En los últimos años, las políticas científicas implementadas por Estados Unidos han provocado una paralización sin precedentes en importantes proyectos de investigación biomédica a nivel internacional. La decisión de la Administración Trump de congelar los pagos del Instituto Nacional de Salud (NIH) a grupos de investigación extranjeros ha desencadenado una cadena de consecuencias negativas que afectan no solo a los científicos estadounidenses, sino también a decenas de laboratorios en Europa, Asia, América y África. La magnitud de esta medida aún está por esclarecerse, pero se calcula un impacto económico cercano a los 500 millones de dólares anuales, una cifra que podría poner en riesgo avances científicos globales fundamentales para la salud pública. El principal motivo que ha esgrimido el NIH para justificar la suspensión de fondos es la falta de transparencia en el uso de los recursos por parte de las instituciones beneficiarias fuera de Estados Unidos y un supuesto riesgo a la seguridad nacional. Sin embargo, esta postura no ha sido bien recibida por la comunidad científica internacional, que denuncia una visión sesgada e injustificada que podría frenar innovaciones cruciales.
En particular, la atención se ha centrado en las colaboraciones previas con instituciones chinas, incluyendo el controvertido laboratorio de virología de Wuhan, que según teorías no confirmadas promovidas por el expresidente Donald Trump podría haber sido el origen del SARS-CoV-2, el virus responsable de la pandemia de COVID-19. Jay Bhattacharya, director del NIH designado durante la Administración Trump, ha defendido las nuevas medidas como un paso necesario dentro de un plan más amplio para reducir el gasto en ciencia y centralizar el control de los fondos. A partir de ahora, los grupos extranjeros deberán firmar contratos directamente con el NIH, en lugar de colaborar a través de científicos estadounidenses líderes en los proyectos. Este cambio de dinámica burocrática ha dejado en suspenso numerosos programas que, hasta la fecha, han beneficiado investigaciones sobre cáncer, infecciones virales y genética humana. Uno de los plazos establecidos para clarificar las nuevas normativas es septiembre de 2025, pero mientras tanto, la incertidumbre se extiende y varios estudios importantes permanecen paralizados.
Expertos como Javier Martínez-Picado, virólogo español del centro IrsiCaixa, han expresado abiertamente el desconcierto y la preocupación que esta situación genera. Él participa en investigaciones sobre la inmunidad innata frente al VIH y nuevas vías para curar la enfermedad mediante trasplantes de células madre. Aunque sus proyectos han superado evaluaciones técnicas, no han recibido confirmación para continuar, lo que bloquea el progreso y pone en jaque al equipo. Según Martínez-Picado, no existe opacidad en la administración de los fondos, y la tendencia actual hacia el aislamiento científico representa un grave retroceso para una disciplina que debe ser global e inclusiva. La polémica no solo afecta a científicos individuales, sino que también plantea interrogantes geopolíticos sobre el liderazgo estadounidense en el ámbito académico.
Investigadores como Roderic Guigó, desde el Centro de Regulación Genómica en Barcelona, avisan sobre el riesgo de perder proyectos emblemáticos como Gencode, la mayor enciclopedia de elementos genómicos humanos, que ha contado con apoyo multinacional durante casi dos décadas. La posibilidad de que las siguientes fases de esta iniciativa no reciban financiación constituye un llamado de atención para Europa, que debe replantearse si quiere depender exclusivamente de Estados Unidos para acceder a determinados datos científicos o si es momento de impulsar proyectos propios más ambiciosos. El impacto económico y humano es sustancial. Marta Melé, bióloga computacional de Barcelona Supercomputing Center, trabaja con datos genéticos y médicos en niños para comprender cómo se origina la salud o la enfermedad a partir de etapas tempranas de la vida. Su laboratorio depende de fondos estadounidenses para sostener numerosos empleos especializados.
La incertidumbre sobre la continuidad del financiamiento pone en riesgo la permanencia de talento valioso, y la investigadora insta a los gobiernos europeos a preparar planes para atraer a científicos que podrían emigrar ante la crisis en Estados Unidos, así como a implementar medidas de rescate para quienes ya forman parte de equipos en el viejo continente. Esta crisis no se limita a la congelación temporal de proyectos: forma parte de una política más amplia que incluye drásticos recortes presupuestarios en la ciencia pública y la salud. El proyecto de presupuesto para 2026 presentado por la Casa Blanca contempla una reducción del 40% en los fondos del NIH, mientras que la National Science Foundation sufriría una disminución aún mayor, cercana al 56%. Otras entidades clave, como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), NASA y agencias dedicadas a la investigación climática y ambiental, también enfrentarán recortes considerables, en algunos casos por encima del 50%. Estos recortes están enmarcados en una redistribución del gasto público hacia áreas como defensa y seguridad fronteriza, que verán incrementos presupuestarios significativos.
De aprobarse estas propuestas en el Congreso, la investigación científica estadounidense y sus colaboraciones internacionales podrían sufrir un daño irreversible, afectando el avance en áreas de salud pública, enfermedades infecciosas, cambio climático y tecnología. Analistas y científicos advierten que, si bien el control sobre la asignación y el uso efectivo de los fondos es esencial, las nuevas regulaciones impuestas bajo argumentos de seguridad nacional terminan por instaurar un ambiente de desconfianza que puede aislar a Estados Unidos del resto del mundo científico. La ciencia, por naturaleza, es una actividad global que depende de intercambios abiertos y colaboraciones transnacionales. La parálisis actual envía una señal negativa que puede fortalecer espacios competidores en investigación, especialmente en Europa y Asia, y debilitar la posición estadounidense a largo plazo. En definitiva, las políticas adoptadas bajo la Administración Trump constituyen un giro importante que afecta la dinámica de la cooperación científica internacional.
La incertidumbre reinante sobre los proyectos congelados y la magnitud de los recortes económicos preocupan a investigadores y centros de todo el planeta. Más allá de la agenda política y la retórica de seguridad, está en juego la continuidad de investigaciones fundamentales para el desarrollo tecnológico, la salud global y la comprensión del genoma humano. Europa, en particular, se enfrenta ante un momento crucial para decidir su papel en estas grandes iniciativas científicas. La dependencia del financiamiento estadounidense deja en evidencia la necesidad de fortalecer el apoyo local y comunitario para proyectos que no solo promuevan la innovación, sino que también aseguren la soberanía científica y tecnológica del continente. Por su parte, los investigadores afectados y sus equipos viven una etapa de incertidumbre y miedo frente a la posible pérdida de recursos y talento, con implicaciones personales y profesionales profundas.
La comunidad científica internacional hace un llamado a los gobiernos y a los responsables políticos para garantizar que la ciencia no sea víctima de recortes partidistas ni de una visión aislacionista que frenaría décadas de progreso y colaboración global. En conclusión, la congelación de fondos a investigaciones clave impuesta por el gobierno estadounidense pone en jaque proyectos esenciales en el ámbito biomédico y genómico y plantea un desafío mayor sobre cómo equilibrar la seguridad nacional con la apertura científica. La reacción internacional, el debate político en Estados Unidos y la búsqueda de alternativas regionales definirán en los próximos años el rumbo de la ciencia global, que hoy se encuentra en un punto de inflexión significativo.