Durante el mes de abril de 2025, el fervor inicial de los bancos centrales para implementar políticas de flexibilización monetaria comenzó a desacelerarse notablemente, marcando un punto de inflexión en la gestión económica global. Mientras que a principios de año las reducciones agresivas de tasas por parte de diversas instituciones habían sido el centro de atención, el ritmo se redujo a un mínimo con solo dos de los cinco bancos más influyentes bajando las tasas. Esta ralentización refleja la complejidad del entorno económico actual, caracterizado por incertidumbres en el crecimiento y presiones inflacionarias que no muestran señales claras de disiparse pronto. Este giro en la política monetaria responde a varios factores interrelacionados. Principalmente, la escalada en las tensiones comerciales internacionales ha inyectado un aire de cautela en las decisiones de los encargados de la política económica.
Estas tensiones afectan directamente la confianza empresarial y los flujos comerciales, generando una atmósfera donde el impacto en la actividad económica futura permanece volátil e impredecible. El desafío para los bancos centrales es, entonces, calibrar correctamente sus medidas para estimular la economía sin avivar aún más la inflación ni crear desequilibrios financieros. En abril, solamente el Banco Central Europeo y el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda optaron por reducir sus tasas de interés, sumando un total de 50 puntos básicos en recortes. Por su parte, las entidades monetarias de Australia, Japón y Canadá decidieron mantener sus tipos de interés estables, reflejando un enfoque más prudente ante las señales mixtas que muestran sus economías e indicadores inflacionarios. Mientras tanto, algunos bancos centrales relevantes, como los de Suecia, Suiza, Noruega, Reino Unido y Estados Unidos, ni siquiera celebraron reuniones durante ese mes, dejando una pausa en el movimiento de las tasas a nivel mundial.
Esta pausa se contextualiza en la creciente atención puesta en la Reserva Federal de Estados Unidos, cuya reunión de política monetaria semanal fue altamente anticipada por inversores y analistas. La Fed se enfrenta a un dilema cada vez más marcado entre intentar estimular una actividad económica que muestra signos de desaceleración y controlar una inflación que permanece obstinadamente alta. Las estadísticas del Producto Interno Bruto (PIB) del primer trimestre evidencian esta tensión, con datos que sugieren un crecimiento más débil pero con presiones inflacionarias persistentes, lo que complica las decisiones de política monetaria. El panorama de los bancos centrales del G10, que engloban las economías más desarrolladas y con monedas más negociadas, revela que pese a la reducción en la dinámica de cortes, el saldo acumulado de estas medidas en 2025 es significativo. Calculado por Reuters, el total de subidas de tasas en lo que va de año asciende a 25 puntos básicos provenientes de un incremento en Japón, mientras que en cuanto a recortes, se han aplicado 325 puntos básicos repartidos en 12 movimientos diferentes.
Este contraste evidencia un proceso complejo donde, a pesar de algunos ajustes al alza, predomina un patrón neto de flexibilización. La situación no es muy diferente en los mercados emergentes, donde la cautela también ha marcado el ritmo de las decisiones monetarias. De 18 bancos centrales que celebraron reuniones en economías en desarrollo, solo cuatro optaron por reducir tasas: India, Tailandia, Filipinas y Colombia. Cada uno bajó sus tipos en 25 puntos básicos, mientras otros ocho países mantuvieron sus tasas sin cambios. La volatilidad del dólar estadounidense, acompañada de la incertidumbre sobre las acciones futuras de la Fed y los temores relacionados con la diplomacia arancelaria, ha llevado a estos bancos a adoptar posturas conservadoras.
El conservadurismo es palpable en países como Corea del Sur e Indonesia, que mantuvieron sus tasas inalteradas pese a registrar baja inflación y un deterioro en sus perspectivas de crecimiento económico. Esto ilustra la complejidad de las decisiones que implican considerar no solo los indicadores macroeconómicos domésticos sino también la interacción con factores externos, como el movimiento de capitales y la estabilidad financiera regional. Sin embargo, en medio de este escenario de prudencia, algunos países emergentes optaron por movimientos monetarios mucho más enérgicos. Turquía, enfrentando desafíos políticos internos y una presión sustancial sobre su moneda, aplicó un aumento inesperado y masivo de 350 puntos básicos en sus tasas de interés, buscando frenar la fuga de capitales y estabilizar su economía. Brasil, por su parte, ha incrementado sus tipos en dos ocasiones desde comienzos de año, contribuyendo al total de ajustes al alza en estos mercados que ya suman 550 puntos básicos.
En contraposición, las reducciones en las tasas en algunos mercados emergentes son igualmente importantes y ascienden a 850 puntos básicos mediante 14 recortes distintos. Estos movimientos reflejan intentos de estimular la economía en entornos donde la inflación no representa una amenaza inmediata y donde el crecimiento requiere apoyo adicional. La decisión de los bancos centrales de reducir el ritmo de flexibilización plantea varias implicaciones para la economía global. De entrada, indica un reconocimiento de que las políticas expansivas no son la solución universal para los problemas actuales, especialmente en un contexto donde la inflación no termina de ceder y las tensiones geopolíticas agregan incertidumbre. Además, sugiere que los mercados deberán prepararse para un periodo de mayor volatilidad y ajustes graduales, más que para un estímulo económico masivo.