La experiencia de viajar en tiempos de creciente tensión política puede transformarse en una travesía cargada de miedo, incertidumbre y sospecha, especialmente cuando la identidad y la historia personal se convierten en motivos para la vigilancia y el acoso. Este es el caso de Hebh Jamal, una periodista y activista palestina-americana, quien comparte su experiencia de hostigamiento en el aeropuerto de Newark, un episodio que refleja la profunda desconfianza y temor que ciertas autoridades gubernamentales de Estados Unidos albergan hacia su persona y, por extensión, hacia la comunidad palestina en general. Hebh Jamal ha vivido durante varios años en Alemania, país donde ya enfrentó múltiples episodios de acoso y censura por su compromiso con la causa palestina y su activismo en contra de la discriminación y la ocupación. Sin embargo, fue al regresar a Estados Unidos que se topó con un nivel de intimidación aún más intenso, evidenciando que incluso la ciudadanía estadounidense no garantiza plena protección frente a prácticas de vigilancia selectiva y sistemática. El episodio más impactante tuvo lugar el 24 de marzo, en un viaje que precedente su retorno desde Alemania hacia Estados Unidos.
Mientras esperaba en la puerta de embarque en Frankfurt, fue abordada por agentes del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), quienes no sólo enfocaron toda su atención en su esposo, un ciudadano alemán, sino que también les hicieron evidentes los mecanismos de control y sospecha que operan tras bambalinas. La inspección exhaustiva de pasaportes, las interrogaciones invasivas sobre su visita previa a Gaza y las preguntas que parecían diseñadas con intención de señalar alguna conexión política o ideológica negativa, no dejaron lugar a dudas: eran objetivos directos debido a su identidad y sus vínculos con el activismo palestino. La llegada al aeropuerto de Newark fue un momento de tensión insoportable. Aun con sus hijos pequeños durmiendo en brazos, Hebh y su esposo fueron separados y sometidos a interrogatorios rigurosos por parte de agentes que no se identificaron formalmente, aunque ella sospecha que pertenecían al mismo cuerpo de seguridad. Las preguntas giraban en torno a sus motivos para viajar, los contactos que tenían en Gaza y, crucialmente, sus vínculos con grupos como Hamas.
Las preguntas no sólo buscaron información, sino que parecían diseñadas para desestabilizar y justificar un tratamiento diferencial y punitivo. El acoso se extendió a la invasión de la privacidad mediante la confiscación de sus teléfonos móviles y la recopilación no explicada de datos personales, como dirección de correo electrónico, cuentas de redes sociales y números telefónicos. La presión implícita y explícita para cooperar fue acompañada por una amenaza directa: la deportación inminente de su esposo si no obedecían las órdenes. Posteriormente, tras la devolución del material electrónico, les advirtieron que debían alejarse de toda actividad política para evitar nuevas complicaciones. Este episodio es un microcosmos de una realidad mucho más amplia en la que ciudadanos palestinos, activistas y críticos de las políticas oficiales se enfrentan a un sistema que los etiqueta como problemas de seguridad nacional por sus orígenes o convicciones.
La vigilancia política, la criminalización de las voces disidentes y la intimidación son herramientas que buscan silenciar testimonios incómodos y limitar la capacidad de expresión y movilización de comunidades enteras. Además, este contexto se enmarca dentro de un conflicto mucho más grande y desgarrador que niega derechos básicos y perpetúa el sufrimiento. Hebh Jamal recuerda con dolor la pérdida de 50 miembros de su familia durante la violencia en Gaza, un genocidio respaldado por acciones y financiamiento que Estados Unidos ha facilitado. Frente a esta realidad, la respuesta de las autoridades ha sido intensificar el control sobre quienes denuncian estas injusticias, marginalizándolos y estigmatizándolos. La experiencia de Hebh subraya la vulnerabilidad que existe incluso cuando se posee la ciudadanía estadounidense.
También evidencia cómo la libertad de expresión puede verse seriamente amenazada cuando el discurso se vuelve incómodo para aquellos que ostentan el poder. En este sentido, la intersección entre identidad, activismo y seguridad nacional crea un terreno peligroso para quienes buscan no sólo informar al mundo, sino también representar a comunidades silenciadas oprimidas por conflictos largamente ignorados o mal comprendidos. El relato también destaca la cooperación entre países que comparten intereses estratégicos, como Alemania y Estados Unidos, en materia de seguridad y control migratorio. La sospecha es que existe un intercambio previo de información para identificar personas consideradas “suspectas” antes de que siquiera ingresen al territorio estadounidense, ampliando así el alcance de la vigilancia y el acoso más allá de las fronteras nacionales. En tiempos donde la crisis humanitaria en Gaza ocupa los titulares pero rara vez se convierte en prioridad, la criminalización de activistas y periodistas como Hebh Jamal pone en evidencia los esfuerzos por silenciar relatos que desafían narrativas oficiales.
La intimidación no sólo busca evitar la denuncia, sino también apagar la memoria y la justicia que las voces de sobrevivientes y testigos intentan preservar con valentía. A pesar de las amenazas y el miedo sembrado, la resistencia es la otra cara de esta historia. Como ella misma afirma, existen límites que el Estado no puede traspasar: la voz, el recuerdo y el compromiso con la justicia que se han transformado en herramientas insustituibles para enfrentar la opresión. La lucha por la narrativa, por la visibilidad y por los derechos fundamentales sigue vigente. En ella, la experiencia vivida en el aeropuerto de Newark se convierte en un símbolo potente de las tensiones entre el poder, la seguridad y la libertad.
También plantea preguntas profundas sobre la naturaleza de la democracia y los límites que existen cuando la protección estatal se convierte en persecución para algunos ciudadanos. En conclusión, esta historia denuncia el uso desmedido y selectivo de los mecanismos estatales para intimidar y controlar a una comunidad en particular. Es un llamado a reflexionar sobre los derechos humanos, la justicia y la protección de quienes, con su trabajo y activismo, luchan por un mundo más equitativo y consciente. Las sombras de miedo e intimidación que se ciernen en el aeropuerto de Newark no deben opacar las voces que claman por paz y dignidad en medio de la tormenta.