En el contexto contemporáneo, un oscuro fenómeno con raíces históricas complejas vuelve a tomar relevancia: la eugenesia. Esta pseudociencia, que durante el siglo XX impulsó políticas discriminatorias, busca ahora resurgir de la mano de ideologías nacionalistas y discursos racistas. La eugenesia, basada en la creencia errónea de que ciertas características humanas son superiores a otras y pueden ser seleccionadas para 'mejorar' a la población, representa una amenaza no solo para la ciencia moderna, sino para la equidad social y los derechos humanos fundamentales. El auge de movimientos políticos de tinte nacionalista y supremacista ha contribuido de nuevo a la propagación de estos discursos peligrosos. En algunos países, figuras de poder han empleado un lenguaje que recuerda explícitamente a la ideología eugenésica, vinculando características genéticas con la identidad nacional o racial para justificar políticas restrictivas, como limitaciones severas a la inmigración o propuestas segregacionistas.
Estos relatos no se basan en evidencias científicas reales, sino en una distorsión interesada y perversa de la genética. Es fundamental destacar que las identidades basadas en la raza o la etnia son construcciones sociales y culturales, y no reflejan agrupaciones biológicas claras en términos genéticos. Numerosos estudios en genética humana demuestran que no existen límites biológicos rígidos entre grupos humanos; más bien, existe una gran variabilidad genética dentro de las llamadas «razas», que es incluso mayor a la diferencia promedio entre ellas. Esta verdad científica ha sido ignorada o manipulada para sustentar ideas de superioridad o inferioridad. En el ámbito científico y médico, el reconocimiento de la diversidad genética es indispensable.
Sin embargo, en algunos casos persiste la utilización de la categoría racial como un sustituto simplista para la complejidad genética y ambiental que influye en la salud. Esta práctica ha sido cada vez más cuestionada, dado que puede llevar a diagnósticos erróneos, tratamientos inadecuados y perpetuar estereotipos injustos sobre grupos específicos. El impacto de la eugenesia y sus versiones modernas no es solo simbólico; ha tenido consecuencias devastadoras en políticas públicas. Por ejemplo, en el pasado, leyes destinadas a restringir la inmigración o fomentar la esterilización forzada de ciertos grupos fueron justificados en nombre de la «mejora genética» de las poblaciones. Aunque estas políticas en muchos lugares fueron reprimidas o abandonadas, el renacer de ideologías eugenésicas puede traer consigo riesgos similares.
Los genetistas humanos tienen un rol crucial y ético que asumir en esta coyuntura. Es imperativo que la comunidad científica se manifieste claramente contra la apropiación de sus investigaciones por movimientos extremistas que distorsionan y malinterpretan la genética. La transparencia en la comunicación científica, la educación pública efectiva y la promoción del rigor en investigación son herramientas fundamentales para contrarrestar la desinformación. Además, los científicos deben fomentar y participar en investigaciones inclusivas que reflejen la diversidad real de las poblaciones globales. El aumento de la diversidad en la muestra de participantes genéticos no solo mejora la calidad y aplicabilidad de los estudios, sino que también desmonta mitos heredados sobre diferencias raciales fijas y esenciales.
Este enfoque contribuye a una medicina personalizada y equitativa, basada en datos sólidos y no en prejuicios. Por otro lado, es imprescindible que las políticas científicas y educativas integren un análisis crítico sobre cómo se utilizan conceptos de raza y genética, evitando caer en generalizaciones simplistas. La educación en genética debe incluir una comprensión clara de las bases sociales de la identidad y los peligros de la pseudociencia, para preparar a futuras generaciones de científicos y ciudadanos capaces de enfrentar estos retos. La alianza entre científicos, profesionales de la salud, educadores y legisladores es vital para definir y promover un marco ético y social que resguarde a la humanidad de las consecuencias nocivas de la eugenesia. La ciencia, entendida como una herramienta para el bienestar colectivo, debe ser defendida frente a aquellas corrientes que la utilizan para dividir, excluir y justificar la discriminación.
En definitiva, el renacer de la eugenesia no puede ser ignorado ni minimizado. La historia ofrece lecciones dolorosas sobre cómo la pseudociencia puede ser peligrosa cuando se mezcla con políticas de exclusión y odio. Los genetistas humanos están en una posición privilegiada para educar, evidenciar la verdad científica y liderar un combate activo contra estas amenazas. Su voz es indispensable para asegurar que la genética siga siendo una ciencia para el bien común, que respete la dignidad y la diversidad de todos los seres humanos.