En el corazón de Dublín, la estatua de Molly Malone, figura emblemática y querida por locales y visitantes, ha sido objeto de una costumbre peculiar durante años: los turistas acostumbraban tocar el escote de la estatua con la creencia de que esto les traería buena suerte y les garantizaría un regreso a la capital irlandesa. Sin embargo, recientemente el ayuntamiento ha decidido intervenir para detener esta práctica que, a pesar de su carácter lúdico y popular, estaba provocando daños visibles y preocupaciones sobre el respeto hacia el monumento. Molly Malone es reconocida como un símbolo cultural irlandés, inspirada en una figura que, aunque probablemente ficticia, representa la historia y el folclore de la ciudad. Esta estatua de bronce ubicada en Suffolk Street desde 1988 ha sido bautizada de manera coloquial como “la muchacha con el carrito” — un apodo que remite directamente a la canción tradicional “Cockles and Mussels” que relata las andanzas de esta mujer cuya imagen ha quedado grabada en la memoria colectiva de Irlanda. La tradición de tocar el escote de Molly se popularizó gracias a una guía turística creativa que promovió la idea de que hacerlo traería buena suerte y la promesa de un regreso futuro a Dublín.
Con el tiempo, esta costumbre se consolidó y se convirtió en un ritual de paso para muchos visitantes que, entre risas y curiosidad, no dudaban en acercarse y hacer su apuesta por la fortuna. No obstante, el contacto constante con la estatua ha causado un desgaste considerable en el bronce, generando zonas decoloradas y un aspecto deteriorado que preocupa a las autoridades culturales y al ayuntamiento. Más allá del daño material, surge también el debate ético sobre la dignidad de la figura representada. Algunas voces críticas consideran que esta práctica resulta irrespetuosa y mercantiliza una imagen que debería conservarse con mayor reverencia. En respuesta a estas inquietudes, el ayuntamiento de Dublín ha implementado un proyecto piloto ordenando a dos supervisores estar presentes junto a la estatua para evitar que los turistas toquen el escote de Molly Malone.
Esta medida temporal busca reducir la erosión del monumento mientras se estudian soluciones a largo plazo que puedan preservar su integridad sin alejarlo del acceso público. Las reacciones entre visitantes y residentes han sido mixtas. Algunos turistas, como Anders Oustid de Noruega, expresan su desacuerdo con la restricción y defienden la tradición como un gesto divertido que añade magia y un toque personal a su experiencia en Dublín. Para ellos, el acto es una conexión directa con la cultura local y una forma simbólica de sellar su vínculo con la ciudad. Por otro lado, visitantes como Mars Masana de Barcelona reconocen la sensibilidad del tema y muestran comprensión hacia quienes se sienten incómodos con el gesto repetido y la posible trivialización de la estatua.
Esta diferencia de percepciones refleja un choque cultural natural cuando se enfrentan costumbres locales, creencias populares y el creciente interés turístico. Además, la discusión no solo contempla la preservación física, sino también la conservación del respeto hacia un ícono que marca identidad y patrimonio. Algunas voces dentro del ámbito artístico y cultural abogan por encontrar un equilibrio que permita a la estatua permanecer accesible mientras se evitan comportamientos que podrían considerarse inapropiados o equivalentes a un contacto invasivo si ocurriera en otro contexto. El responsable de artes del ayuntamiento, Ray Yeates, ha señalado que las opciones evaluadas incluyen reparar regularmente los daños, instalar barreras protectoras o incluso trasladar la estatua a un entorno cerrado que garantice su preservación. Esta última opción, aunque eficaz para proteger el monumento, implicaría un cambio significativo en la experiencia de interacción de los visitantes que ahora pueden maravillarse con ella en un espacio público abierto.
No obstante, la presencia de los supervisores ha servido para escuchar de primera mano las diversas opiniones, permitiendo a las autoridades considerar tanto el valor simbólico de la tradición como la necesidad de mantener intacta una pieza tan representativa. También se plantea la reflexión sobre hasta qué punto ciertos hábitos turísticos deben ser regulados para evitar que el interés por una atracción termine por dañarla o desnaturalizarla. Este fenómeno de tocar estatuas por suerte o bendición no es único de Dublín ni de Molly Malone. En todo el mundo, monumentos de distintas culturas enfrentan desafíos similares, donde el contacto constante tiene consecuencias visibles y requiere planes de conservación específicos. La singularidad de este caso radica en que es una figura femenina con un atributo sensiblemente relacionado con la tradición y la historia popular, lo que añade una capa de complejidad al manejo de su cuidado y respeto.
Por otro lado, algunos visitantes mayores han comentado aspectos sobre la vestimenta que la estatua representa, señalando lo llamativo que resulta en términos de época y clima. Esto abre un debate adicional sobre la interpretación histórica y artística de Molly Malone, así como sobre el significado que se le atribuye hoy en día a su imagen. En definitiva, la decisión de Dublín de intervenir para proteger la estatua de Molly Malone apunta a la necesidad de cuidar el legado cultural con responsabilidad y sensibilidad, equilibrando el afán turístico con la preservación patrimonial. La historia sigue en desarrollo y las iniciativas tomadas en las próximas semanas serán determinantes para establecer una política que haga justicia tanto a la tradición como a la integridad del símbolo. Este caso representa un claro ejemplo de cómo las prácticas turísticas y las tradiciones populares pueden entrar en tensión con la conservación del patrimonio, y cómo la gestión cultural debe adaptarse a nuevas realidades para mantener vivas las historias que nos definen, sin sacrificar los valores de respeto y cuidado que todo monumento merece.
Los ojos del mundo ahora están puestos en Dublín, la ciudad que busca cuidar uno de sus símbolos más queridos mientras redefine los límites de la interacción cultural en espacios públicos.