La irrupción de las redes sociales ha transformado la manera en que nos comunicamos y compartimos opiniones, emociones y, sobre todo, humor. Plataformas como X (antes Twitter), Instagram, TikTok y otras se han convertido en terrenos fértiles para memes, chistes y sarcasmo que, aunque generan risas y entretenimiento, también plantean interrogantes sobre sus implicaciones éticas y espirituales. En ese sentido, resulta fascinante preguntarnos qué pensarían figuras históricas como San Agustín de Hipona ante el fenómeno del humor digital y sus particularidades contemporáneas. San Agustín fue uno de los teólogos cristianos más influyentes del primer milenio y su legado sigue vigente hoy en día. No solo reflexionó sobre la relación del alma con la divinidad, el pecado y la gracia, sino también sobre las dimensiones morales de la vida cotidiana, incluyendo el valor y los peligros de la risa y el humor.
Aunque no rechazaba la risa como tal, fue particularmente cauteloso con el tipo de humor que distrae al alma, alimenta el orgullo o se muestra irreverente hacia lo sagrado. Según los escritos de San Agustín, especialmente en "Confesiones" y "La Ciudad de Dios", la risa no es intrínsecamente mala, pero puede ser peligrosa cuando se convierte en un acto de frivolidad o cuando se utiliza para mofarse de lo que debe ser tratado con respeto. Esta idea cobra relevancia cuando se observa cómo en las redes sociales abundan los contenidos humorísticos que muchas veces ridiculizan creencias, valores y dignidad humana. La viralización de memes que satirizan temas religiosos, morales o personales puede ser vista como una forma moderna del "discurso escurriloso" que San Agustín advertía evitar. El aspecto esencial a considerar desde la perspectiva agustiniana es el orden correcto del amor.
Para él, la máxima aspiración del ser humano es la unión con Dios, y cualquier cosa que distraiga al alma de ese camino puede ser considerada un obstáculo espiritual. El humor que fomenta el orgullo —exaltando el yo sobre los demás y sobre lo divino— o que conduce a una actitud de desprecio, es claramente problemático. Las redes sociales amplifican estos comportamientos, impulsando a menudo una cultura de la atención basada en la provocación, el sarcasmo y la confrontación, alimentando el ego y alejando a las personas de la reflexión y la humildad. No obstante, es importante aclarar que San Agustín no fue un enemigo del humor en sentido absoluto. Reconocía que la alegría y el entretenimiento tienen un lugar en la vida humana y pueden fortalecer los lazos sociales cuando se manifiestan con respeto y humildad.
Por lo tanto, un chiste contado con cariño, que no hiere ni humilla, puede ser considerado compatible con la vida cristiana. La intencionalidad y el contexto son claves para diferenciar un humor saludable de uno dañino. En la contemporaneidad digital, la velocidad y anonimato que ofrecen las redes potencian la tendencia a lanzar comentarios mordaces o bromas que pocas veces se someten a reflexión ética profunda. Esto puede generar un ambiente tóxico donde predominan la burla, el odio y la superficialidad. San Agustín seguramente vería esto como una llamada de atención para retomar la seriedad espiritual y defiende la palabra como vehículo para la verdad y la edificación del alma.
La elección de humor que compartimos y consumimos en espacios públicos, en especial en Internet, tiene una dimensión social que excede lo individual. Configura culturas y puede influir en la forma en que tratamos a los demás. Desde la óptica agustiniana, el respeto a la dignidad humana y la orientación moral deben guiar nuestra comunicación, incluso en manifestaciones aparentemente ligeras como el humor. La irreverencia sistemática y los ataques disfrazados de gracia debilitan la cohesión social y dificultan el encuentro con lo trascendente. Recientemente, con la elección del Papa Leo XIV, un sacerdote de la Orden Agustiniana, ha surgido una renovada atención hacia las enseñanzas de San Agustín.
En este contexto, sus reflexiones sobre la prudencia en el uso del lenguaje y la formación del corazón humano se vuelven más pertinentes que nunca. Tal vez esta coyuntura impulse un despertar ético en el modo en que nos relacionamos y expresamos en las plataformas digitales, recordándonos que el humor no debe ser un mecanismo de ruptura sino de encuentro y afirmación del amor verdaderamente ordenado. San Agustín nos invita a preguntarnos qué decodifican nuestras risas y bromas sobre nuestro estado interior y espiritual. ¿Nos acercan al Divino o nos alejan? ¿Nos hacen humildes o orgullosos? ¿Fortalecen la comunidad o la fragmentan? En un tiempo donde el humor es moneda corriente y herramienta de influencia, sus palabras resuenan como un llamado a la responsabilidad personal y colectiva. En conclusión, aunque las redes sociales ofrecen un espacio incomparable para la creatividad humorística y la diversión, también plantean retos significativos si no se transitan con conciencia.
La mirada de San Agustín, con su insistencia en el amor ordenado y la búsqueda de la verdad, aporta una perspectiva crítica esencial para navegar este terreno. Adoptar una postura que privilegie la humildad, el respeto y la elevación espiritual en la comunicación digital podría transformar la experiencia social en línea, alejándola del sarcasmo destructivo y acercándola a la verdadera alegría compartida. A medida que avanzamos en un mundo hiperconectado, meditar en las enseñanzas de San Agustín puede ofrecernos una brújula moral para entender mejor no solo qué tipo de humor cultivamos, sino también qué clase de personas queremos ser. La risa, cuando está bien dirigida, tiene el poder de sanar y unir; pero cuando se convierte en un arma, puede fracturar el tejido más íntimo de nuestra humanidad y fe.