En el mundo de las inversiones y las finanzas, pocas discusiones generan tanto debate como la comparación entre Bitcoin y el oro. Recientemente, Peter Schiff, conocido inversor y fundador de Euro Pacific Capital, ha expresado su postura crítica afirmando que Bitcoin no tiene nada que ver con el oro. Esta declaración ha causado revuelo entre entusiastas y detractores del criptoactivo, alimentando una discusión que va más allá de simples precios y se adentra en aspectos fundamentales del valor y la función de estos activos. Para comprender si la afirmación de Schiff es válida, es crucial analizar las diferencias y similitudes entre Bitcoin y el oro desde múltiples perspectivas: histórica, económica y tecnológica. Peter Schiff es un reconocido crítico de las criptomonedas, especialmente de Bitcoin.
Su argumento central gira en torno a la idea de que el oro posee un valor intrínseco que Bitcoin no tiene. Según Schiff, mientras que el oro es tangible, utilizado en diversas industrias y posee propiedades físicas que lo hacen valioso por sí mismo, Bitcoin es puramente digital, sin soporte físico alguno, y su valor depende completamente de la fe que los inversores depositan en él. Para entender el alcance de estos argumentos, es importante cuestionar qué significa realmente el «valor intrínseco» y si el oro puede ser considerado como tal en términos estrictos. El oro ha sido un símbolo universal de riqueza y reserva de valor durante milenios, gracias a propiedades físicas como su durabilidad, maleabilidad, resistencia a la corrosión y rareza. Estas características también lo convierten en un recurso esencial en aplicaciones industriales, joyería y tecnología, aportándole un valor utilitario.
Sin embargo, expertos financieros señalan que el valor del oro no solo proviene de su utilidad física, sino también de la confianza social y histórica en su capacidad para preservar el poder adquisitivo durante crisis económicas y políticas. Por tanto, el oro combina valor físico con un valor simbólico y económico construido a través del tiempo. Bitcoin, por su parte, fue conceptualizado en 2008 en el famoso whitepaper de Satoshi Nakamoto como una forma de dinero digital descentralizado con una oferta limitada de 21 millones de monedas. Esta oferta finita simula en gran medida el suministro limitado del oro en la naturaleza, y la «minería» de Bitcoin, que requiere gasto energético y computacional, es análoga a la extracción física del oro. Sin embargo, la diferencia fundamental radica en que Bitcoin no tiene propiedades físicas, sino que existe únicamente en forma digital sobre una cadena de bloques (blockchain).
Su valor emerge de la confianza en la tecnología, la seguridad del sistema descentralizado y la aceptación por parte de usuarios, inversores y comerciantes. En mayo de 2025, Schiff destacó que en un periodo específico el precio del oro subió un 3%, mientras que el de Bitcoin cayó un 3%. Él interpretó esto como una prueba de que Bitcoin no se comporta como el oro y, por lo tanto, no puede ser considerado como una reserva de valor similar. Sin embargo, algunos argumentan que comparar movimientos de precios en un corto plazo no ofrece una visión clara de las funciones y características a largo plazo que ambos activos pueden tener. Las fluctuaciones de precios a corto plazo pueden estar influenciadas por factores muy distintos, incluyendo la volatilidad inherente a los mercados de criptomonedas, la especulación o eventos macroeconómicos puntuales.
La analogía de Bitcoin con el oro se basa mayormente en la escasez digital y en su posible función como refugio contra la inflación, especialmente ante políticas monetarias expansivas y la pérdida de poder adquisitivo en monedas fiat tradicionales. Bitcoin ha atraído la atención como una alternativa para proteger el patrimonio frente a la emisión desenfrenada de dinero por parte de bancos centrales. En comparación, el oro ha sido históricamente el guardián de valor en tiempos de crisis, aunque también ha enfrentado periodos donde su precio se vio afectado por cambios políticos, tecnológicos o económicos. El argumento de que el oro tiene «valor intrínseco» y Bitcoin «valor de fe» simplifica en exceso la complejidad del mercado y de la naturaleza del valor económico. La mayoría de los activos financieros y las monedas fiduciarias dependen, en última instancia, de la confianza colectiva para sostener su valor, pues no poseen una garantía física subyacente equivalente a su valor nominal.
Por ejemplo, las divisas nacionales dependen de la confianza en la estabilidad política y económica del país emisor. En este sentido, Bitcoin y oro comparten el denominador común de basarse en la confianza, a pesar de que el oro sí cuenta con propiedades físicas tangibles. Además, la tecnología detrás de Bitcoin aporta características que el oro no tiene, como la divisibilidad digital perfecta, la capacidad de transferir valor de manera rápida y económica a nivel global sin intermediarios y una transparencia en el suministro y las transacciones que no es posible con el oro físico. Estos elementos permiten que Bitcoin sea considerado no solo un activo de inversión, sino también un sistema de pagos alternativo y una forma de transferencia de valor en el mundo digital. En cuanto a su desempeño histórico, Bitcoin ha superado ampliamente al oro en muchos periodos desde su creación en 2009, mostrando rendimientos exponenciales aunque con alta volatilidad.
Esto ha atraído a inversores en busca de altos retornos, pero también ha generado escepticismo sobre su estabilidad como reserva de valor a largo plazo. El oro, por su parte, ofrece estabilidad relativa y menor volatilidad, atributos valorados por inversores conservadores. Esto pone de manifiesto que ambos activos pueden coexistir en carteras diversificadas, cumpliendo roles complementarios. Es importante destacar que la comparación estricta entre Bitcoin y oro puede obviar la evolución constante del ecosistema financiero y tecnológico. Mientras el oro es un activo milenario y consolidado, Bitcoin es una innovación relativamente reciente que continúa desarrollándose y adaptándose a nuevas reglamentaciones, tecnologías y usos.
Su valoración futura dependerá en gran medida de factores como la aceptación regulatoria, la adopción masiva y los avances en la infraestructura tecnológica. Finalmente, considerar a Bitcoin como «oro digital» no significa que sea un sustituto exacto, sino más bien que cumple una función similar en el contexto moderno, ofreciendo escasez, protección contra la inflación y una alternativa descentralizada a los activos tradicionales. La crítica de Peter Schiff aporta un punto de vista valioso sobre las diferencias tangibles entre ambos, pero también es fundamental entender que la comparación no pretende equiparar totalmente ambos activos, sino más bien describir un nuevo paradigma en las finanzas digitales. En conclusión, la afirmación de Peter Schiff de que Bitcoin no tiene nada que ver con el oro es cierta desde una perspectiva estrictamente física y funcional, pero resulta limitada cuando se profundiza en las razones por las cuales ambos activos son considerados reservas de valor. Bitcoin representa un avance tecnológico y una propuesta financiera adaptada a la era digital, mientras que el oro sigue siendo un símbolo histórico y tangible de riqueza.
La dualidad entre ambos enriquece el panorama de inversión y ofrece a los inversores diferentes herramientas para proteger y hacer crecer su patrimonio. En un mundo donde la innovación financiera avanza rápidamente, entender las características, ventajas y limitaciones de cada opción es esencial para tomar decisiones informadas y estratégicas.