En los últimos años, el deseo de modificar la apariencia personal ha llevado a innovaciones sorprendentes en el campo de la estética, pero ninguna tan llamativa como la posibilidad de cambiar el color de los ojos de manera permanente. Gracias a avances tecnológicos, procedimientos como la queratopigmentación han emergido como opciones para quienes quieren alejarse del tradicional uso de lentes de contacto o los tintes temporales. Sin embargo, aunque esta técnica inicia poco a poco a consolidarse, el debate sobre sus implicaciones clínicas y éticas es intenso. La queratopigmentación es un procedimiento quirúrgico que consiste en insertar pigmentos en la córnea mediante un láser, creando un canal donde se deposita el color que cambiará la apariencia del iris. Esta práctica tuvo sus comienzos en Europa y se ha extendido lentamente a otros mercados, incluyendo algunos centros especializados en Estados Unidos.
A diferencia de otras técnicas como la implantación de lentes intraoculares o el tatuaje esclerótico (que colorea la parte blanca del ojo), la queratopigmentación se realiza únicamente en la superficie corneal, lo que reduce considerablemente la invasividad del procedimiento. El proceso dura aproximadamente veinte minutos y es ambulatorio. Los pigmentos utilizados suelen ser micronizados y regulados en Europa para garantizar cierto nivel de seguridad. Sin embargo, en Estados Unidos no existe una regulación oficial por parte de la FDA que apruebe este procedimiento para fines cosméticos, lo que implica que la intervención se realiza “off-label”, es decir, no está aprobada específicamente para este uso y carece de cobertura por parte de seguros médicos. La creciente popularidad de esta técnica ha sido impulsada en parte por la influencia de las redes sociales, donde filtros y aplicaciones permiten experimentar virtualmente con diferentes colores de ojos.
Este fenómeno ha consolidado una tendencia estética que hace que muchas personas quieran reflejar esos cambios en la realidad. Además, más allá de un capricho estético, para algunas personas el cambio de color de ojos representa un vínculo con su familia o una evolución en su identidad personal que prefieren consolidar sin depender de dispositivos externos como las lentes de contacto. Pese a que los especialistas en queratopigmentación reportan que los efectos secundarios más comunes y temporales incluyen sensibilidad a la luz, lagrimeo, visión borrosa o irritación ocular, existen riesgos inherentes que no deben subestimarse. En algunos casos, se han documentado complicaciones como la ectasia corneal, que es una deformación progresiva de la córnea que puede afectar la visión a largo plazo, especialmente en pacientes que hayan sido sometidos previamente a cirugías como LASIK. Además, la interacción con máquinas de resonancia magnética plantea problemas debido a la composición de algunos pigmentos, aunque las formulaciones actuales tratan de minimizar dicha contraindicación.
La comunidad oftalmológica internacional se muestra cautelosa. Aunque solo unos pocos médicos alrededor del mundo realizan esta intervención, y aún menos ofrecen el procedimiento con fines cosméticos, la falta de estudios a largo plazo y de regulaciones específicas hace que muchas voces alerten sobre posibles riesgos no evidentes en el corto plazo. Entidades como la Academia Americana de Oftalmología han emitido advertencias sobre la necesidad de estudiar y regular adecuadamente este tipo de procedimientos para proteger a los pacientes, especialmente cuando se realizan por razones estéticas en ojos sanos. El aspecto que hace único al cambio de color ocular es que afecta la percepción facial de manera significativa. Los ojos son, sin duda, una de las características más prominentes y distintivas en las interacciones humanas.
Cambiar su color implica modificar una parte expresiva esencial, lo que puede generar impactos psicológicos y sociales que van más allá de la apariencia. Algunos especialistas destacan que el cambio permanente puede alterar la forma en que las personas se ven a sí mismas y cómo son percibidas, reflejando cambios profundos en su identidad. Económicamente, estas intervenciones implican una elevada inversión. En Estados Unidos, los costos pueden superar los diez mil dólares, cifra que no está cubierta por ningún sistema de salud o seguro médico, lo que convierte a la queratopigmentación en una decisión exclusiva para quienes están dispuestos a asumir ese gasto por motivos personales o estéticos. Además, se debe considerar la ética médica implicada al realizar cirugías en ojos sanos con fines estrictamente cosméticos.
Los profesionales de la salud deben balancear el deseo del paciente con la obligación de minimizar daños. Esto es aún más complejo cuando los procedimientos forman parte de tendencias populares, impulsados por influencias mediáticas y sociales que pueden subestimar los riesgos o expectativas de resultados perfectos sin consecuencias. En resumen, el cambio permanente del color de ojos mediante queratopigmentación es una realidad creciente que abre nuevas oportunidades para la expresión estética individual. Sin embargo, esta técnica aún se encuentra en una etapa inicial respecto a su regulación y estudios aprofundados que garanticen su seguridad total. Los interesados deben informarse exhaustivamente, consultar con especialistas calificados y considerar cuidadosamente los pros y los contras.
La innovación en la estética ocular es prometedora, pero debe caminar acompañada de responsabilidad médica y ética para proteger la salud visual a largo plazo.