En los últimos años, las criptomonedas han irrumpido como una alternativa revolucionaria en el mundo financiero, motivando a miles de inversores a apostar por estos activos digitales con la esperanza de obtener ganancias significativas. Sin embargo, detrás de la promesa de rentabilidad y tecnología puntera se esconde una amenaza creciente, que va más allá del fraude virtual: el ‘cryptomugging’, un nuevo tipo de delito que combina el robo físico con las vulnerabilidades digitales. En Reino Unido, este fenómeno está generando alarma, no solo por la cantidad de teléfonos móviles robados, sino, sobre todo, por el dinero millonario que desaparece en cuestión de minutos. El caso más mediático y desgarrador es el de Toby Atkinson*, un joven londinense de 30 años que sufrió en carne propia las consecuencias devastadoras del ‘cryptomugging’. Su historia comienza una noche después de salir de bares en Shoreditch, cuando un ladrón le arrebató su móvil por la fuerza.
Aunque el robo de teléfonos ocurre a diario —de hecho, más de 225 dispositivos son sustraídos cada día en Londres—, el desenlace para Atkinson fue mucho peor: en unos minutos, perdió £750,000 que había destinado para comprar la casa de sus sueños. Lo que diferencia su caso de un hurto común no es el valor del teléfono, sino el contenido que el dispositivo contenía. Toby, como muchos otros, guardaba en una aplicación de su teléfono la mayor parte de sus ahorros en criptomonedas acumulados durante años. El joven había comenzado a invertir en bitcoin gracias a un regalo de £100 que le dio su madre cuando cumplió 16 años, y destinado tiempo y esfuerzo a hacer crecer ese patrimonio hasta superar el millón de libras. Sin embargo, cuando le robaron el teléfono, no tardaron en acceder a cada app financiera y transferir sus activos a cuentas desconocidas, dejándolo sin nada.
Este modus operandi, con plata a disposición de la rápida transferencia digital, convierte al ‘cryptomugging’ en una especie de robo relámpago con consecuencias mucho más graves que el hurto de un simple smartphone. Los delincuentes actúan de manera profesional y violenta, a menudo armados y en grupo, para asegurarse la obtención del acceso al dinero al instante. En el caso de Toby, intentó perseguir al ladrón y exigir la devolución del móvil, pero pronto se encontró rodeado por otros dos cómplices armados con un machete y un cuchillo que lo intimidaron. Fue obligado a transferir su fortuna bajo amenazas, en una experiencia traumática que le arrebató, no solo su dinero, sino también su sensación de seguridad. El escenario parece sacado de una película, pero la realidad es que el ‘cryptomugging’ está convirtiéndose en una epidemia silenciosa en ciudades como Londres.
Expertos en seguridad advierten que la facilidad para mover grandes sumas de dinero digital sin intermediarios bancarios ni posibilidad de reversión hace que los afectados pierdan rápidamente sus activos mediante estos robos que combinan violencia física y vulnerabilidad tecnológica. A diferencia de las cuentas bancarias tradicionales, que cuentan con sistemas estrictos de encriptación, desconexión automática y normativas de protección al consumidor, las aplicaciones de criptomonedas tienen medidas de seguridad aún insuficientes. Esto convierte a los teléfonos móviles en contenedores digitales de valor equivalente o mayor que el efectivo, pero con una fragilidad alarmante. David Gerard, autor especializado en blockchain, compara guardar criptomonedas en un móvil con llevar oro literal en el bolsillo: si te lo quitan, ya no hay forma de recuperarlo. Sam Kelly*, otra víctima que sufrió un robo similar, relata cómo perdió una cantidad de cinco cifras en criptomonedas después de que le arrebataran el teléfono mientras pedía un Uber.
En su caso, aún disponía de alguna seguridad extra, pero los ladrones lograron acceder de algún modo a las contraseñas almacenadas en el teléfono para vaciar sus cuentas en cuestión de minutos. Sam intentó contactar con las empresas de las apps para denunciar la situación y finalmente recuperó más de la mitad del dinero gracias a un proceso con la ayuda del ombudsman financiero. Sin embargo, esta suerte no es común, especialmente en el Reino Unido donde las criptomonedas no están reguladas ni cuentan con mecanismos de protección automática como los bancos. La respuesta policial frente al ‘cryptomugging’ es otro aspecto preocupante. Las fuerzas de seguridad enfrentan un reto doble: por un lado, la clasificación legal del robo en sí suele quedar limitada a la sustracción del terminal móvil, considerado en muchos casos un delito menor.
Por otro lado, la investigación efectiva requiere conocimientos especializados y herramientas tecnológicas para rastrear movimientos en la blockchain y localizar a los criminales durante la conversión de las criptomonedas a dinero fiat. Aunque existen programas y expertos dedicados a esto, la coordinación entre la policía y las víctimas suele ser insuficiente, y en muchos casos el seguimiento termina en frustración para quienes han perdido su patrimonio. Phil Ariss, exlíder del equipo de criptomonedas del Consejo Nacional de Jefes de Policía, indica que la clave para recuperar activos robados es actuar con rapidez y con la tecnología adecuada, dado que cada transacción en la blockchain es pública y rastreable. Sin embargo, lamenta que, en la práctica, las víctimas no siempre reciben el apoyo necesario para iniciar este proceso, y en algunos casos ni siquiera se les ofrece asistencia para mantenerse seguras tras una agresión violenta. Además de las consecuencias financieras, el ‘cryptomugging’ tiene un impacto emocional profundo.
Para Toby, la violación no solo fue la pérdida monetaria, sino el acceso sin límites de los ladrones a sus mensajes, correos electrónicos, fotos y recuerdos guardados en su teléfono. La invasión de privacidad y el sentimiento de vulnerabilidad aumentan el trauma, dejando secuelas que superan con creces el dolor económico. La falta de regulación clara sobre la protección de estos activos digitales incrementa el riesgo para los inversores particulares. Mientras los bancos tradicionales cuentan con seguros, reembolsos y protocolos bien definidos, un robo de criptomonedas en un teléfono móvil generalmente significa pérdida definitiva. Esto obliga a adoptar precauciones extraordinarias, como utilizar almacenamiento en frío (cold wallets) que mantienen las claves fuera de línea y lejos del alcance de hackers o ladrones.
Sin embargo, como en el caso de Toby, la necesidad puntual de acceder a los fondos para transacciones importantes —como poner un depósito para una casa— puede obligar a retirar dinero de estos mecanismos más seguros y exponerlo a un mayor riesgo. Este limbo entre accesibilidad y seguridad se ha convertido en un punto vulnerable que los criminales de ‘cryptomugging’ explotan sistemáticamente. A medida que las criptomonedas continúan ganando popularidad, la sociedad enfrenta el desafío de equilibrar innovación y seguridad. Para el público general, es vital entender que invertir en activos digitales implica riesgos que no solo son técnicos o financieros, sino también personales y físicos. Proteger un patrimonio que existe principalmente en un dispositivo móvil es un asunto complejo, que requiere conciencia, educación en seguridad digital y un cambio en la legislación para garantizar derechos y ayudas frente al crimen.
