En las aguas cristalinas y serenas de la Bahía de Grand Traverse, ubicada en el Lago Michigan, ha surgido un descubrimiento arqueológico que promete reescribir capítulos fundamentales de la historia antigua de Norteamérica. Durante exploraciones rutinarias con tecnología sonar, el profesor Mark Holley, especialista en arqueología submarina de la Universidad Northwestern de Michigan, encontró una sorprendente disposición de grandes piedras reposando suavemente sobre el lecho lacustre. La formación ha sido apodada como "el Stonehenge de Michigan" debido a su semejanza conceptual y estructuras deliberadamente establecidas, lo que llama profundamente la atención de arqueólogos y entusiastas de la historia por igual. Este conjunto de piedras, que se extiende a lo largo de más de una milla y a unos 12 metros de profundidad, está conformado por rocas que varían en tamaño desde el equivalente a un balón de baloncesto hasta grandes bloques comparables a carros compactos. La configuración sorprendentemente serpenteante y puntual ha sembrado debates sobre si responde a fenómenos naturales o a la mano precisa de culturas humanas antiguas.
La pieza más intrigante dentro de esta formación es una piedra de aproximadamente 1.05 metros de altura y cinco pies de ancho, que porta un grabado con la figura de un mastodonte. Este detalle iconográfico conecta el sitio con una época en la que estas criaturas prehistóricas todavía vagaban el territorio junto con los primeros humanos, afirmando así la antigüedad y la importancia cultural del lugar. Ubicada bajo el agua, esta formación se estima que fue creada hace aproximadamente 9,000 años, es decir, poco después de la finalización de la última Edad de Hielo, en un periodo conocido como Holoceno temprano. En aquel entonces, la Bahía de Grand Traverse no estaba cubierta por las aguas que conocemos hoy, sino que formaba parte del terreno habitado por comunidades nativas que habitaron y moldearon el paisaje.
Sorprende pensar que esta estructura podría tener cuatro mil años más que el icónico Stonehenge inglés, posicionándola como una de las evidencias más antiguas de organización y propósito ritual o práctico en el continente americano. Si bien la mayoría del mundo está familiarizado con Stonehenge como un monumento megalítico, esta descubierta bajo las aguas del Lago Michigan nos ofrece una perspectiva distinta. A diferencia del monumento europeo, la disposición aquí es más lineal y serpenteante, lo que hace plantear hipótesis desde puntos de vista arqueológicos y antropológicos. El propósito exacto de la construcción sigue siendo materia de investigación y especulación, pues las complejidades de su conservación bajo el agua y la limitación de métodos de análisis como el carbono 14 complican las investigaciones. Sin embargo, algunos científicos apuntan a posibles funciones relacionadas con la alineación astronómica, la demarcación territorial o prácticas de caza y recolección.
Los expertos toman como referencia otras formaciones similares ubicadas en la región de los Grandes Lagos. Por ejemplo, en el Lago Huron, el arqueólogo John O’Shea ha estudiado un conjunto rocoso situado a 36 metros de profundidad a lo largo de la cresta Alpena-Amberley, también fechado en torno a los 9,000 años. Esta estructura parece haber sido un dispositivo para redirigir la migración de caribúes, facilitando la caza por parte de los pueblos antiguos. En la isla Beaver, la más grande en el Lago Michigan, se encuentran círculos de grandes rocas glaciares que, a pesar de estar en tierra firme, poseen inscripciones y marcas especiales, incluyendo bloques con orificios, lo cual sugiere su empleo en actividades funcionales y rituales. Este conjunto de hallazgos subraya una continuidad cultural y una complejidad en las costumbres indígenas ancestrales que sombrían información sobre sus rutinas de supervivencia, creencias y manejo territorial.
La idea de que las piedras encontradas en Grand Traverse pueden haber funcionado como marcadores de calendario o puntos de observación astronómica similar a Stonehenge cobra fuerza en la medida que se profundiza en la investigación. Sin embargo, la naturaleza sumergida de la estructura limita su acceso y análisis detallado, por lo que los especialistas aún deben llevar a cabo estudios más exhaustivos y con tecnología avanzada para conseguir dataciones precisas y desentrañar su significado completo. Un aspecto destacable en la gestión de este descubrimiento fue la colaboración con la comunidad indígena actual, particularmente con la Banda Grand Traverse de Ottawa y Chippewa. El respeto por su ancestralidad llevó a que los investigadores mantuvieran en secreto la ubicación exacta de la estructura, para garantizar su protección contra saqueos y daños. Este gesto refuerza una ética de respeto hacia las poblaciones originarias y sus derechos culturales, además de asegurar la integridad del sitio para futuras generaciones y estudios.
La importancia de la estructura también radica en su potencial para ofrecer indicios sobre la interacción entre humanos y la megafauna extinta. El mastodonte grabado evoca una época en la que estas criaturas coexistían con los habitantes humanos y forman parte del imaginario y la cultura material de esos grupos antiguos. De este modo, la formación subacuática no es simplemente una curiosidad arqueológica, sino un puente entre tiempos remotos que pudo haber servido tanto como monumento espiritual como herramienta para actividades cotidianas. El avance de la tecnología en exploración submarina posibilita que en los próximos años se intensifiquen los estudios y se revitalicen las investigaciones en la Bahía de Grand Traverse. Desde el uso de drones acuáticos hasta innovadores métodos de análisis no invasivos, el panorama científico vislumbra nuevas oportunidades para entender el pasado profundo de la región.
