El draft de la NBA de 1985 representa un momento histórico que aún genera debates, sospechas y una fascinación casi mitológica dentro del mundo del baloncesto. Durante décadas, aficionados, expertos y periodistas han cuestionado la legitimidad del proceso que llevó a Patrick Ewing, una de las mayores promesas del deporte en ese momento, a vestir la camiseta de los New York Knicks. Pero, ¿fue realmente un sorteo justo o hubo manipulaciones detrás de la escena? La historia detrás de la llamada “Conspiración Ewing” es tan apasionante como la carrera del propio jugador y el impacto que tuvo en la liga y en la cultura del deporte americano. En la década de los 80, la NBA se encontraba en un momento complicado. El sistema para determinar el orden del draft era una invitación abierta para que los equipos perdedores eligieran a los jugadores más prometedores con la esperanza de reestructurar sus fracasos.
Este esquema, donde el equipo con peor récord de la temporada tenía la primera elección, originó una práctica conocida como “tanking”, donde los equipos perdían intencionadamente para mejorar sus probabilidades en el sorteo. Dueños y directivos estaban frustrados y la liga, bajo la dirección del entonces joven comisionado David Stern, buscaba una solución para frenar esta dinámica perjudicial para la competitividad y la credibilidad. El contexto era delicado. Equipos como los San Diego Clippers, bajo el mando de Donald Sterling, eran notoriamente conocidos por su mala gestión y por aceptar la derrota como vía para ganar en el futuro. Mientras algunos disfrutaban los resultados de esta estrategia, otros veían cómo la percepción pública y la integridad del baloncesto estaban en riesgo.
En respuesta, la NBA implementó en 1985 por primera vez una lotería para decidir el orden del draft. El objetivo era simple: introducir un elemento de azar que desalentara el perder a propósito y, al mismo tiempo, mantener el interés del público. La estrella indiscutible del draft ese año era Patrick Ewing, un gigante de 7 pies que había brillado en la universidad, considerado el mejor jugador aspirante desde hacía mucho tiempo. Su llegada significaba no solo potencia deportiva, sino una inyección necesaria de entusiasmo para una liga que intentaba reinventarse. Durante ese evento celebrado en el Waldorf Astoria de Nueva York, un componente clave del suspense fue el peculiar sistema de sorteo: siete grandes sobres con los nombres de los equipos se introdujeron dentro de un tambor de plástico transparente, diseñado para ser visualmente atractivo para la televisión.
Sin embargo, este diseño poco convencional, que buscaba evitar que las pelotas del estilo de tenis de mesa se cayeran, se convirtió en parte de la controversia. Los sobres, rígidos y cuadrados, no rodaban fácilmente, aumentando las suspicacias acerca de la transparencia del método. Los momentos que siguieron ya forman parte de la leyenda. Mientras David Stern y el representante de la firma auditora, Ernst & Whinney, revolvían el tambor, quedó un sobre con una esquina aparentemente doblada, la cual fue claramente identificada por las cámaras y espectadores. Justamente ese sobre correspondía a los New York Knicks, equipo que dejó más de medio mundo paralizado al obtener el segundo puesto del draft y con él el derecho a elegir a Ewing.
La emoción en la sala, la euforia de los seguidores y la presencia mediática generaron una atmósfera formidable, pero no hizo más que alimentar las dudas. Numerosos rumores y teorías conspirativas empezaron a circular desde entonces. Algunos aseguraban que la esquina doblada había sido intencional para facilitar la identificación del sobre ganador. Otros incluso afirmaban que los sobres fueron congelados para que fueran más fáciles de detectar y elegir por Stern. La conexión entre la firma auditora y la empresa propietaria de los Knicks añadió otra capa de sospecha, alimentada por declaraciones coloquiales de ejecutivos que en broma comentaban que la firma podría ser despedida si el equipo neoyorquino no obtenía a Ewing.
Pero más allá del debate sobre la posible manipulación, lo esencial es entender el impacto que este evento tuvo en la NBA y en el baloncesto en general. La introducción de la lotería representó un cambio radical en la manera de gestionar la competición, marcando el inicio de un sistema que se ha ido refinando con el objetivo de mantener la equidad y el interés competitivo. En años posteriores, la lotería se volvió más compleja, con sistemas de bolas numeradas y auditorías rigurosas para disminuir al máximo cualquier sospecha. En el plano deportivo, la llegada de Ewing a los Knicks fue una transición vital para la franquicia. Aunque el éxito en términos de campeonatos tardó en llegar, Ewing se convirtió en un ícono del baloncesto, liderando a los Knicks a múltiples playoffs y a una histórica aparición en las Finales de la NBA en 1994.
Su figura trascendió la cancha y simbolizó la esperanza y la revitalización de un equipo y una ciudad con afinidad profunda por el baloncesto. Sin embargo, la sombra de la conspiración nunca desapareció. Jugadores, agentes y ejecutivos intercambiaron opiniones divididas. Algunos creían firmemente en la posibilidad del amaño, mientras que otros descartaban la idea como poco práctica y peligrosa para la credibilidad de la liga. El propio Stern se mostró siempre esquivo, combinando respuestas humorísticas con momentos de indignación cuando se le interrogaba sobre la hipótesis del arreglo.
La percepción pública también ha jugado un papel crucial en mantener viva la narrativa. En la era digital, videos del sorteo, análisis de magos expertos y debates en foros han convertido el caso Ewing en una especie de moderno mito urbano del deporte. Esta fascinación es comprensible: el sabor del misterio y la sensación de que algo extraordinario pudo haber sucedido alimentan el interés y la conexión de los aficionados con la historia. Además, la “Conspiración Ewing” ilustra la dualidad presente en la cultura deportiva: la necesidad de creer en la justicia absoluta del juego frente al atractivo de la teoría del complot como una forma de entender las sorpresas y resultados inesperados. En cierto sentido, este evento marcó un antes y un después en el enfoque que tienen los espectadores y analistas sobre la integridad de los procesos deportivos.
El legado de aquel draft sigue vigente. Los sistemas de lotería y selección han evolucionado, y aunque nunca han podido erradicar de manera total las prácticas de perder para ganar, sí han mejorado la transparencia y la emoción entorno al draft. La relevancia del caso radica no solo en si fue o no amañado, sino en cómo ese momento se convirtió en un punto de inflexión para una liga que buscaba protegerse y crecer. En definitiva, la historia del sorteo del draft de 1985 es un capítulo fascinante del baloncesto que trasciende el deporte para hablar de confianza, espectáculo y misterio. Patrick Ewing no solo es recordado por su talento y logros, sino también por la leyenda que lo rodea desde su llegada a Nueva York.
A día de hoy, quizá nunca sepamos con certeza si la conspiración fue real o fruto de una mezcla de coincidencias y sospechas humanas, pero lo que sí es seguro es que aquel momento estuvo lleno de drama, emoción y un impacto duradero en la cultura del baloncesto profesional.