La generación millennial, nacida entre principios de los años ochenta y finales de los noventa, ha enfrentado retos económicos sin precedentes que han condicionado profundamente su acceso al sistema capitalista tradicional. Este fenómeno, conocido popularmente como que los millennials fueron “expulsados” o “excluidos” del capitalismo, no es simplemente una cuestión de malas decisiones personales, sino una compleja combinación de factores estructurales, económicos y sociales que han alterado su posición económica y social en la sociedad contemporánea. Al contrario de generaciones anteriores, los millennials han crecido en un entorno marcado por crisis financieras recurrentes, cambios laborales significativos y un aumento en los costos de vida que han escalaron mucho más rápido que sus ingresos. Estos elementos han ocasionado que muchos jóvenes de esta generación vean frustradas sus aspiraciones clásicas de estabilidad financiera, adquisición de vivienda propia y acumulación de patrimonio, pilares tradicionales para formar parte activa y próspera del sistema capitalista. Uno de los factores determinantes es el mercado laboral.
La precarización del empleo con contratos temporales, jornadas parciales involuntarias y la proliferación de trabajos freelance sin garantías sociales sólidas son una constante entre los millennials. A diferencia de sus padres, quienes contaron con empleos estables y con beneficios a largo plazo, los jóvenes enfrentan una economía laboral fragmentada, donde la seguridad y la progresión profesional son difíciles de alcanzar. Esto impacta directamente en su capacidad de ahorro e inversión, elementos esenciales para insertarse en el capitalismo como actores económicos relevantes. Además, la educación superior, una herramienta tradicional para mejorar el futuro económico, se ha convertido en un arma de doble filo para muchos millennials. La mayoría debe cargar con deudas estudiantiles considerables, lo que limita su liquidez y capacidad de gasto durante años, generando un efecto de arrastre financiero que retrasa adquisiciones significativas como la vivienda o la inversión en negocios propios.
El mercado inmobiliario también ha contribuido a esta exclusión. El aumento vertiginoso de los precios de las viviendas en las grandes ciudades ha hecho que para muchos millennials sea imposible pensar en comprar un inmueble. La tendencia hacia la concentración de la propiedad en manos de pocas empresas o individuos con grandes capitales, junto con la dificultad para acceder a créditos hipotecarios asequibles, ha generado una barrera estructural que aliena a esta generación del sueño de la propiedad inmobiliaria, un pilar fundamental para la acumulación de riqueza bajo el capitalismo. Otro aspecto importante es el cambio en los hábitos y valores de consumo. La generación millennial tiende a priorizar experiencias sobre la acumulación material, una característica cultural que a muchos analistas les lleva a pensar que simplemente existe una transformación en la forma en que se participa en la economía capitalista.
Sin embargo, la realidad es que detrás de esta preferencia muchas veces se esconde la imposibilidad real de adquirir bienes duraderos o invertir en activos tradicionales, lo cual refleja una exclusión económica más profunda que un cambio meramente cultural. La tecnología y la digitalización también han moldeado las oportunidades económicas de los millennials, tanto para bien como para mal. Por un lado, las plataformas digitales han abierto nuevas formas de generación de ingresos y emprendimiento, desde trabajos en línea hasta negocios basados en contenido digital. Por otro lado, esta nueva economía digital está marcada por altos niveles de competencia, bajos salarios en muchos sectores y una constante necesidad de actualización de habilidades, lo que puede generar inseguridad económica constante y limitar el crecimiento patrimonial. Este fenómeno no solo afecta a nivel personal o familiar, sino que también tiene implicaciones sociales y políticas significativas.
La precarización económica de los millennials ha generado descontento y ha influido en el aumento del activismo social y político en torno a temas como la igualdad económica, la reforma del sistema educativo, los derechos laborales y la regulación del mercado inmobiliario. La exclusión económica también genera una brecha generacional que pone en tela de juicio la sostenibilidad del capitalismo tal como se ha estructurado hasta ahora. Además, las políticas públicas y económicas adoptadas en las últimas décadas, muchas veces diseñadas para favorecer la estabilidad macroeconómica a corto plazo o el crecimiento de ciertos sectores, no han logrado compensar los efectos negativos que enfrentan los millennials. Esto ha dejado a muchos jóvenes sin herramientas adecuadas para afrontar los retos de acceso a la vivienda, al empleo digno y a la protección social. En resumen, la generación millennial se encuentra en una encrucijada donde su acceso al capitalismo está limitado por una serie de factores estructurales que van desde la precarización laboral y la crisis educativa hasta la inaccesibilidad del mercado inmobiliario y la transformación cultural en los patrones de consumo.
Para revertir esta situación es crucial entender que las soluciones no pasan solo por el esfuerzo individual, sino por políticas públicas integrales que aborden estos desafíos desde la raíz y promuevan condiciones económicas más justas y equitativas. La evolución de la economía global y las nuevas dinámicas que dictan la relación entre trabajadores y capital también demandan una reconsideración de los modelos tradicionales de acumulación y participación económica. Los millennials, con su experiencia y aspiraciones, pueden ser agentes claves para imaginar y construir un sistema más inclusivo y adaptado a los desafíos del siglo XXI. Sin embargo, para que esto sea posible, es indispensable que las barreras estructurales que los han excluido se reconozcan y se eliminen a través de un compromiso social y político más profundo y efectivo.