en las personas y las comunidades industriales.
Preservar y expandir este conocimiento, renovar la base industrial y fomentar una cultura optimista y comprometida con la innovación son los desafíos y oportunidades que afronta la civilización contemporánea para garantizar un futuro próspero y sostenible.