La economía neoliberal se ha consolidado como una corriente dominante en el pensamiento económico y en la política global desde finales del siglo XX. Sin embargo, detrás de su aparente simplicidad y promesas de crecimiento y prosperidad, se esconden múltiples supuestos y fantasías que merecen una reflexión crítica. Para comprender sus alcances y limitaciones, es necesario desentrañar las raíces ideológicas y los principios que sustentan este enfoque económico y contrastarlos con la realidad social y económica actual. El neoliberalismo se basa en un conjunto de creencias que privilegian la libertad de mercado como el motor más eficiente para asignar recursos, incentivar la innovación y generar riqueza. Uno de sus supuestos principales es que los mercados son inherentemente autorregulados y capaces de lograr un equilibrio óptimo sin la intervención estatal.
Esta idea se apoya en la noción de que los individuos, actuando en su propio interés, contribuyen al bienestar general a través de un mecanismo invisible que coordina oferta y demanda. Sin embargo, esta creencia ignora las múltiples fallas del mercado que ocurren en la práctica. Los monopolios, las externalidades negativas como la contaminación, la desigualdad y la pobreza estructural son fenómenos que el mercado por sí solo no puede resolver. El supuesto de un mercado perfecto que corrige todos sus errores se convierte así en una fantasía económica que aleja la atención de las necesidades reales de la sociedad. Otro supuesto es la confianza absoluta en la competencia como fuerza para mejorar la eficiencia y la calidad de los bienes y servicios.
Si bien la competencia puede estimular la innovación, también puede conducir a la concentración de poder económico en pocas manos, creando oligopolios y desincentivando la cooperación. Además, la competencia desenfrenada puede generar condiciones laborales precarias y sacrificar Derechos fundamentales en aras de la reducción de costos y el aumento de la productividad. La desregulación es un pilar central en esta visión neoliberal. Se promueve la eliminación de controles estatales, barreras comerciales y restricciones a la inversión. Según esta lógica, el Estado debe reducirse a un rol mínimo, limitándose a garantizar la seguridad y la propiedad privada.
No obstante, la experiencia demuestra que la ausencia de regulación puede derivar en crisis financieras, explotación laboral y deterioro ambiental. La crisis financiera global de 2008 es un claro ejemplo de cómo la desregulación extrema desemboca en consecuencias desastrosas para la economía mundial. La austeridad fiscal es otra práctica neoliberal común, basada en la idea de que el Estado debe controlar rigurosamente su gasto para evitar déficit y deudas. Se considera que el gasto público excesivo genera inflación y distorsiona los mercados. Pero esta visión no toma en cuenta que la inversión estatal en áreas estratégicas como educación, salud e infraestructura es fundamental para el desarrollo sostenible.
Además, la austeridad puede profundizar las desigualdades y ralentizar la recuperación económica, especialmente en tiempos de crisis. En cuanto a la globalización, el neoliberalismo la promueve como un proceso ineludible y beneficioso para todos los países. La apertura comercial y financiera supuestamente genera crecimiento y reduce la pobreza. Sin embargo, la integración desigual en los mercados globales frecuentemente perjudica a las economías menos desarrolladas, expuestas a la competencia internacional sin protección adecuada. Esto puede traducirse en desindustrialización, pérdida de empleos y dependencia de capitales extranjeros.
Bajo estos supuestos, el neoliberalismo ha impulsado reformas estructurales en numerosos países, buscando flexibilizar mercados laborales, privatizar empresas estatales y reducir el gasto público social. Si bien algunas de estas medidas han generado resultados positivos en términos macroeconómicos, los costos sociales suelen ser elevados. El incremento en la desigualdad, la precarización laboral y la erosión del tejido social son consecuencias palpables de aplicar modelos basados en supuestos no realistas. Es importante destacar que el debate sobre la eficacia del neoliberalismo no es sólo técnico o económico, sino también ético y político. La visión neoliberal privilegia al individuo como agente racional y competitivo, dejando en segundo plano la importancia de la solidaridad, la justicia social y el bienestar colectivo.
Este enfoque genera tensiones y conflictos en sociedades donde la cohesión social es esencial para la estabilidad y el progreso. La crítica al neoliberalismo también apunta a su incapacidad para enfrentar desafíos contemporáneos como la crisis ambiental, la desigualdad creciente y la pandemia global. La mirada cortoplacista y centrada en la maximización del beneficio económico dificulta implementar políticas que requieren coordinación estatal, inversión pública y cambios estructurales profundos. Para avanzar hacia modelos más justos y sostenibles, es fundamental cuestionar las bases ideológicas que sostienen el enfoque neoliberal. Esto implica mirar con mayor atención la evidencia empírica, valorar el papel del Estado como actor regulador y promotor de políticas sociales, y diseñar economías que integren dimensiones sociales, ambientales y culturales.
En resumen, la economía neoliberal se sostiene en supuestos que idealizan los mercados y minimizan el rol del Estado y las dinámicas sociales complejas. La experiencia histórica y las crisis recientes han puesto en evidencia que estas ideas muchas veces no solo son insuficientes sino potencialmente dañinas. Reconocer las limitaciones y contradicciones del neoliberalismo es un paso necesario para construir alternativas económicas que respondan mejor a las necesidades reales de la población y del planeta.