En un mundo cada vez más interconectado y dominado por la tecnología, la privacidad se ha convertido en un bien escaso y valioso. La inteligencia artificial (IA), con todos sus avances y potenciales beneficios, también está acelerando una transformación radical en cómo se recopilan, analizan y utilizan los datos personales. La frase “Todos tus datos nos pertenecen” encapsula una realidad inquietante: la vigilancia digital masiva está llegando a niveles sin precedentes, y las implicaciones sociales, políticas y éticas son profundas. El contexto actual no es casualidad. Empresas tecnológicas de primera línea, como OpenAI, están ampliando sus horizontes más allá de la IA generativa para incursionar en territorios relacionados con la vigilancia digital.
Esta estrategia incluye alianzas con figuras y entidades históricamente vinculadas a servicios de inteligencia, la incorporación en juntas directivas de líderes con experiencia en seguridad cibernética gubernamental, y la inversión en tecnologías aparentemente tangenciales, como dispositivos de cámaras web. Todo apunta a una convergencia entre tecnología de IA y vigilancia masiva que puede significar un punto de inflexión en cómo se gestionan los datos personales. Estos movimientos despiertan alarmas fundamentadas. La perspectiva de que una red social impulsada por IA pueda ser utilizada como una plataforma para recolectar y explotar datos de usuarios no es solo una hipótesis especulativa, sino una posibilidad concreta y cercana. Además, las declaraciones abiertas por parte de líderes de empresas tecnológicas refuerzan esta tendencia, evidenciando que la acumulación de datos privados es un objetivo clave dentro de sus estrategias comerciales.
El uso de tecnología para la vigilancia masiva tiene implicaciones más allá de lo estrictamente comercial. Como señala la autora Carissa Veliz, reconocida por su trabajo sobre privacidad y poder, la privacidad no debe entenderse únicamente como un derecho individual basado en preferencias personales, sino como un pilar fundamental de la democracia liberal. La capacidad de los ciudadanos para controlar sus datos personales constituye una forma de poder colectivo que protege contra abusos, manipulación y tendencias autoritarias. Desde esta perspectiva, la vigilancia tecnológica no es solo una cuestión de comodidad o modernidad, sino un instrumento de control social que puede amenazar derechos fundamentales y alterar relaciones de poder. El panorama se agrava cuando consideramos que muchas de estas tecnologías no están reguladas de manera efectiva y operan a menudo bajo opacidad, limitando la capacidad de los ciudadanos para cuestionar, comprender o resistir estos avances.
La relación entre IA y vigilancia se potencia por el progreso en capacidades técnicas como el reconocimiento facial, el análisis de patrones de comportamiento y la integración de datos provenientes de múltiples fuentes. Estos elementos permiten crear perfiles detallados y dinámicos de individuos que pueden ser utilizados para influir en decisiones políticas, comerciales y sociales con una precisión sin precedentes. Ante esta situación, es esencial que la sociedad civil, los reguladores y los propios desarrolladores de tecnologías asuman una postura proactiva. La discusión pública debe profundizarse y extenderse para garantizar que se defina un marco ético y legal que proteja la privacidad, limite el uso abusivo de la vigilancia y preserve las condiciones para una democracia saludable. Cabe destacar que la elección no es desesperanzadora.