En medio de un escenario judicial que ha conmocionado a la sociedad australiana, el juicio por asesinato de Erin Patterson ha captado la mirada de medios y ciudadanos por igual. La acusación afirma que Patterson, residente de Leongatha, Victoria, habría envenenado intencionalmente a sus familiares utilizando hongos tóxicos, concretamente los letales hongos de la especie amanita phalloides, conocidos popularmente como ‘setas de muerte’. Este caso no solo expone un drama familiar escalofriante, sino que también arroja luz sobre la peligrosa práctica de incluir hongos en polvo en múltiples recetas, un detalle crucial para comprender la dinámica de los hechos. Erin Patterson fue arrestada en noviembre de 2023, a raíz de la trágica muerte de tres de sus familiares tras un almuerzo celebrado en julio del mismo año. Durante la comida, los invitados consumieron un bollo Wellington de carne de res que Patterson habría manipulado, incorporando hongos venenosos previamente procesados con un deshidratador de alimentos.
La muerte de Don y Gail Patterson, junto con Heather Wilkinson, que fallecieron tras ingerir el plato, conmovió profundamente a la comunidad. La única sobreviviente entre los presentes, Ian Wilkinson, estuvo hospitalizado durante un largo periodo debido a la gravedad del envenenamiento. Los testimonios recogidos durante el juicio, especialmente de un grupo de mujeres con las que Erin mantenía contacto por internet, aportaron detalles reveladores. Se mostró en el tribunal un mensaje donde Patterson confesaba haber estado ocultando “hongos en polvo en todo”, incluyendo brownies de chocolate para niños que aparentemente no sospechaban nada. Asimismo, fotografías del aparato deshidratador y hongos dispuestos en su interior fueron presentadas como evidencia, reforzando la imagen de una persona obsesionada con estos alimentos.
La fascinación de Erin Patterson por los hongos era algo consensuado por sus amigas, que describieron a la acusada como alguien que disfrutaba experimentando con recetas y con especial interés en la preparación del bollo Wellington, un plato tradicional que tuvo un trágico desenlace. Dos semanas antes de la fatídica comida, Erin buscó asesoramiento sobre cortes de carne adecuados para este plato en un grupo de chat en línea, demostrando una planificación deliberada que los fiscales sostienen como evidencia clave en el caso. Un elemento complejo en el juicio es la relación conflictiva de Erin con su exesposo, Simon Patterson, quien fue testigo de las tensiones existentes en el matrimonio. Según testimonio, Erin alegaba que su esposo, un ferviente bautista, era coercitivo y abusivo, mientras ella misma se presentaba como atea que participaba en actividades religiosas para aparentar otra cosa. Esta dinámica personal aparece como un marco contextual relevante para comprender la situación emocional previa al supuesto asesinato.
Simon, también llamado a declarar, negó haber hecho referencias directas sobre el uso del deshidratador para envenenar a los comensales, aunque reconoció una conversación con Erin en el hospital días después del almuerzo fatal. La defensa sostiene que aunque Patterson admitió haber usado hongos, no habría tenido intención de causar daño consciente, argumentando que la tragedia fue un accidente derivado de un desconocimiento o error. Durante el desarrollo de la investigación y el juicio, se reveló que Erin engañó tanto a su esposo como a sus familiares acerca de su estado de salud. Afirmó falsamente padecer cáncer y que tenía noticias médicas importantes, algo que inquirió a varios testigos dada la ausencia de pruebas médicas que respaldaran esas afirmaciones. Estos engaños se suman a la complejidad de su personalidad y a las discusiones que rodearon el caso.
Otra de las cuestiones relevantes en el proceso ha sido el hallazgo y la posterior desaparición del deshidratador de alimentos que supuestamente se usó para preparar los hongos tóxicos en forma de polvo. Se confirmó que Patterson lo desechó en un punto de reciclaje local días después del envenenamiento, lo que la fiscalía interpreta como un intento de eliminar evidencias. Sin embargo, la defensa argumenta que esta acción fue una reacción de pánico ante la gravedad de la situación. El juicio ha evidenciado también las dificultades en la gestión del conflicto familiar, con mensajes muy ásperos intercambiados entre Erin y Simon, sobre todo en lo que respecta a asuntos económicos y de custodia. Estos intercambios muestran un trasfondo de tensiones que ha permeado en los eventos que culminaron con la tragedia, aunque no constituyen una prueba directa de culpabilidad en el envenenamiento.
Desde un punto de vista forense, la intoxicación con hongos de la especie amanita phalloides es extremadamente grave y suele causar daño hepático severo, muchas veces irreversible si no se trata rápidamente. Este tipo de hongos puede ser difícil de distinguir para personas inexpertas, y el procesamiento en polvo multiplica el riesgo dado que se confunde fácilmente con otros ingredientes. La combinación de esta toxicidad con la determinación aparente de Patterson de agregarlos a diversos alimentos agrava las sospechas en su contra. Este caso ha abierto un debate sobre la seguridad alimentaria en el hogar y la importancia del control y conocimiento al manipular ingredientes potencialmente peligrosos. El fenómeno de agregar hongos en polvo a distintos platillos sin un conocimiento claro de su origen y sus efectos tóxicos se convierte en un tema relevante para la prevención y la educación pública.
Medios de comunicación de todo el mundo han seguido con atención el desarrollo del juicio, transformándolo en uno de los casos judiciales más significativos de Australia en años recientes. Las repercusiones legales y sociales son múltiples, pues además del impacto en la familia afectada, se cuestionan las responsabilidades personales y la ética en la cocina doméstica. En resumen, el juicio contra Erin Patterson es un relato complejo donde la obsesión con los hongos, la manipulación de los alimentos y las turbulentas relaciones familiares se conjugan en un lúgubre desenlace. Mientras el proceso continúa en el tribunal supremo de Victoria, la sociedad espera respuestas claras a las interrogantes sobre intencionalidad, negligencia y las circunstancias que llevaron a un almuerzo familiar que terminó siendo mortal. La historia de los ‘hongos en polvo en todo’ no solo será un caso para los libros de derecho penal australiano, sino también un llamado de atención para quienes disfrutan de la cocina casera y la experimentación culinaria.
Respetar los límites, el conocimiento y la responsabilidad al manipular ingredientes potencialmente venenosos es fundamental para evitar tragedias similares en el futuro.