Durante décadas, los trabajadores tecnológicos fueron considerados los "principes del trabajo" en el mercado laboral, disfrutando de salarios altos, beneficios exclusivos y condiciones de trabajo privilegiadas que parecían inalcanzables para otros sectores. Sin embargo, ese panorama ha cambiado radicalmente y hoy se presencia un fenómeno que podría definirse como la "degradación" o enshittification de los empleos tecnológicos. Este término, popularizado recientemente, describe el proceso mediante el cual los empleos en la industria tecnológica están perdiendo valor y calidad, afectando tanto a sus condiciones como a su cultura laboral. Históricamente, la fuerza laboral tech se benefició de una gran escasez de profesionales altamente capacitados, lo que les otorgó un poder de negociación excepcionalmente alto. Este poder no derivaba de la solidaridad sindical, que siempre fue débil en el sector, sino de la alta demanda y la oferta limitada.
Gracias a esto, podían elegir entre múltiples ofertas laborales y negociar salarios, beneficios y condiciones de trabajo ventajosas. Muchas compañías tecnológicas no solo competían por reclutar talento, sino que incluso consentían a sus empleados con ventajas poco comunes como comida gourmet gratuita, servicios de lavandería y ambientes de trabajo amigables. No obstante, esta situación empezaba a ocultar una complejidad subyacente. El alto nivel de productividad de los trabajadores tech generaba enormes ganancias a las empresas, lo que a su vez llevó a una estrategia para maximizar el tiempo y el esfuerzo dedicado por estos empleados. Un concepto establecido para describir esta realidad es el de "vocational awe" o la devoción vocacional, un fenómeno donde los trabajadores sienten que su misión y trabajo son tan importantes que están dispuestos a aceptar condiciones desfavorables sin cuestionar.
Originado en profesiones como la educación o la enfermería, este tipo de explotación se trasladó de forma exitosa a los empleos tecnológicos, donde a pesar de los buenos salarios, se requería dedicación intensiva y horas extra que se normalizaron. Este compromiso extremo con el trabajo llevó a muchos ingenieros y desarrolladores a sacrificar aspectos fundamentales de su vida personal, como funerales familiares o eventos importantes, para cumplir con plazos y demandas impuestas por sus empleadores. Motivos nobles como "organizar la información mundial" o "acercar a las personas" se utilizaban para justificar tales sacrificios, creando una cultura laboral que reforzaba la entrega total al proyecto y la empresa. Sin embargo, la lealtad de los trabajadores y el compromiso hacia el producto comenzaron a trastocarse cuando las mismas compañías empezaron a deteriorar esos productos por intereses económicos o estratégicos. La frustración fue palpable cuando se les pidió a estos trabajadores que contribuyeran a empeorar activamente las soluciones que habían ayudado a construir.
Este es el núcleo de la enshittification: la degradación intencionada de productos y servicios, aplicada en este caso a los propios empleos y condiciones de los trabajadores tech. Un punto clave en este proceso ha sido la evidente división dentro de la industria tecnológica. A un lado, están los ingenieros que aún reciben privilegios y trato especial, como en Apple o Amazon, y al otro, el cuerpo de trabajadores más precarizados, incluyendo manufactura y logística – escenarios donde la explotación es muchísimo más severa. La brecha se evidencia en prácticas como vigilancia extrema, eliminación de pequeños pero significativos placeres laborales y aumento de cargas de trabajo sin la correspondiente compensación. Con la caída de esta línea divisoria, ahora las condiciones privilegiadas de los ingenieros empiezan a desvanecerse.
Las recientes oleadas de despidos, la presión para realizar jornadas laborales maratonianas e incluso la reducción de beneficios están transformando al empleado tecnológico en uno más dentro del marco clásico de trabajo explotado y precario. Figuras como Sergey Brin promoviendo semanas laborales de 60 horas y ejecutivos celebrando la reducción del personal son claros ejemplos de esta dinámica. Además, la llegada y promoción de la inteligencia artificial como herramienta para aumentar la "productividad" juega un papel estratégico. No se trata solamente de mejorar el rendimiento laboral, sino de justificar reducciones en personal y condiciones al presentar la tecnología como un sustituto o multiplicador del trabajo humano. Como resultado, muchos profesionales deben absorber las tareas de múltiples colegas despedidos, incrementando la explotación y la insatisfacción.
La deshumanización en el lugar de trabajo crece conforme se intensifican las medidas de control, como la grabación de pantallas, supervisión detallada de teclas pulsadas y monitoreo constante. Estas prácticas no solo impactan en la privacidad de los trabajadores sino que también minan la confianza y el bienestar emocional, factores que impactan negativamente en la productividad real. Paradójicamente, mientras los trabajadores son afectados, la alta dirección continúa beneficiándose con incrementos significativos en bonos y compensaciones, evidenciando una desigualdad creciente dentro de las empresas. Esta dinámica está alimentando un conflicto de clase evidente, no muy distinto de otros sectores industriales tradicionales. En este contexto, la sindicalización aparece como la única vía viable para recuperar poder y mejorar las condiciones laborales.
Sin embargo, la resistencia de las empresas y la ausencia histórica de movimientos sindicales fuertes en el sector complican la tarea. Aun así, existen indicios alentadores en la formación y consolidación de grupos y sindicatos tecnológicos que luchan por revertir esta tendencia y devolver dignidad a los empleos del sector. La degradación de los empleos tecnológicos no solo es un problema interno de las empresas o de los trabajadores, sino que refleja una transformación global en la economía y la organización del trabajo. La concentración monopolística, la precarización laboral generalizada, la cultura del sacrificio impuesto y la pérdida de control de los empleados sobre sus condiciones apuntan a un modelo que sacrifica a los trabajadores en aras del beneficio corporativo. Para abordar esta crisis se requiere una acción coordinada que abarque desde políticas públicas que apoyen la negociación colectiva, hasta la redefinición de la cultura empresarial y la implementación ética de la tecnología, especialmente la inteligencia artificial.
Solo así será posible revertir el proceso de enshittification y construir un futuro donde el trabajo tecnológico vuelva a ser una fuente de bienestar y orgullo profesional. En conclusión, la pérdida de poder laboral de los trabajadores tecnológicos, el aumento de la explotación y la reducción de beneficios representan una preocupante crisis que amenaza el sector. La enshittification no es un golpe aislado, sino una manifestación de tensiones profundas que obligan a un replanteamiento urgente de las relaciones laborales en la industria. Solo con solidaridad, organización y regulación es posible frenar esta tendencia y proteger el valor humano detrás de la innovación tecnológica.