En los últimos años, una afirmación curiosa y desconcertante ha circulado en diversas plataformas de internet y medios de comunicación: que aproximadamente un tercio de los millennials estadounidenses creen que la Tierra es plana. Este dato ha generado sorpresa, escepticismo e incluso preocupación sobre los niveles de desinformación y la influencia de las teorías conspirativas en la sociedad moderna. Sin embargo, es necesario analizar a fondo el origen de esta cifra, la veracidad de los estudios en los que se basa y el contexto cultural que propicia dichas creencias. La creencia en la Tierra plana no es un fenómeno nuevo, ni exclusivo de la era digital o de los millennials. A lo largo de la historia, ante la falta de conocimiento científico o la prevalencia de ciertas cosmovisiones, se han planteado muchas ideas erróneas sobre la forma del planeta.
Con la llegada de la Revolución Científica y los avances tecnológicos, la forma esférica de la Tierra quedó ampliamente demostrada y aceptada. Sin embargo, en la actualidad, gracias al acceso masivo a información de todo tipo, muchas teorías pseudocientíficas han encontrado un resurgimiento inesperado. El origen de la afirmación sobre el supuesto tercio de millennials estadounidenses que creen en la Tierra plana proviene en gran parte de ciertas interpretaciones erróneas de encuestas dirigidas a un público joven. Algunos estudios muestran que un porcentaje significativo de jóvenes expresan dudas sobre la forma esférica del planeta o prefieren mantener una postura escéptica frente a la información oficial. Sin embargo, estos porcentajes suelen basarse en cuestionarios con opciones ambiguas o en interpretaciones simplistas de las respuestas que no reflejan un compromiso sólido con la creencia de que la Tierra es plana.
Expertos en el área de la sociología y la comunicación señalan que esta cifra está muy lejos de reflejar una realidad representativa. El fenómeno muestra más bien una tendencia creciente al escepticismo generalizado y a la desconfianza en las instituciones tradicionales y en la ciencia oficial. Muchos millennials, influenciados por fenómenos culturales, el auge de las redes sociales y la personalización de la información, se encuentran en un entorno donde la verdad se diluye entre opiniones diversas, teorías conspirativas y desinformación. La cultura digital actual facilita la circulación de ideas alternativas y de grupos que promueven discursos contrarios a los consensos científicos. La Tierra plana se ha convertido en un símbolo de rechazo a la autoridad y al conocimiento dominante, más que una preocupación legítima sobre la astronáutica o la geografía.
Este contexto ayuda a explicar por qué algunos jóvenes muestran interés o afinidad por planteamientos no convencionales, sin que ello necesariamente implique una creencia firme. En cuanto a la metodología de los estudios que han sido fuente de estas afirmaciones, muchas publicaciones no consideran el factor de la ironía o el trollismo, con respuestas dadas en tono sarcástico o de provocación. Las encuestas en línea, en particular, suelen presentar sesgos y no siempre cuentan con muestras representativas o bien definidas. Por ello, es peligroso extrapolar sus resultados al conjunto de la población millennial. Además, esta tendencia aporta una reflexión valiosa sobre el papel de la educación y la alfabetización científica en la era digital.
El conocimiento científico no solo debe transmitirse como un cúmulo de datos, sino como una metodología para comprender el mundo, desarrollar pensamiento crítico y discernir información confiable. Los jóvenes enfrentan un desafío importante al navegar entre toneladas de información y deben contar con herramientas para evaluar la veracidad y el peso de distintas afirmaciones. Las redes sociales también juegan un papel fundamental en la difusión de la desinformación, pero al mismo tiempo, pueden ser una herramienta poderosa para la educación y el fomento del pensamiento crítico. Campañas, videos, podcasts y espacios de debate pueden contribuir a la desmitificación de creencias infundadas y promover una comprensión más amplia y sólida de la ciencia. Por otro lado, el interés por teorías como la de la Tierra plana también refleja una curiosidad por el misterio y lo desconocido que es inherente a la naturaleza humana.
La narrativa alrededor de una conspiración global sobre la forma del planeta tiene un atractivo psicodramático para algunas personas, quienes encuentran en ella una explicación alternativa a fenómenos sociales y políticos que generan desconfianza. En definitiva, afirmar que un tercio de los millennials estadounidenses creen que la Tierra es plana es una simplificación inexacta. Los datos sugieren que si bien existe un grupo significativo que expresa dudas o interés por estas teorías, la mayoría de los jóvenes no sostiene esta creencia de forma seria. Lo que sí está claro es que vivimos en una época donde la información es abundante y accesible, y donde el reto principal es desarrollar las capacidades necesarias para interpretarla correctamente. En conclusión, más allá de cifras sorprendentes que puedan viralizarse, es crucial enfocar el debate en el fortalecimiento de la educación científica, la promoción del pensamiento crítico y la responsabilidad de todos los actores sociales en la lucha contra la desinformación.
Combatir mitos y teorías conspirativas no solo requiere datos y evidencias, sino también empatía, comunicación efectiva y la comprensión profunda de las causas que llevan a algunos a abrazar creencias poco fundadas. El futuro dependerá en gran medida de la capacidad colectiva para construir una sociedad mejor informada y más crítica.