En las últimas décadas, los pronósticos de huracanes han mejorado de manera espectacular, salvando vidas y minimizando daños económicos a través de advertencias precisas y oportunas. El avance en la precisión de los modelos meteorológicos es fruto de años de investigación científica, innovación tecnológica y dedicación profesional. Hoy en día, las predicciones de trayectorias de tormentas tropicales son hasta un 75% más exactas que hace tres décadas, lo que permite una mejor preparación y respuesta ante estos fenómenos naturales. A pesar de estos logros, los recientes recortes en el financiamiento y personal de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) ponen en riesgo la continuidad de estos avances. Las reducciones presupuestarias afectan áreas críticas para el monitoreo y la predicción, justo cuando se espera una temporada de huracanes particularmente activa y destructiva.
El seguimiento de los huracanes depende de una red compleja de herramientas e instrumentos. Entre ellas están los globos meteorológicos, cruciales para medir los patrones de viento en zonas remotas del país que influyen directamente en el comportamiento de tormentas en las costas del Golfo y del Atlántico. Estos globos llevan radiosondas —instrumentos que registran temperatura, humedad, velocidad y dirección del viento, y presión atmosférica— y transmiten esos datos en tiempo real a los centros meteorológicos. Sin embargo, en los primeros meses de 2025, se suspendió el lanzamiento de globos meteorológicos en más de una docena de localidades, una decisión que ha alarmado a expertos y meteorólogos. Aunque la reducción pueda parecer mínima, incluso la pérdida de algunos puntos de datos puede generar un efecto dominó en la exactitud de las predicciones, un fenómeno conocido comúnmente como efecto mariposa.
Además de los globos, las misiones de los llamados "Cazadores de Huracanes" son un pilar fundamental para la recopilación de datos directos desde las tormentas. Estos aviones especiales vuelan dentro y alrededor de huracanes activos para medir con precisión la intensidad, estructura y cambios en tiempo real. Van equipados con tecnologías como radar Doppler y LiDAR, que permiten analizar las condiciones atmosféricas y marítimas que alimentan y definen la evolución de cada ciclón. Los datos recopilados en estas misiones, como los suministrados por los dropsondes —dispositivos que se lanzan desde las aeronaves y caen con paracaídas transmitiendo información acerca de la atmósfera a distintas altitudes—, son insustituibles. Permiten a los meteorólogos entender en detalle la dinámica interna de las tormentas, algo que las imágenes satelitales no pueden medir con la misma resolución y precisión.
Sin embargo, para 2025, la NOAA ha recortado personal clave en estas operaciones, incluyendo directores que supervisan las misiones aéreas. Esto limita la cantidad de vuelos que se pueden realizar durante períodos críticos, disminuyendo la calidad y cantidad de datos disponibles para los modelos predictivos. La falta de recursos pone en riesgo la capacidad de respuesta eficaz ante múltiples tormentas que puedan desarrollarse simultáneamente. Por supuesto, los satélites también juegan un papel protagonista en la vigilancia de huracanes. Brindan imágenes continuas de la formación, trayectoria e intensidad de las tormentas desde el espacio.
La tecnología satelital, desarrollada en buena medida gracias a investigaciones federales, continúa perfeccionándose, permitiendo previsiones más detalladas y precisas. Los satélites modernos pueden, por ejemplo, detectar cambios repentinos en la intensidad de huracanes, un fenómeno conocido como intensificación rápida que representa uno de los mayores desafíos para la meteorología. Eventos como el huracán Michael en 2018 evidencian la importancia de prever estas escaladas súbitas para poder alertar con anticipación a las comunidades en riesgo. No obstante, el borrador del presupuesto federal para el funcionamiento de la NOAA en 2025 no contempla financiamiento para ciertos institutos cooperativos ni para la renovación de la flota aérea de los Cazadores de Huracanes, vital para mantener la eficacia operativa en la recopilación de datos. Tampoco se incluyen recursos para tecnologías satelitales clave, como los detectores de rayos, herramientas útiles no solo para predecir la intensidad de las tormentas, sino también para proteger la aviación y otras actividades en tormentas severas.
Estas limitaciones presupuestarias llegan en un contexto donde la frecuencia e intensidad de tormentas extremas han aumentado debido al cambio climático y al incremento demográfico en las zonas costeras. El valor económico de las propiedades expuestas y el número de personas que habitan en estas áreas hacen que la precisión en las predicciones sea más crítica que nunca para reducir riesgos y organizar evacuaciones efectivas. La historia reciente recuerda que, a pesar de mejoras en la tecnología y la ciencia, las consecuencias de huracanes siguen siendo devastadoras. Por ejemplo, las tormentas Helene y Milton en 2024, aunque bien pronosticadas, causaron un daño económico millonario y un número elevado de víctimas. Los expertos y ex directores de la Agencia Nacional del Servicio Meteorológico han manifestado públicamente su preocupación por el impacto negativo de los recortes en la capacidad operativa de NOAA.