La preocupación por el cambio climático ha escalado en los últimos años, pero aún sigue faltando una respuesta adecuada y comprometida de quienes tienen el poder de decidir: los adultos de hoy. Mientras los jóvenes y niños reclaman a gritos acciones concretas para salvaguardar su futuro, la inacción de los responsables políticos, económicos y sociales pone en riesgo las condiciones básicas para la vida en el planeta. En un reciente editorial publicado en Nature en mayo de 2025, científicos y expertos han alertado sobre la dura realidad que enfrentarán quienes nacen en esta década debido a la exposición sin precedentes a fenómenos climáticos extremos. Este llamado a la responsabilidad madura es una invitación que no puede ser ignorada. La urgencia de actuar con madurez Durante la Cumbre de Acción Climática de la ONU en 2019, la activista Greta Thunberg dirigió un mensaje desgarrador a los delegados, acusándolos de robar los sueños y la infancia de los jóvenes con palabras vacías y promesas incumplidas.
Ese grito colectivo representa la frustración latente de millones de niños y adolescentes en todo el mundo que perciben la falta de compromiso real para limitar el calentamiento global a 1.5 °C sobre los niveles preindustriales. Los datos que surgen de investigaciones recientes confirman y profundizan este diagnóstico. Uno de los estudios publicados en Nature por Luke Grant y su equipo de la Vrije Universiteit Brussel analiza la exposición a eventos climáticos extremos que tendrán los nacidos en la década actual, en comparación con generaciones anteriores. El contraste es alarmante: mientras alguien nacido en 1960 en Bruselas puede experimentar en promedio tres olas de calor a lo largo de su vida, un niño nacido en 2020 enfrentará entre 11 y 26, dependiendo del ritmo de calentamiento global.
Esta diferencia refleja un salto generacional brutal en la carga climática y los riesgos asociados. El informe no se limita a los países desarrollados, sino que incluye un análisis global que evidencia que la mayoría de los afectados habitan en regiones tropicales, donde los impactos, tales como sequías, fallas en la producción de alimentos, inundaciones y incendios forestales, serán más intensos y frecuentes. Estas zonas poseen además menor capacidad de resiliencia debido a limitaciones en infraestructura y recursos, lo que agrava la vulnerabilidad de sus poblaciones. El compromiso económico y político necesario Frente a esta realidad, los autores del estudio y organizaciones como Save the Children insisten en que no solo se requiere un reconocimiento del problema, sino un compromiso urgente y ambicioso a nivel global. La comunidad internacional acordó destinar 300 mil millones de dólares anuales en financiamiento climático, una cifra que se considera indispensable para implementar medidas efectivas de adaptación y mitigación.
Sin embargo, la brecha entre los compromisos y la acción real persiste, lo que profundiza las desigualdades y mina la confianza de las generaciones jóvenes. Este financiamiento debe enfocarse en fortalecer la infraestructura resiliente, impulsar tecnologías limpias, promover cambios sociales y económicos que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero y protejan los medios de vida más vulnerables. El rol de los adultos en posiciones de toma de decisión es crucial para transformar esos compromisos en políticas públicas concretas y eficaces. El impacto psicológico y social en las nuevas generaciones Más allá de los daños materiales y ambientales, la crisis climática genera un profundo impacto psicológico en los jóvenes que ven amenazada su existencia y la de sus comunidades. La angustia ecológica, la frustración y el sentimiento de abandono son realidades que deben motivar a una respuesta social más empática y responsable.
Los mensajes de jóvenes activistas y las voces directas de quienes padecen ya los efectos del cambio climático son una llamada a la ética y al sentido común para quienes deben actuar. Reconocer que las decisiones tomadas hoy determinarán la calidad de vida de los nacidos esta década es un acto de responsabilidad intergeneracional que apenas comienza a ser asumido. La madurez espera respuestas bien fundamentadas, comprometidas y sostenibles, que trasciendan el corto plazo y privilegien el bienestar común. El camino hacia un futuro sostenible Para lograr que la acción climática llegue a ser verdaderamente adulta es necesario fomentar una cultura de sostenibilidad que implique cambios profundos en cada esfera: desde el consumo hasta las políticas públicas, la educación y la actividad empresarial. Resulta fundamental fortalecer la cooperación internacional, especialmente con los países más afectados y menos preparados para enfrentar los impactos climáticos.
Además, la integración de la ciencia en la formulación de políticas debe ser una norma inquebrantable para garantizar que las medidas se basen en evidencia sólida y sean capaces de anticipar desafíos futuros. La innovación tecnológica y social juega un papel clave, siempre que esté guiada por principios éticos y de justicia ambiental. En definitiva, los adultos de hoy tienen la tarea ineludible de actuar con la responsabilidad y urgencia que demanda la crisis climática. Ya no es tiempo de palabras vacías ni de postergaciones: el futuro de millones depende de decisiones maduras, valientes y coherentes que garanticen un mundo habitable para todas las generaciones venideras.