En un contexto donde el auge de las criptomonedas continúa revolucionando los mercados financieros y desafiando las regulaciones tradicionales, la propuesta del congresista estadounidense Ritchie Torres ha captado atención tanto en círculos políticos como en la comunidad cripto. Torres ha presentado un proyecto de ley que pretende prohibir a los funcionarios federales poseer o negociar activos digitales, una iniciativa que refleja las crecientes preocupaciones sobre los posibles conflictos de interés y la transparencia en torno a las inversiones en criptomonedas por parte de altos cargos del gobierno. El nombre formal de la propuesta, “Stop Presidential Profiteering from Digital Assets Act”, ya da una pista clara sobre el propósito central de la ley: frenar que figuras políticas, incluyendo al presidente de la nación y miembros de su familia, puedan obtener ganancias financieras mediante operaciones con activos digitales que podrían estar sujetos a regulaciones o intervenciones gubernamentales. Esta medida surge en un momento en el que proyectos vinculados a la familia Trump, como la plataforma descentralizada World Liberty Financial y monedas estables como USD1, así como el denominado “TRUMP memecoin”, han ganado notoriedad y suscitado debates sobre ética y posible aprovechamiento político. La ley propuesta busca ampliar las actuales regulaciones de ética financiera, que hasta ahora no contemplaban explícitamente el manejo de criptomonedas y otros activos digitales.
De aprobarse, la norma abarcaría desde los miembros del Congreso, altos funcionarios de los poderes ejecutivos hasta reguladores federales, quienes quedarían sujetos a una prohibición que no solo afecta la compra o venta de activos digitales, sino también su simple tenencia mientras desempeñan sus cargos públicos. Uno de los puntos cruciales del proyecto es la obligación de declarar públicamente cualquier propiedad o inversión en criptoactivos. Esta medida pretende aumentar la transparencia y permitir un mejor control para evitar que se utilicen posiciones oficiales para beneficiarse en mercados que pueden verse influenciados por decisiones políticas y regulatorias. El camino hacia esta propuesta no ha estado exento de críticas y escepticismo. Figuras importantes del sector financiero y cripto han expresado reservas respecto a si la ley podrá prosperar en el ambiente político actual.
Por ejemplo, Ryan Selkis, cofundador de Messari, ha manifestado que la iniciativa parece más una ofensiva política dirigida hacia la familia Trump que una medida realista con altas probabilidades de ser aprobada, haciendo notar que las condiciones políticas actuales dificultan la implementación de reglamentos tan estrictos en torno a las criptomonedas. Por otro lado, Justin Slaughter, vicepresidente de asuntos regulatorios en Paradigm, ha indicado que una iniciativa como esta pudo haber tenido oportunidades de ser aprobada en años anteriores, en conjunción con medidas legislativas más amplias relacionadas con la regulación financiera, como el paquete bipartidista impulsado anteriormente por Patrick McHenry y Maxine Waters. Sin embargo, tras el cambio en el panorama político y legislativo, resulta mucho más complicado lograr consenso. Más allá de las disputas políticas, esta propuesta evidencia un creciente reconocimiento de la necesidad de actualizar el marco regulatorio para incluir los activos digitales, debido a sus características particulares y la opacidad que puede generar su uso en entornos no regulados. Mientras que las normativas actuales para funcionarios públicos contemplan la declaración de inversiones tradicionales y activos financieros clásicos, pocos instrumentos legales fueron diseñados para tratar a fondo la trazabilidad, volatilidad y riesgos asociados a los criptoactivos.
La propuesta también es un reflejo de la preocupación pública sobre la influencia que pueden tener los legisladores y ejecutivos en el mercado de criptomonedas, especialmente en un momento en que el Congreso estadounidense se encuentra debatiendo intensamente sobre cómo clasificar, supervisar y regular este sector. La inclusión explícita de stablecoins y memecoins en la norma muestra un entendimiento de que estos activos, por su naturaleza y volatilidad, representan un área sensible dentro de la industria y que no pueden dejarse fuera de la regulación ética. En la práctica, si la ley se implementa, generaría un cambio significativo en la forma en que los funcionarios federales se relacionan con el mundo de las criptomonedas, limitando su capacidad para beneficiarse económicamente de un mercado que continúa expandiéndose y que actualmente carece de una supervisión clara en muchos aspectos. Además, impulsaría un mayor escrutinio público y registros más detallados sobre las inversiones digitales de los responsables de tomar decisiones políticas. El foco en la familia Trump y sus intereses cripto es un reflejo de las tensiones actuales entre política y tecnología financiera, donde los activos digitales no solo son herramientas de inversión sino también símbolos políticos y culturales cargados de significado.
La iniciativa de Torres podría sentar un precedente en cuanto a la ética en el manejo de una tecnología disruptiva cuyo impacto trasciende el ámbito económico para llegar a la política y la gobernanza. Este momento representa un punto crucial para el desarrollo de la regulación sobre blockchains y criptomonedas en Estados Unidos, un país que lidera la innovación tecnológica pero que a la vez enfrenta importantes desafíos para crear un entorno regulatorio que sea justo, transparente y que proteja tanto a los consumidores como a la integridad de las instituciones públicas. El llamado a la acción de Torres finalmente plantea un debate fundamental sobre la necesidad de combinar la innovación tecnológica con la ética y la responsabilidad pública, asegurando que el auge de las criptomonedas no se traduzca en nuevas oportunidades para conflictos de interés o prácticas no transparentes entre quienes están en el poder. En conclusión, el proyecto de ley presentado por el representante Ritchie Torres simboliza un intento significativo por cerrar las lagunas regulatorias que dejan a las criptomonedas fuera del alcance de las normas de conducta para funcionarios públicos. Aunque su aprobación enfrenta obstáculos políticos, su mera proposición subraya la urgencia de una revisión legislativa y de políticas públicas que contemplen el impacto real y simbólico de los activos digitales en la esfera gubernamental y democrática.
La evolución de esta iniciativa será un punto a seguir para entender cómo se afrontan en el futuro los riesgos y oportunidades que plantea la integración de la innovación financiera en la administración pública invertida.