El inicio de la marcha en los bebés representa un evento clave dentro de su desarrollo neuropsicomotor, siendo un indicador importante para pediatras, padres y profesionales de la salud. Hasta hace poco, la comprensión sobre los factores que determinan la edad en la que un niño comienza a caminar era limitada y se enfocaba mayormente en aspectos ambientales o en condiciones clínicas explícitas. Sin embargo, un reciente y extenso meta-análisis que evaluó datos genéticos de más de 70,000 bebés de ascendencia europea ha revolucionado el enfoque científico respecto a este hito infantil, ofreciendo una perspectiva renovada sobre el papel de la genética en este proceso. Este estudio pionero no sólo confirma que la edad de inicio de la marcha es un rasgo altamente poligénico, es decir, influenciado por una gran variedad de genes comunes, sino que también identifica once loci genéticos independientes que tienen una asociación significativa con este rasgo. La contribución genética, medida en términos de heredabilidad basada en polimorfismos de nucleótido único (SNP, por sus siglas en inglés), se estimó en alrededor del 24%, lo que indica que casi una cuarta parte de la variación en la edad cuando los niños comienzan a caminar puede ser explicada por la genética común.
Una de las regiones genéticas más destacadas identificadas en el meta-análisis está vinculada al gen RBL2. Este gen codifica una proteína esencial para la regulación del ciclo celular y tiene una significativa consecución funcional en el cerebro. Curiosamente, mutaciones raras en RBL2 han sido previamente asociadas con trastornos neurodesarrollativos severos que incluyen hipotonía, retraso en el desarrollo y ausencia o demora marcada en el inicio de la marcha. Estas asociaciones apuntan a que las variantes comunes en este gen también pueden modular, en menor escala, la variabilidad natural observada en la población general. Además de descubrir estos loci, el estudio realizó un análisis de correlación genética que reveló una conexión negativa entre la edad de inicio de la marcha y la predisposición genética al trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y al índice de masa corporal (IMC).
Es decir, los bebés genéticamente predispuestos a un comienzo más temprano para caminar tienden a mostrar puntuaciones más altas en riesgo de TDAH, así como un IMC más bajo en etapas posteriores. Por otro lado, el inicio más tardío de la marcha se asoció con una mayor complejidad en la estructura cerebral, específicamente en la cantidad de pliegues corticales (giro) presentes tanto en cerebros infantiles como adultos. Estos hallazgos sugieren una relación biológica compleja entre el desarrollo motor temprano y otras dimensiones del neurodesarrollo y la salud física. El análisis de puntuaciones poligénicas (scores que resumen la contribución conjunta de miles de variaciones genéticas pequeñas) permitió predecir entre un 3% y un 5.6% de la varianza en la edad al inicio de la marcha fuera de la muestra original, lo que representa un avance considerable en la capacidad de anticipar este rasgo desde el genoma.
Para comprobar que estas asociaciones genéticas reflejan principalmente efectos directos y no están influidas por factores como crianza compartida o ambientes familiares comunes, se llevaron a cabo análisis en gemelos y hermanos, donde se confirmó que la señal genética vinculada al inicio de la marcha es robusta e independiente de tales efectos indirectos. Desde una perspectiva neuroanatómica, el estudio también estableció vínculos entre la puntuación poligénica para el inicio de la marcha y variaciones en el volumen de estructuras cerebrales al nacimiento. Particularmente, se observó una asociación positiva con regiones clave responsables del control motor, tales como los ganglios basales, el tálamo, el cerebelo y el tronco encefálico, lo que refuerza el papel crucial de estas áreas en la adquisición de la marcha. El impacto de estos resultados es significativo para la salud pública y la pediatría. Actualmente, la falta de adquisición independiente de la marcha para los 18 meses se considera un signo de alarma que puede justificar la evaluación por parte de especialistas.
Sin embargo, la variabilidad natural en la edad en que los niños comienzan a caminar es amplia y parte de esta corresponde a diferencias genéticas no relacionadas con patologías. Comprender el componente genético permite distinguir mejor qué casos pueden requerir intervención y cuáles reflejan simplemente diferencias normales en el desarrollo. Los especialistas también consideran que el inicio temprano o tardío de la marcha podría estar asociado a traumas o trastornos no evidentes en etapas iniciales. Por ejemplo, la asociación genética con el TDAH destaca la convergencia de rasgos motores y comportamentales, sugiriendo que la neurodesarrollo es multifacético y los hitos motores pueden predecir aspectos cognitivos o conductuales posteriores. Además, este meta-análisis también revela una importante superposición genética entre el inicio de la marcha y características cognitivas, tales como rendimiento intelectual y años de educación alcanzados.
Curiosamente, el overlap no es absoluto: mientras algunos genes influyen simultáneamente para retrasar la marcha y mejorar el rendimiento académico, otros tienen efectos opuestos, reflejando una compleja arquitectura genética que modula múltiples dominios del funcionamiento humano. Las implicaciones futuras de esta investigación son variadas. En primer lugar, podría resultar en mejores herramientas predictivas que integren información genética junto con datos clínicos para la detección temprana de retrasos en el desarrollo motor y posibles trastornos neurológicos asociados. En segundo lugar, el conocimiento de los genes involucrados abre la puerta a investigaciones funcionales para comprender los mecanismos moleculares que regulan el desarrollo motor, permitiendo diseñar intervenciones específicas o terapias que optimicen el proceso. En cuanto a la población estudiada, el análisis se centra en bebés de ascendencia europea, dado que los datos disponibles para otros grupos ancestrales aún no alcanzan el tamaño muestral necesario para estudios con suficiente poder estadístico.
Expander estas investigaciones a poblaciones globales diversas será una prioridad para validar y ampliar los hallazgos, además de garantizar equidad en la aplicación clínica de las tecnologías genéticas. Asimismo, la calidad del fenotipo edad al inicio de la marcha fue garantizada mediante reportes parentales confiables, que aunque pueden tener cierto margen de error, han demostrado ser útiles y consistentes en estudios previos. La inclusión de grandes cohortes y meta-análisis permite mitigar estos errores individuales y detectar señales robustas a nivel poblacional. Los descubrimientos plantean también cuestiones sobre el equilibrio evolutivo entre el inicio temprano de la locomoción y su relación con el desarrollo cerebral. Mientras que las ventajas de caminar temprano pueden incluir una mayor exploración y aprendizaje, el retraso puede estar asociado a un desarrollo cerebral más prolongado y complejo, posiblemente facilitando funciones cognitivas superiores.