La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en nuestras vidas diarias es innegable y veloz. Desde asistentes virtuales que responden preguntas hasta algoritmos que generan imágenes, textos o videos, la IA está transformando radicalmente la forma en que trabajamos, aprendemos y hasta pensamos. Sin embargo, esta revolución tecnológica también ha generado debates vigorosos en torno a sus posibles efectos negativos, concretamente, si la dependencia creciente de la IA podría conducir a un deterioro de nuestras capacidades cognitivas y hacernos más “tontos”. Explorar esta cuestión exige adentrarse en varios aspectos fundamentales sobre cómo la inteligencia artificial impacta el desarrollo cognitivo humano, nuestra memoria, la habilidad para resolver problemas y la creatividad tácita que se adquiere mediante la experiencia y la práctica. Para entender dónde están los riesgos, primero es necesario reconocer que la inteligencia artificial actualmente sobresale en tareas repetitivas y de procesamiento automático de información.
Desde la automatización de trabajos rutinarios hasta la generación rápida de textos o imágenes, la IA absorbe con una eficiencia impresionante labores que antes requerían atención detallada y manejo manual. Esto ha llevado a que numerosas actividades “aburridas” o mecanizadas que tradicionalmente ayudaban a construir experiencias prácticas y conocimiento implícito se vean sustituidas o relegadas a segundo plano. El problema radica en que, a través de la repetición y la experiencia directa, el ser humano desarrolla una forma de aprendizaje que no siempre puede ser transmitida con palabras o manuales técnicos. Es la llamada “conocimiento tácito” que reside en saber hacer bien una tarea, percibir sutilezas y reconocer matices, muchas veces sin ser consciente del proceso completo. Sin la exposición a estas actividades aparentemente monótonas pero cruciales, se corre el riesgo de empobrecer esta base cognitiva esencial para el dominio de cualquier disciplina.
Un ejemplo cotidiano que ilustra esta idea es el aprendizaje práctico en oficios como la carpintería, la fontanería o la electricidad. Estas profesiones requieren un repetido ensayo, error y ajuste fino que solo se adquiere trabajando directamente con las herramientas y materiales. Cuando una máquina o una IA se anticipa a cada movimiento, entrega soluciones instantáneas o elimina la necesidad de los pasos manuales, el aprendiz pierde la oportunidad de entender profundamente el proceso, el porqué de cada acción y sus implicaciones. Observando este fenómeno desde un punto de vista amplio, cabe preguntarse cómo la automatización total, incluyendo no solo lo manual sino también los procesos mentales, impactará no solo en las habilidades técnicas sino en el pensamiento crítico y la capacidad de análisis. Se habla sobre un concepto llamado “automación bias” que hace referencia a la tendencia humana a confiar en las respuestas generadas por IA, muchas veces sin cuestionar o verificar la veracidad o adecuación de dichas respuestas, incluso cuando se sabe que podrían estar equivocadas.
Esta dependencia puede atrofiar la habilidad para evaluar información, analizar riesgos o resolver problemas complejos por cuenta propia. Además, el aumento de los niveles de abstracción que introduce la tecnología digital puede crear una barrera entre el usuario y la comprensión profunda del funcionamiento detrás del resultado. Por ejemplo, cuando la IA se emplea para realizar diagnósticos médicos o ejecutar procedimientos quirúrgicos completos con un solo botón, los especialistas podrían transformarse en técnicos supervisores más que en médicos expertos. En tal escenario, la reducción del contacto directo con la complejidad del trabajo podría limitar la capacidad del profesional para intervenir creativamente ante situaciones inesperadas o nuevas. Al mismo tiempo, la forma en que educamos a las nuevas generaciones podría cambiar dramáticamente si los procesos de exploración, búsqueda y razonamiento son continuamente reemplazados por respuestas rápidas y trivializadas de sistemas automáticos.
El ejemplo de la simple tarea de hacer las compras ilustra cómo la IA puede influir en el aprendizaje cotidiano. Pedirle a los niños que identifiquen productos, evalúen su calidad o que planifiquen la compra fomenta habilidades cognitivas esenciales. Pero si una “IA que hace las compras” administra completamente esta actividad, los niños podrían perder una oportunidad de desarrollo clave; lo que surge aquí es una pregunta sobre las etapas críticas donde la experiencia directa es irremplazable. Otro punto a considerar es cómo la reducción del trabajo manual afecta nuestras habilidades motrices finas y la conexión entre mente y cuerpo. La desaparición de trabajos o tareas que impliquen manipulación directa podría tener consecuencias no solo intelectuales sino físicas, como la pérdida de destrezas y agilidad.
La relación entre la actividad manual y el desarrollo cognitivo es profunda y antigua, en tanto las acciones físicas complejas ayudan a moldear las rutas neuronales que sustentan el aprendizaje. Pero no todo es oscuridad en esta perspectiva crítica. El avance en IA también abre oportunidades increíbles. El tiempo liberado de tareas tediosas puede dedicarse a actividades creativas, a la reflexión profunda y a la innovación. Aprender a utilizar la inteligencia artificial como herramienta —y no como sustituto de nuestro pensamiento— puede potenciar nuestras capacidades y extender lo que somos capaces de lograr individualmente y en equipo.
Un punto fundamental para evitar que la IA nos “haga más tontos” es educar para el pensamiento crítico, la curiosidad y la resiliencia intelectual. Desarrollar habilidades para validar información, cuestionar algoritmos y considerar la IA como un colaborador y no un reemplazo. Así, la inteligencia humana se puede complementar con la artificial en lugar de ser su simple espectadora. Además, preservar espacios para el aprendizaje práctico, el ensayo y error, la exploración manual y directa es crucial tanto en la educación formal como en el entorno laboral. Incentivar proyectos y actividades que impliquen construir, manipular y probar desarrolla ese conocimiento tácito que solo se obtiene haciendo y volviendo a hacer de manera consciente.
La historia ha mostrado que la humanidad ha enfrentado reformas tecnológicas profundas que modificaron el trabajo y el aprendizaje sin desaparecer la creatividad ni el intelecto. Sin embargo, esta vez el cambio parece más acelerado y poderoso, lo que hace que sea imprescindible una reflexión social colectiva sobre cómo queremos integrar la IA en nuestras vidas. En conclusión, la pregunta de si la inteligencia artificial nos hará más tontos no tiene una respuesta definitiva y sencilla. Dependerá de la manera en que implementemos estas tecnologías, de la actitud que adoptemos frente a ellas y de cómo prioricemos la educación y el desarrollo humano integral. La IA puede ser tan solo una herramienta efectiva o puede convertirse en un riesgo para la riqueza mental y práctica que define al ser humano.
Combatir la tendencia a la abstracción pura, fomentar la experimentación directa y mantener el hábito del pensamiento crítico son acciones esenciales para que la era de la inteligencia artificial sea también una época de crecimiento cognitivo y creativo. En última instancia, la inteligencia, más allá de la artificial, dependerá siempre de nosotros.