En abril de 2025, la inflación en Estados Unidos experimentó un retroceso significativo, alcanzando un índice del 2,3% en comparación con el mismo periodo del año anterior. Este dato representa la menor tasa de inflación anual desde febrero de 2021, justo antes de que comenzaran a manifestarse los aumentos de precios relacionados con la pandemia. Este descenso refleja un alivio en la presión inflacionaria que durante meses afectó el bolsillo de los consumidores, sin embargo, las perspectivas para los próximos meses se ven complicadas por la posible reactivación de factores que podrían volver a impulsar el aumento generalizado de los precios. El índice de precios al consumidor (IPC), una herramienta fundamental para medir la variación del costo de vida, mostró una disminución en sectores clave como gasolina, alimentos, ropa, vehículos usados y tarifas aéreas. Los precios de gasolina continúan su tendencia a la baja, con una reducción anual del 12%, influida por una caída general en los precios del petróleo motivada por temores de una posible recesión y una oferta creciente de este recurso.
La bajada de los combustibles representa un alivio importante, ya que impacta positivamente en los costos de transporte y, consecuentemente, en los precios de productos básicos. Los precios de los alimentos también descendieron levemente, con un comportamiento destacado en la reducción del precio de los huevos, que bajaron un 13% en un solo mes. Esta caída contribuye a reducir la presión sobre las familias, aunque el sector sigue siendo vulnerable a fluctuaciones impulsadas por factores climáticos y de oferta global. La ropa y los vehículos usados presentaron descensos moderados en sus precios, mientras que las tarifas aéreas experimentaron una disminución considerable, lo que podría reflejar un aumento en la competencia y un ajuste en la demanda del transporte aéreo. No obstante, detrás de estas cifras positivas se esconde una preocupación creciente entre los economistas sobre el efecto que podrían tener los aranceles impuestos durante la administración del expresidente Donald Trump.
Estas políticas arancelarias, que gravan los productos importados con tasas que varían desde un 10% para la mayoría de socios comerciales hasta más del 30% para productos chinos, representan un costo adicional para las empresas que importan mercancías. La consecuencia inevitable es que estas compañías, para mantenerse rentables, tienden a trasladar esos costos adicionales a los consumidores, generando presiones inflacionarias que podrían revertir la tendencia actual. Expertos en economía advierten que los efectos de los aranceles empezarán a reflejarse con más fuerza en los próximos meses, estimándose que podrían aumentar la inflación hasta en un punto porcentual en el índice general después de seis a nueve meses desde su aplicación. Estas proyecciones se basan en un escenario promedio donde se mantiene un arancel del 10%, aunque la realidad puede variar según las estrategias de precios adoptadas por las empresas importadoras y la evolución del contexto internacional. El informe del Capitol Economics subraya que aunque el impacto inmediato de los aranceles en el IPC de abril fue relativamente contenido, se detectaron aumentos notables en algunos sectores específicos, como equipos de audio y materiales fotográficos, que presentaron incrementos del 9% y 2,2% respectivamente en un solo mes.
Esto sugiere que ciertos segmentos ya comienzan a reflejar las consecuencias de los costos adicionales de importación, presagiando una posible tendencia de escalada de precios en otros rubros. Uno de los factores que podrían moderar la velocidad con la que la inflación aumenta por efectos de los aranceles es la capacidad de las empresas para administrar sus inventarios. Algunas podrían retrasar los incrementos de precios hasta agotar existencias adquiridas antes de la implementación o reaplicación de tarifas, mientras que otras podrían anticipar los aumentos como una estrategia para preparar a los consumidores a futuros ajustes. Además, la inflación en el sector de la vivienda, que representa la mayor proporción en la canasta del IPC, aunque sigue siendo elevada con un aumento anual cercano al 4%, muestra indicios de estabilidad relativa. Esta moderación se da en un contexto donde la oferta y demanda del sector inmobiliario se ajustan lentamente a las condiciones económicas actuales y a las políticas monetarias implementadas para controlar el crecimiento de los precios.
Mientras tanto, la inflación subyacente –que excluye los precios volátiles de energía y alimentos– se situó en un 2,8% en abril, lo que indica que, más allá de los factores transitorios, existe una presión subyacente moderada en el incremento de precios que requiere seguimiento constante por parte de las autoridades económicas. En términos laborales, una desaceleración en el mercado ha reducido la frecuencia de renuncias, lo que a su vez disminuye la urgencia empresarial de aumentar salarios para retener talento. Esta dinámica genera una presión salarial más contenida que contribuye a mantener moderado el crecimiento de los precios en los servicios, otro componente relevante del IPC. La combinación de estos factores muestra un panorama complejo pero manejable para la inflación en el corto plazo. Aunque las últimas cifras invitan a un cierto optimismo sobre el control de los niveles inflacionarios en Estados Unidos, las incertidumbres ligadas a la política comercial y los aranceles plantean dudas significativas sobre la evolución futura.