En un mundo donde la tecnología avanza a velocidades vertiginosas, es cada vez más esencial reflexionar sobre el impacto y propósito real de esas innovaciones. En 1987, Wendell Berry, un reconocido escritor y pensador estadounidense, ofreció un conjunto de nueve reglas o criterios para evaluar el valor y la pertinencia de la nueva tecnología antes de adoptarla. Aunque han pasado más de tres décadas desde entonces, su enfoque sigue siendo sorprendentemente vigente y necesario, especialmente en una era dominada por inteligencia artificial, dispositivos inteligentes y una creciente dependencia digital. Berry vivía en una granja en Kentucky y se caracterizaba por su amor a lo sencillo y lo funcional. Consciente de las transformaciones tecnológicas, pero escéptico de muchas de ellas, planteó un marco que invita a pensar no solo en la novedad o el impacto económico, sino en la utilidad social, la sostenibilidad y la ética.
Su lista no solo es una guía pragmática sino también una invitación a reflexionar sobre cómo la tecnología debe servir a las personas y no al revés. Uno de los pilares fundamentales en la visión de Berry es el costo de la tecnología. Según él, cualquier herramienta nueva debería ser más barata que la que reemplaza. Durante varias décadas, esta premisa se cumplió y fue uno de los motores que impulsaron la adopción masiva de innovaciones tecnológicas. Por ejemplo, los televisores a color o las computadoras personales se volvieron cada vez más accesibles debido a reducciones constantes en tamaño y precio.
Sin embargo, esta tendencia ha comenzado a invertirse en tiempos recientes, donde productos emblemáticos como los smartphones, en particular los iPhones, han mostrado un incremento en precios sin necesariamente ofrecer mejoras significativas en rendimiento. Esta situación provoca que la tecnología pierda su carácter democráticoy asequible, arriesgando convertirse en un bien exclusivo y, por ende, limitando su impacto positivo en la sociedad. Otro aspecto central para Berry es la escala y tamaño de la tecnología. La evolución tecnológica, en gran parte, ha seguido la lógica de crear dispositivos cada vez más compactos y eficientes. Esto se reflejó en el surgimiento de los teléfonos inteligentes que integran múltiples funciones en un solo aparato que cabe en el bolsillo, reemplazando sistemas mucho más grandes y dispersos.
Sin embargo, esta tendencia también ha comenzado a frenarse con aparatos que tienden a ser más voluminosos o con la expansión desmesurada de infraestructuras tecnológicas, como los centros de datos para inteligencia artificial, cuyo tamaño puede abarcar kilómetros. Este crecimiento desafía la idea de que la tecnología debe adaptarse al usuario y su entorno de forma armónica y eficiente. La efectividad y calidad del desempeño de la nueva tecnología es otro requisito indispensable para Berry. Es lógico que el propósito de una innovación sea superar a la anterior en funcionalidad y utilidad. Sin embargo, a nivel global, muchas plataformas digitales y aplicaciones han empeorado con el tiempo en términos de usabilidad y experiencia del usuario, lo que genera frustraciones y una pérdida de eficacia.
Redes sociales, motores de búsqueda y sitios web han evolucionado, pero frecuentemente priorizan estrategias comerciales o publicitarias que minan la calidad del servicio ofrecido. Esta realidad demuestra una desviación preocupante respecto a la finalidad fundamental de la tecnología que debería ser mejorar nuestra vida diaria y facilitar tareas en vez de complicarlas. En cuanto al consumo energético, Berry sostenía que cualquier nueva herramienta debería consumir menos energía que la que reemplaza, fomentando un desarrollo sostenible. Aunque esta idea fue tomada en cuenta durante décadas, la irrupción actual de tecnologías como la inteligencia artificial ha provocado un aumento dramático en la demanda energética global, incrementando la presión sobre el planeta y aumentando la huella ecológica. Esta contradicción revela que, en muchos casos, el avance tecnológico no está alineado con las prioridades ambientales y sociales que el mundo necesita enfrentar urgentemente.
