La ciencia en Estados Unidos ha sido durante décadas un pilar fundamental en el desarrollo tecnológico, médico y ambiental no solo del país, sino a nivel global. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se consolidó como la superpotencia científica gracias a inversiones gubernamentales sostenidas que impulsaron innovaciones trascendentales como el internet, el GPS y numerosos avances médicos. Sin embargo, la llegada de la segunda administración de Donald Trump en 2025 ha puesto en jaque este legado, con medidas que muchos expertos califican como una amenaza sin precedentes para el ecosistema científico nacional. Desde el inicio de esta nueva etapa presidencial, el gobierno ha implementado recortes masivos en el financiamiento a agencias clave como el Instituto Nacional de Salud (NIH), la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF). Solo en el NIH, encargado de financiar más del 40% de la investigación biomédica en el país, se han proyectado recortes de hasta un 40%, mientras que la NASA podría ver reducido su presupuesto casi a la mitad.
Estas cifras representan no solo un golpe económico, sino un frenazo abrupto a proyectos vitales en campos como la lucha contra el cáncer, el Alzheimer, el VIH o la crisis climática. Más allá de la disminución del presupuesto, la administración ha despedido a miles de científicos y empleados gubernamentales que daban soporte a la investigación científica. Estas decisiones están paralizando laboratorios, retrasando ensayos clínicos y creando un ambiente de incertidumbre entre investigadores, académicos y estudiantes. El daño no es solo a corto plazo; especialistas alertan que reconstruir este ecosistema puede tomar décadas, en los que se perderán conocimientos, experiencia y una generación entera de talento. Las políticas migratorias restrictivas impulsadas por esta administración complican aún más la situación, afectando a estudiantes y científicos internacionales que forman una parte sustancial del sector científico estadounidense.
La detención y limitación de acceso de estos profesionales impacta negativamente en la diversidad y el flujo de conocimiento, aspectos esenciales para la innovación y competitividad global. Presiones políticas también han golpeado a universidades de prestigio, con cancelación de miles de becas e investigaciones en instituciones como Harvard, Columbia o Princeton debido a conflictos sobre iniciativas estudiantiles y temas sociales. Esto genera una desconexión entre la academia y el gobierno que pone en riesgo la alianza que ha impulsado grandes avances y el desarrollo tecnológico durante décadas. El plan delineado por el llamado Proyecto 2025, influenciado por el think tank Heritage Foundation, plantea la reducción del llamado "estado administrativo", lo que implica un ataque sistemático a agencias federales dedicadas a la ciencia y a sus funcionarios públicos, a quienes se acusa sin pruebas de corrupción y propaganda ideológica. Este enfoque se traduce en un esfuerzo para privatizar servicios públicos esenciales, con ejemplos como las afectaciones al Servicio Meteorológico Nacional, donde despidos masivos comprometen la capacidad de predicción y monitoreo climático.
Desde el ámbito privado, algunas voces defienden que las empresas tecnológicas y el sector industrial pueden suplir el recorte del gasto público. Sin embargo, expertos alertan que la inversión privada tiene prioridades distintas, enfocadas en desarrollos con retornos de corto plazo y que no asumirán riesgos en investigaciones básicas, muchas veces sin aplicación inmediata, que son las que forman la base para futuros descubrimientos. El consenso entre la comunidad científica es que las decisiones tomadas por esta administración dañan la infraestructura científica y tecnológica más avanzada del mundo, poniendo en riesgo la posición de Estados Unidos en el escenario global. La pérdida de talento, la fuga de cerebros hacia otros países y la disminución de fondos arraigan en un daño que podría tardar décadas en recuperarse, con implicaciones profundas para el progreso científico, la salud pública y la economía. Aunque el gobierno ha prometido fomentar una supuesta "Edad Dorada de la Innovación Estadounidense", la realidad que enfrentan las agencias de investigación y los universitarios es diametralmente opuesta.
La prioridad parece ser el recorte presupuestario al costo de la producción científica y el bienestar social. Esta estrategia ha provocado una oleada de rechazo, con más de 1,900 miembros de la Academia Nacional de Ciencias lanzando alertas y el inicio de litigios por parte de universidades afectadas. El futuro de la ciencia estadounidense, una vez referente mundial sin discusión, enfrenta una encrucijada crítica. El presupuesto federal, las políticas migratorias, la relación con las universidades y el apoyo a la investigación básica son factores determinantes que están siendo modificados de manera profunda y radical. La comunidad internacional también observa con preocupación estas transformaciones, ya que Estados Unidos ha sido tradicionalmente un motor para la colaboración científica global.
En conclusión, la supervivencia y prosperidad de la ciencia en Estados Unidos bajo Trump 2.0 están amenazadas por recortes millonarios, despidos inusitados y una visión política que minimiza el valor del conocimiento y la innovación. El impacto será devastador no solo para científicos y académicos, sino para toda la sociedad, que depende de estos avances para enfrentar desafíos en salud, tecnología y medio ambiente. La reconstrucción de este debilitado sistema requerirá tiempo, recursos y voluntad política, pero para muchos, la pregunta más importante es si todavía es posible detener este retroceso y preservar el liderazgo científico del país.