Europa está atravesando una transformación energética sin precedentes impulsada por la urgencia de combatir el cambio climático y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Este cambio ha provocado un aumento significativo en la generación de energías limpias, principalmente solar y eólica, contribuyendo a que su participación en la matriz energética del continente alcance registros históricos. Sin embargo, este crecimiento también ha puesto en evidencia las vulnerabilidades de la infraestructura eléctrica actual, que en muchos casos data del siglo pasado y no está preparada para manejar los nuevos retos. La reciente interrupción masiva que afectó a España y Portugal se ha convertido en una alarma que resalta la necesidad de una renovación profunda y urgente de la red de transmisión y almacenamiento de energía en toda la Unión Europea. La red eléctrica europea enfrenta un gran desafío debido a que aproximadamente la mitad de sus líneas tienen más de 40 años, lo que implica un riesgo elevado de fallos y un desempeño inadecuado ante las demandas dinámicas y variables propias de las fuentes renovables.
La generación distribuida, el crecimiento exponencial de centros de datos y el aumento de vehículos eléctricos han incrementado considerablemente el consumo y las necesidades de estabilidad. Además, la digitalización y la interconectividad de las redes suponen el riesgo adicional de ciberataques que amenazan la seguridad energética. Por estas razones, expertos señalan que las inversiones actuales en infraestructura son insuficientes y deben incrementarse sustancialmente para no poner en jaque la capacidad de suministro del continente. La crisis energética derivada de la invasión de Rusia a Ucrania en 2022 aceleró los esfuerzos europeos para reducir la dependencia del gas y del petróleo provenientes de fuentes externas poco confiables. Esto aceleró la implementación de proyectos renovables, aumentando la participación de estas fuentes en el mix eléctrico del 34% en 2019 al 47% en 2024.
En España, que es uno de los países más avanzados en energías renovables, la generación green alcanzó un récord histórico de 56% en 2024, impulsada por la puesta en marcha rápida de proyectos eólicos y solares. No obstante, estas renovables, aunque limpias y con baja huella de carbono, requieren un soporte técnico complejo para su integración debido a su naturaleza variable y a la generación en corriente continua, que debe ser convertida a corriente alterna para su uso en el sistema eléctrico convencional. La falta de una red robusta hace que déficits temporales en la generación puedan provocar caídas peligrosas en la frecuencia de la red eléctrica. Si la frecuencia no se mantiene en un rango seguro, se activan mecanismos automáticos que desconectan plantas para proteger la infraestructura, pero esto puede generar efectos en cadena que desemboquen en apagones generalizados. El reciente apagón en España y Portugal, el más grave en años, fue originado por dos incidentes simultáneos que afectaron la estabilidad de la red, poniendo de relieve la vulnerabilidad ante eventos imprevistos.
Otro problema relevante es la insuficiencia en las conexiones internacionales. España, como parte de la península ibérica, está relativamente aislada del resto de la Unión Europea en términos de capacidad de intercambio eléctrico. Solo cuenta con un 5% de interconexión fuera de la península, muy por debajo de la meta del 15% fijada para 2030. Incrementar estas conexiones es crucial, ya que permitirían importar y exportar energía con mayor facilidad, equilibrando la oferta y la demanda en momentos críticos y aportando respaldo a sistemas que enfrentan limitaciones temporales. En ese sentido, España planea reforzar la interconexión con Francia mediante un nuevo enlace en la Bahía de Vizcaya, lo que duplicaría la capacidad existente entre ambos países.
Las soluciones a esta problemática no solo pasan por ampliar las líneas de transmisión, sino también por desarrollar capacidad de almacenamiento suficiente para estabilizar los picos y caídas inherentes a la generación renovable. La capacidad actual de almacenamiento con baterías en Europa es de aproximadamente 10,8 gigavatios, pero se calcula que para 2030 se requerirán al menos 200 gigavatios para mantener la fiabilidad y la calidad del suministro eléctrico. Esto se complementa con tecnologías innovadoras como los giroscopios de inercia, que ofrecen estabilización adicional, y que ya se están implementando en países como Irlanda. El caso de Portugal también revela limitaciones importantes en capacidad de respaldo, pues solo dispone de dos plantas rápidas para responder a fluctuaciones, lo cual no es suficiente para un sistema que busca maximizar energías renovables. La incertidumbre que genera el cierre paulatino de plantas nucleares en España para 2035 implica un desafío adicional para mantener un mix energético estable y confiable.
La ausencia de estas plantas, que proporcionan energía estable y predecible, obligará a buscar alternativas que permitan cubrir la demanda, sobre todo durante los momentos en que la generación renovable no sea suficiente. El gasto en la modernización de la red eléctrica en Europa debe aumentar considerablemente para evitar nuevas crisis como la vivida en España y Portugal. Según estimaciones de la Comisión Europea, serán necesarios entre 2 y 2,3 billones de dólares hasta 2050 para adecuar la red a las exigencias de la transición energética y las nuevas tecnologías. Hasta ahora, la inversión anual se mantiene cerca de los 300 mil millones de dólares a nivel global, y apenas ha aumentado en Europa de 50-70 mil millones de euros a unos 80 mil millones en el último año, cuando los expertos sugieren que debería duplicarse para alcanzar más de 600 mil millones al año para atender todas las necesidades. Es imprescindible que los gobiernos y el sector privado colaboren para atraer recursos y acelerar los proyectos de infraestructura inteligente, que no solo modernicen la red sino que también incorporen sistemas digitales de protección y gestión para resistir amenazas cibernéticas.
Sin una red robusta, flexible y bien conectada, la apuesta por energías limpias no podrá cumplirse de forma segura ni eficiente, poniendo en riesgo la estabilidad económica y la calidad de vida de los ciudadanos. En resumen, la modernización de la red eléctrica europea es una prioridad estratégica que requiere una inversión millonaria y un enfoque integral que abarque desde el aumento de las interconexiones internacionales, el almacenamiento de energía, la seguridad digital hasta la diversificación del mix energético. Solo así se podrá garantizar un suministro eléctrico confiable y sustentable que evite incidentes como los apagones de España y Portugal, protegiendo a la población y avanzando hacia los objetivos ambientales y energéticos del continente.