El uso de fuentes de energía sostenibles y renovables, como la energía solar, aparece en la lista de Berry como una característica deseable y factible para la tecnología moderna. Desafortunadamente, su propuesta sigue siendo una aspiración más que una realidad predominante. Mientras que los consumidores se han interesado cada vez más en adoptar soluciones sostenibles en su vida cotidiana, muchas grandes corporaciones tecnológicas no han logrado integrar adecuadamente esta orientación en su producción y desarrollo, manteniendo modelos energéticamente costosos y poco amigables con el medio ambiente. Otro principio fundamental es la posibilidad de que una persona común pueda reparar un dispositivo, siempre que cuente con las herramientas adecuadas. En la era actual, este ideal se encuentra en seria crisis.
Muchas empresas incorporan medidas que dificultan el acceso a reparaciones independientes, empleando dispositivos con diseños cerrados, partes no estándar o bloqueos digitales. Esta situación no solo genera un aumento en el consumo excesivo por reemplazo prematuro, sino que también reduce la autonomía del usuario y fomenta una cultura de consumo desechable. Por extensión, Berry invitaba a que tanto la adquisición como el servicio técnico estén lo más cerca posible del usuario, impulsando economías locales y reduciendo impactos logísticos o ambientales. En la realidad contemporánea, el comercio global y la fabricación en lugares lejanos han dominado el mercado, relegando la posibilidad de acceder a reparaciones accesibles y fomentando productos que viajan miles de kilómetros, aumentando así la contaminación. La preferencia por tiendas pequeñas y negocios privados que ofrezcan mantenimiento y permitan devolver los productos es otra recomendación que contrasta con la actualidad dominada por grandes corporaciones y modelos de consumo planificados para la obsolescencia.
Esta última práctica impone un ciclo donde los consumidores son incentivados a cambiar productos de manera constante, lo que aumenta el desperdicio electrónico, el agotamiento de recursos y los problemas ambientales derivados. Finalmente, Berry subrayaba que la tecnología no debe destruir ni reemplazar nada bueno que ya exista, especialmente en lo relativo a las relaciones familiares y comunitarias. Hoy en día, existen evidencias de que muchas aplicaciones y plataformas digitales contribuyen a fragmentar la convivencia social y deteriorar la salud mental. Ejemplos contundentes se encuentran en estudios que revelan la adicción deliberada diseñada por compañías para mantener a los usuarios conectados, afectando particularmente a jóvenes y adolescentes. Problemas como la ansiedad, la depresión o la desinformación son parte de este fenómeno.
La propuesta de Wendell Berry, a pesar de su antigüedad, ofrece un marco crítico para revisar cómo adoptamos y desarrollamos nuevas tecnologías. En lugar de aceptar el avance tecnológico como un fin en sí mismo, sus reglas nos recuerdan que la innovación tiene que estar centrada en la ética, sostenibilidad, accesibilidad y en fortalecer las comunidades. En un contexto donde la inteligencia artificial y otras tecnologías avanzadas son cada vez más protagonistas, aplicar estas ideas puede ser crucial para evitar consecuencias negativas irreversibles. Además, su enfoque no solo plantea una reflexión para los usuarios, sino que implica una llamada directa a las empresas tecnológicas, gobiernos y diseñadores para que asuman su responsabilidad social y ambiental. Solo una tecnología que responda a estos criterios podrá contribuir verdaderamente al bienestar colectivo y dejar un legado positivo para futuras generaciones.
En conclusión, las nueve reglas para la nueva tecnología de Wendell Berry son más que una lista de recomendaciones técnicas; representan una filosofía de innovación que prioriza el equilibrio entre progreso, humanidad y medio ambiente. Adoptarlas significaría avanzar hacia un panorama tecnológico más justo, accesible y respetuoso con el entorno. En tiempos donde la digitalización afecta cada aspecto de nuestra vida, recordar y aplicar esta visión puede marcar la diferencia entre un futuro prometedor o uno plagado de retos éticos y sociales.