En la última década, el uso de redes sociales se ha convertido en una parte fundamental de la vida de los adolescentes en todo el mundo. Plataformas como Instagram, TikTok, Snapchat y Facebook no solo han revolucionado la manera en que los jóvenes se comunican, sino que también influyen en su desarrollo psicológico y social. Sin embargo, una pregunta que ha generado creciente interés entre investigadores, educadores y profesionales de la salud es cómo varía el impacto y el uso de estas plataformas entre adolescentes con y sin condiciones de salud mental. Los datos de un estudio nacional realizado en el Reino Unido, que incluyó a más de 3,000 jóvenes de entre 11 y 19 años, ofrece una visión esencial sobre este fenómeno. Este análisis utilizó evaluaciones diagnósticas clínicas para identificar condiciones mentales, lo que representa un avance importante en comparación con estudios anteriores que dependían únicamente de cuestionarios autoinformados.
Este enfoque permite comprender con mayor precisión las diferencias reales en el uso de redes sociales entre adolescentes con condiciones internas, externas y aquellos sin diagnóstico. La investigación encontró que los adolescentes con condiciones de salud mental, en especial aquellos con trastornos internalizantes como depresión y ansiedad, tienden a pasar más tiempo en redes sociales que sus pares sin diagnósticos clínicos. Este mayor nivel de uso, sin embargo, no puede ser interpretado simplemente como un exceso de consumo sino como un reflejo complejo de sus necesidades psicológicas y sociales. Para estos jóvenes, las redes sociales pueden representar tanto una fuente de conexión como un espacio donde enfrentan desafíos emocionales y sociales específicos. Las condiciones internalizantes suelen estar vinculadas a pensamientos negativos sobre uno mismo, preocupación constante y retirada social.
Los adolescentes con estas experiencias tienden a involucrarse con las redes sociales de manera que aumenta la comparación social, que es el acto de evaluar sus propias vidas en relación con las de otros. Esta conducta, cuando se intensifica, puede afectar negativamente su estado de ánimo y autoestima. La investigación destaca que estos adolescentes se sienten más afectados por la retroalimentación recibida en línea, como los “me gusta” y comentarios, lo que puede tener un impacto emocional significativo. En contraste, los jóvenes con trastornos externalizantes, que incluyen comportamientos impulsivos, baja autodisciplina o conductas disruptivas, muestran un patrón de uso diferente. Aunque también pasan más tiempo en línea que los adolescentes sin trastornos, no presentan las mismas tendencias a la comparación social ni al impacto emocional derivado de la interacción en redes.
Esto sugiere que para ellos, el uso puede estar más relacionado con la búsqueda de interacción social inmediata o impulsiva, en lugar de una reflexión interna profunda. Otro punto destacado del estudio es la percepción de satisfacción con las relaciones sociales. Los adolescentes con condiciones de salud mental generalmente reportan un menor grado de felicidad con el número de amigos que tienen en redes sociales. Esta insatisfacción es especialmente marcada en quienes presentan trastornos internalizantes, lo que refleja una posible extensión de sus dificultades sociales offline hacia el entorno virtual. Pese a ello, la mayoría no presentaron diferencias significativas en cuanto a la honestidad y autenticidad con la que se presentan en sus perfiles digitales, aunque aquellos con trastornos internalizantes tendían a mostrarse ligeramente menos auténticos y menos propensos a compartir sinceramente sus sentimientos.
Estos hallazgos plantean importantes implicaciones para la práctica clínica y educativa. Reconocer que los adolescentes con condiciones de salud mental tienen patrones distintivos de uso de redes sociales abre la puerta a intervenciones específicas que aborden sus necesidades particulares. Por ejemplo, en terapias y programas de apoyo psicológico, puede ser útil incluir componentes de psicoeducación sobre el manejo de la comparación social y la interpretación crítica de la retroalimentación online para prevenir la exacerbación de síntomas de ansiedad o depresión. Además, las estrategias para fomentar conexiones sociales saludables, tanto dentro como fuera de internet, pueden ayudar a mejorar la satisfacción y el bienestar general. También es necesario que padres, maestros y profesionales comprendan que aunque el uso de redes sociales es mayor entre algunos adolescentes con problemas de salud mental, no se debe demonizar este comportamiento, sino más bien entenderlo dentro de un contexto más amplio de sus experiencias emocionales.
Es esencial destacar que el estudio no establece causalidad entre el uso de redes sociales y la aparición de trastornos mentales sino solo asociaciones. Es posible que las dificultades emocionales lleven a un uso más intenso, o bien que ciertas formas de interacción en línea amplifiquen síntomas ya existentes. Por lo tanto, la aproximación debe ser matizada y considerar factores individuales, sociales y culturales que influyen en esta dinámica. En cuanto a las diferencias sociodemográficas, la investigación no controló exhaustivamente variables como edad y género para evitar enmascarar las complejas interacciones presentes. No obstante, otras evidencias señalan que niñas y adolescentes tienden a experimentar más efectos negativos vinculados a la comparación social que sus pares masculinos, aunque esto puede variar según el contexto.
Actualmente, existe un creciente consenso entre expertos de que las investigaciones futuras deben implementar métodos longitudinales y experimentales para desentrañar las relaciones temporales y causales entre salud mental y uso de redes sociales. Además, integrar mediciones objetivas de tiempo y actividad en redes junto con autoinformes permitirá obtener una imagen más precisa y completa. Finalmente, no debemos olvidar que la experiencia adolescente en redes sociales es multifacética. Entre los riesgos también se encuentran las oportunidades para apoyo social, expresión personal y aprendizaje. Por ello, el desafío para familias, investigadores y responsables de políticas es diseñar entornos digitales que maximicen estos beneficios y minimicen los daños.
En resumen, el uso de redes sociales entre adolescentes con condiciones de salud mental difiere significativamente en cuanto a duración, percepción y modos de interacción en comparación con aquellos sin diagnósticos clínicos. Estos patrones reflejan tanto las complejidades psicológicas propias de cada condición como los distintos propósitos que el uso de redes cumple en la vida de los jóvenes. Abordar estas diferencias con comprensión y precisión es clave para apoyar su bienestar emocional y social en la era digital.