En los últimos meses, la industria petrolera estadounidense ha visto cómo los precios del crudo han experimentado una marcada caída, afectando profundamente la dinámica interna del sector y generando incertidumbre entre los grandes proveedores de servicios petroleros. Empresas de renombre como Schlumberger (SLB), Halliburton y Baker Hughes han alertado sobre un periodo desafiante, señalando una reducción significativa en el gasto por parte de sus clientes, especialmente en Norteamérica. Esta situación se debe a una combinación de factores externos e internos que han trastocado la estabilidad que había predominado durante los últimos años en el mercado energético. La presión más inmediata sobre el sector proviene de la caída en el precio del petróleo, que ha descendido de aproximadamente 78 dólares por barril a cerca de 55 dólares, cifra que pone en jaque la rentabilidad de muchos proyectos de perforación. Este descenso se atribuye principalmente al aumento de la producción por parte del cartel OPEC+ y a las tensiones comerciales globales que han mermado la demanda.
La consecuencia directa para los productores es la imposibilidad de mantener los niveles de inversión y actividad previos, dada la inviabilidad económica de continuar con ciertas operaciones bajo las condiciones actuales. Analistas financieros han destacado que esta reducción de precios ha significado un quiebre en la estabilidad del mercado petrolero. Durante más de dos años, el precio se mantuvo dentro de un rango definido que permitió a los productores planificar y ejecutar sus presupuestos con cierto grado de confianza. Sin embargo, el nuevo escenario obliga a una revisión exhaustiva de estrategias y a la implementación de ajustes operativos considerables. En particular, se señala que para muchos productores, la producción se vuelve no rentable si el precio del barril cae por debajo de 65 dólares, un umbral que actualmente se encuentra en riesgo.
Empresas independientes como Diamondback Energy han respondido a esta situación reduciendo sus presupuestos de capital para 2025 en 400 millones de dólares, acompañando esta medida con un recorte en el número de perforaciones y pozos completados durante el año. Coterra Energy, por su parte, ha optado por disminuir su cantidad de plataformas de perforación en la cuenca de Permian en un 30% para la segunda mitad del año. Estas decisiones, aunque necesarias para mantener la viabilidad financiera, impactan directamente en los servicios demandados a las grandes firmas petroleras, generando una cadena de efectos en toda la industria. El CEO de Halliburton, Jeff Miller, ha comentado que los clientes están reevaluando sus planes para 2025, lo que podría resultar en un aumento del tiempo de inactividad de las flotas y, en algunos casos, en la reubicación o retiro definitivo de equipos. Este panorama refleja una menor confianza en la recuperación rápida del mercado y una mayor cautela en la asignación de recursos a proyectos petroleros tradicionales.
Por otro lado, analistas de Jefferies han indicado que la desaceleración no solo afecta las operaciones en Norteamérica, sino que los proyectos internacionales también enfrentan retrasos y desafíos logísticos. Schlumberger reportó un inicio lento en regiones clave como México y Arabia Saudita, y ha ajustado su previsión señalando un descenso en la inversión upstream a nivel global para 2025. Baker Hughes prevé una disminución de gastos de dos dígitos en Norteamérica y recortes de mediano a alto dígito en el ámbito internacional. Un agravante adicional para estas empresas son las actuales tensiones comerciales que han impuesto aranceles que incrementan los costos de los equipos necesarios para la operación petrolera. Halliburton anticipa un impacto negativo en sus ganancias por acción de entre dos y tres centavos en el segundo trimestre debido a estas tensiones, mientras que Baker Hughes advierte pérdidas de entre 100 y 200 millones de dólares en EBITDA para 2025 si los aranceles persisten.
Este factor añade otra capa de complicación en un entorno ya de por sí difícil. No obstante, en medio de este panorama adverso, las compañías petroleras más grandes están apostando por sectores en crecimiento y mayores oportunidades resistentes a las fluctuaciones del precio del crudo tradicional. Entre estos nichos se encuentran la infraestructura de gas natural licuado (GNL), las mejoras en redes eléctricas y la creciente demanda de energía para centros de datos. Baker Hughes, por ejemplo, espera registrar órdenes por al menos 1.500 millones de dólares en equipos destinados a centros de datos en los próximos tres años, un segmento que no muestra signos de desaceleración.
El CEO de Baker Hughes, Lorenzo Simonelli, ha señalado que no se observa una disminución en la demanda por proyectos relacionados con GNL, infraestructura del gas o energía para centros de datos, a pesar de la volatilidad en otros ámbitos del sector energético. Esta diversificación en la cartera de negocios es fundamental para que las empresas puedan manejar mejor los ciclos económicos adversos y mantener su competitividad. Para comprender el impacto de esta coyuntura sobre el sector energético estadounidense es necesario analizar también la evolución de los precios internacionales y los factores geopolíticos que influencian el mercado. El aumento en la producción de crudo por parte de OPEC+ responde a estrategias diseñadas para aumentar la cuota de mercado ante la competencia de la producción norteamericana y otros países fuera del cártel. A esto se suman eventos como las disputas comerciales internacionales que han llevado a la imposición de tarifas y barreras que afectan las cadenas globales de suministro, entre ellas la del petróleo y sus derivados.
La volatilidad que caracteriza a los mercados energéticos afecta no solo a las grandes productoras y suministradoras de servicios, sino también a un amplio segmento de proveedores y contratistas que dependen de las inversiones y la actividad petrolera para su subsistencia y crecimiento. En este contexto, la prudencia financiera y la flexibilidad operacional son clave para atravesar esta fase. Estudios recientes sugieren que, tras un periodo de precios elevados que incentivó una rápida expansión en el sector de hidrocarburos no convencionales en Estados Unidos, la industria ahora debe adaptarse a un entorno más restringido y competitivo. La implementación de tecnologías más eficientes, la búsqueda de nuevos modelos de negocio y la exploración de mercados alternativos son estrategias que las empresas están adoptando con el objetivo de minimizar el impacto negativo y posicionarse para la próxima fase de recuperación. En conclusión, la caída de los precios del petróleo ha provocado una reestructuración significativa en la industria petrolera estadounidense, afectando directamente a las compañías de servicios petroleros de mayor envergadura.
Esta crisis, aunque trae consigo múltiples desafíos, también impulsa a las empresas a innovar, diversificar y encontrar nichos de crecimiento alternativos que puedan garantizar su sostenibilidad a largo plazo. La capacidad de adaptación y la gestión estratégica serán determinantes para que los gigantes petroleros de Estados Unidos puedan superar estos tiempos difíciles y emerger fortalecidos en un mercado global dinámico y cambiante.