La National Science Foundation (NSF), una de las principales agencias dedicadas a la promoción y financiamiento de la investigación científica en Estados Unidos, está atravesando un período de cambios profundos e inesperados. Recientemente, funcionarios de la agencia anunciaron la abolición de sus 37 divisiones distribuidas en ocho directorios, una decisión que ha generado gran incertidumbre y preocupación en la comunidad científica y académica. Esta transformación no sólo altera el organigrama de la NSF sino que también reformula de manera significativa el proceso de asignación de recursos para los proyectos científicos a nivel nacional. Esta reestructuración radical se produce en un contexto de presiones presupuestarias severas. El ex presidente Donald Trump propuso un recorte del 55% al presupuesto de la NSF, que originalmente era de alrededor de 4 mil millones de dólares para el año fiscal 2026.
Aunque este porcentaje no fue aprobado en su totalidad, sus efectos se han dejado sentir con fuerza dentro de la agencia. Además, las medidas van acompañadas de la inclusión de una nueva capa de evaluación que revisará los proyectos financiados, en consonancia con directrices presidenciales que buscan limitar la financiación de cierto tipo de investigaciones desde una perspectiva ideológica particular. La eliminación de las divisiones y la reducción del número de programas internos implica la pérdida de puestos directivos, principalmente los cargos de director y subdirector de división. Estos líderes, que hasta ahora tenían la autoridad final para aprobar proyectos tras evaluación por expertos y revisores externos, serán reasignados o incluso podrían buscar posiciones fuera de la agencia. Se espera que la agencia reduzca sus posiciones del Servicio Ejecutivo Superior (SES, por sus siglas en inglés) para crear cargos no ejecutivos que se alineen mejor con las nuevas estructuras organizativas y estratégicas de la NSF.
Este cambio tiene un impacto directo sobre la manera en que se gestiona la distribución de fondos a los investigadores. Actualmente, la NSF recibe más de 40,000 propuestas de investigación anualmente, y aproximadamente una cuarta parte de estas propuestas son financiadas. En el sistema tradicional, los oficiales de programa, que son expertos en sus respectivas áreas y a menudo trabajan de forma temporal mientras mantienen cargos académicos, evalúan los proyectos con apoyo de revisores externos. Posteriormente, los directores de división confirman qué proyectos deben financiarse. Esta jerarquía de toma de decisiones es esencial para mantener un balance entre rigurosidad científica, equidad y una distribución adecuada de recursos.
El nuevo esquema de la NSF elimina esta estructura de divisiones, incorporando un proceso en donde un órgano aún por definir supervisará de nuevo las propuestas para verificar su conformidad con los nuevos estándares institucionales, en particular respecto a políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI). Estas políticas, profundamente revisadas bajo la influencia presidencial, ahora prohíben financiar investigaciones que favorezcan a algún grupo demográfico específico o excluyan la participación de otros, buscando un enfoque más neutral o equilibrado en el acceso a fondos. Sin embargo, esta nueva supervisión puede tener varias implicaciones preocupantes. Por un lado, el aumento en los niveles de revisión podría convertir el proceso en algo más burocrático, retrasando o condicionando la aprobación de proyectos científicos. Por otro lado, al desaparecer divisiones especializadas, la estructura se vuelve más centralizada, lo que puede significar una mayor vulnerabilidad a influencias políticas o ideológicas.
Expertos y antiguos empleados de la NSF han expresado inquietudes acerca del posible sesgo que podría imponerse en la selección de investigaciones, priorizando aquellas que encajen en la agenda política de la administración en turno, en detrimento de la diversidad de temas y perspectivas científicas necesarias para un avance robusto y plural. Otro aspecto fundamental del panorama actual es el impacto en el personal de la NSF, compuesto por cerca de 1,700 miembros. La agencia ha empezado a emitir avisos de despido a un número no especificado de empleados, lo cual genera una atmósfera de incertidumbre y desmotivación. La reestructuración administrativa redistribuirá al personal remanente entre los ocho directorios ahora más pequeños. Estos cambios no solo afectarán a los trabajadores sino que podrían repercutir en la calidad y fluidez del apoyo institucional para los investigadores que dependen de la NSF para financiar sus proyectos.
Además, la agencia ha cancelado abruptamente cerca de 1,400 subvenciones que suman más de mil millones de dólares en los últimos tres semanas, causando desconcierto y preocupación en la comunidad científica. Estas terminaciones de contratos en medio de un año fiscal en curso afectan planes de investigación, proyecciones de desarrollo y la reputación de la NSF como un socio confiable para la ciencia estadounidense. El impacto de estas medidas podría sentirse en múltiples frentes. Por un lado, la reducción del presupuesto y el cambio organizacional limitan las oportunidades para investigadores emergentes y establecidos, quienes enfrentan ahora una mayor competencia y condiciones menos favorables. Por otro, la posible politización del proceso de asignación de fondos puede desincentivar el enfoque en líneas de investigación fundamentales pero menos compatibles con ciertas agendas políticas, lo que a largo plazo podría erosionar la capacidad de Estados Unidos para mantener su liderazgo científico.
Los cambios propuestos por la NSF también contrastan con sistemas de evaluación de fondos en otros organismos, como los Institutos Nacionales de Salud (NIH), que cuentan con consejos asesores compuestos por expertos externos que tienen la palabra final sobre la financiación, basándose en evaluaciones rigurosas y múltiples controles para evitar sesgos o uniformidad excesiva. La innovación y el progreso científico dependen en gran medida de sistemas abiertos, transparentes y basados en el mérito, cualidades que parecen diluirse en el nuevo modelo de la NSF. En última instancia, la reestructura de la NSF ejemplifica las tensiones entre los objetivos científicos, las prioridades políticas y las limitaciones económicas a las que se enfrentan las agencias gubernamentales. Su evolución futura dependerá de cómo la comunidad científica, los legisladores y la sociedad en general respondan a estos cambios. Es fundamental mantener un equilibrio que garantice el apoyo a la investigación independiente, diversa y con vocación de impacto a largo plazo, al mismo tiempo que se ajustan las instituciones a las nuevas realidades políticas y financieras.
Mientras tanto, el mundo científico sigue atento el desarrollo de esta historia, consciente de que la NSF ha sido durante décadas un pilar esencial para la ciencia estadounidense y global. Su fortalecimiento o debilitamiento tendrá consecuencias inmediatas y duraderas en el avance del conocimiento, el desarrollo tecnológico y la formación de nuevas generaciones de investigadores.