La mortalidad y la expectativa de vida son indicadores cruciales para entender la salud pública y el desarrollo social de cualquier país. En Estados Unidos, un vasto territorio con gran diversidad demográfica, económica y social, estas métricas presentan variaciones notables entre los diferentes estados, que reflejan condiciones regionales específicas y políticas públicas diversas. Analizar la mortalidad y la expectativa de vida desde la perspectiva de las cohortes de nacimiento, más allá de sólo datos transversales por años o grupos de edad, proporciona una visión más completa del bienestar y los desafíos de cada generación en su contexto histórico. Durante el siglo XX, Estados Unidos experimentó un notable incremento en la esperanza de vida gracias a mejoras en la medicina, la sanidad, y la calidad de vida en general. Sin embargo, este aumento no fue homogéneo ni alcanzó a todas las regiones por igual.
Estados del noreste y oeste americano observaron mejoras significativas, mientras que en varios estados del sur los incrementos fueron mucho más modestos o estancados. Estos desequilibrios subrayan que las condiciones sociales, económicas y políticas tienen un impacto directo en la salud y longevidad de las poblaciones. El análisis por cohortes de nacimiento permite seguir a grupos específicos de personas desde su nacimiento a lo largo del tiempo y observar cómo factores propios de su generación, como exposiciones a enfermedades, hábitos de vida o políticas públicas, afectan su mortalidad y esperanza de vida. Por ejemplo, los nacidos en el 1900 y los nacidos en el 2000 enfrentan circunstancias muy distintas y sus trayectorias vitales reflejan estas diferencias. Una de las revelaciones clave en los estudios recientes es que, en ciertas partes del país, especialmente en el sur, las mujeres nacidas en 1900 apenas han visto un cambio en la expectativa de vida al comparar su cohorte con la de 2000.
El método utilizado en tales investigaciones se basa en modelos estadísticos robustos denominados modelos edad-período-cohorte, que permiten separar los efectos que tiene la edad, el periodo temporal y el año de nacimiento sobre las tasas de mortalidad. Aplicando esta metodología a un universo de datos que abarca millones de defunciones en Estados Unidos desde 1969 hasta 2020, es posible estimar de manera precisa cómo han evolucionado las tasas de mortalidad y la esperanza de vida no solo por estados sino también a lo largo de distintas generaciones. Los resultados son contundentes. Mientras estados como Nueva York y California muestran incrementos en la expectativa de vida al nacer para mujeres que superan los veinte años entre las cohortes de 1900 y 2000, estados en el sur como Oklahoma ven una virtual estancamiento, con cambios que apenas llegan a un año. Este fenómeno se refleja también en la mortalidad masculina, donde las mejoras después de 1950 en muchos estados sureños han sido inferiores a dos años.
La persistencia de estas disparidades tiene múltiples causas, entre ellas las diferencias en políticas de salud, acceso a servicios médicos, niveles socioeconómicos, comportamientos de riesgo y aspectos ambientales. Uno de los indicadores utilizados para evaluar la velocidad a la que la mortalidad aumenta con la edad es el tiempo que tarda en duplicarse la tasa de mortalidad a partir de los 35 años. Este tiempo varía considerablemente entre estados y sexos. Por lo general, las mujeres presentan un tiempo más largo para la duplicación, lo que indica una tasa de aumento de mortalidad más lenta en comparación con los hombres. Washington, D.
C., funciona como un caso atípico positivo con tiempos de duplicación mayores que la media nacional, lo que apunta a circunstancias favorables en esta jurisdicción urbana, posiblemente relacionadas con mejor acceso a servicios médicos y cambios demográficos beneficiosos. Las causas detrás de estas diferencias regionales son complejas y multidimensionales. Desde la influencia de políticas estatales que promueven el control del tabaco y otras conductas saludables hasta factores sociales como la pobreza, la educación y el entorno laboral, todo contribuye a la conformación del perfil de salud y mortalidad de cada cohorte. Asimismo, factores externos, como la urbanización o la ruralidad, también juegan un papel, ya que influyen en el acceso a servicios y en los estilos de vida.
Es notable el caso de California, que implementó tempranamente leyes restrictivas sobre el consumo de tabaco, lo que impactó positivamente en los hábitos de la población y repercutió favorablemente en la esperanza de vida. En contraste, estados como Kentucky y otros en el sur no adoptaron tempranamente estas políticas y han experimentado tasas superiores de consumo de tabaco y, consecuentemente, mayores tasas de mortalidad relacionadas. Además, temas emergentes recientes como la crisis de opioides, el aumento de muertes por sobredosis, o la pandemia de COVID-19 tuvieron impactos diferenciados según el estado y la cohorte, aunque estos efectos recientes requerirán estudios específicos para ser cuantificados con precisión. Por otro lado, el seguimiento por cohortes ofrece una herramienta valiosa para diseñar políticas públicas más efectivas. Al entender cómo distintos grupos de personas han sido afectados por decisiones anteriores o por cambios socioeconómicos, los legisladores pueden focalizar estrategias en función de necesidades reales y expectativas de resultados a largo plazo.
Esto es particularmente relevante en programas de prevención, control de enfermedades crónicas y promoción de estilos de vida saludables que actúan temprano en la vida y cuyos beneficios se reflejan en fases posteriores. La existencia de amplias disparidades en mortalidad y esperanza de vida también muestra la necesidad de promover la equidad en salud. La persistencia de diferencias notorias entre estados indica que el progreso no se distribuye de manera uniforme y que existe una deuda pendiente por mejorar las condiciones en las regiones menos favorecidas para alcanzar un estándar común de bienestar. En resumen, el análisis de mortalidad y expectativa de vida por cohortes de nacimiento en Estados Unidos revela un panorama donde el progreso no ha sido equitativo, especialmente en el sur del país. La variabilidad regional, condicionada por factores socioeconómicos, políticas públicas y estilos de vida, ha conllevado resultados dispares para distintas generaciones.
El enfoque en cohortes permite comprender mejor estas dinámicas y representa una valiosa herramienta para orientar intervenciones y políticas que busquen mejorar la salud poblacional y reducir las desigualdades en el siglo XXI. Con la disponibilidad creciente de datos y el avance en técnicas de análisis, se abre un camino para que investigaciones futuras puedan evaluar con mayor detalle el impacto de eventos recientes y las nuevas políticas de salud, además de incorporar más factores como la migración estatal y la composición étnica, que también influyen en la mortalidad. Sin duda, estas iniciativas contribuirán a construir un futuro más saludable y justo para todos los ciudadanos estadounidenses.