La llegada de los vehículos autónomos, también conocidos como AVs (por sus siglas en inglés, Autonomous Vehicles), ha generado una revolución silenciosa con un potencial transformador para la movilidad urbana y rural en todo el mundo. Entre las múltiples discusiones que se han generado en torno a esta tecnología, una de las preguntas más relevantes es si los futuros robotaxis serán fundamentalmente modelos para alquilar a través de plataformas de movilidad como servicio (MaaS), o si por el contrario veremos un auge en la propiedad individual de vehículos autónomos. Esta reflexión es crucial para entender no solo hacia dónde se dirige la industria automotriz, sino también cómo cambiarán nuestras ciudades y nuestra forma de desplazarnos en las próximas décadas. Desde mediados de la década de 2010, la idea predominante en el mundo tecnológico y automotor fue que los vehículos autónomos serían gestionados exclusivamente por grandes flotas. Estas grandes operadoras, que hoy en día recuerdan a empresas como Waymo, Uber o Lyft, utilizarían la inteligencia artificial, sensores, computadoras y demás hardware avanzado instalado en vehículos para operar un servicio tipo taxi—los llamados robotaxis.
La lógica era clara: el alto costo inicial de la tecnología, junto a la responsabilidad legal asociada a accidentes o fallos, haría inviable que cualquier persona promedio pudiera permitirse un vehículo autónomo para uso personal. Solo una gestión centralizada de muchos vehículos con alta tasa de utilización podía justificar la inversión y amortización de los dispositivos. Sin embargo, el paso de los años ha roto muchas de esas certezas iniciales. Tecnológicas como la reducción sostenida de costos en sensores, computación y software han hecho que el precio por unidad sea cada vez más accesible. Modelos que inicial y erróneamente se percibían como prohibitivos podrían acercarse con rapidez a un rango asequible para usuarios de alto poder adquisitivo y, a mediano plazo, incluso para un público más amplio.
La propia industria lo ha comenzado a reconocer en los últimos tiempos. Una referencia interesante es el análisis realizado en 2021 donde se comparaba el costo de equipar un vehículo autónomo a nivel de hardware y software con el precio de un automóvil de lujo como un Mercedes-Benz S-Class. La convergencia en precios estimados, alrededor de $130,000 a $150,000 dólares, pone de manifiesto que un usuario individual con suficiente capital podría plantearse la compra de un AV para uso propio. Adicionalmente, la variable geográfica también juega un rol importante. La producción y desarrollo en países con costos industriales y logísticos menores—como China—ya apunta a que un vehículo autónomo completo podría alcanzar precios próximos a $40,000 dólares; cifra que sin dudas reduce la barrera de entrada a la propiedad personal de estos sistemas.
No solo la parte económica ha impulsado la discusión acerca de si el futuro será de propiedad privada o flotas. Actores clave del sector han dejado indicios claros respecto a una coexistencia posible o incluso necesaria. Empresas y responsables de proyectos de conducción autónoma han mencionado en entrevistas recientes la opción futura de que los trabajadores, por ejemplo los conductores que hoy operan para plataformas como Lyft, puedan eventualmente pasar a comprar sus propios vehículos autónomos y operar de modo más independiente. Este escenario abriría paso no solo a un modelo híbrido, sino a un cambio profundo en la intermediación actual de plataformas de movilidad. La posibilidad de comprar un robotaxi para uso privado, sin tener que compartirlo como taxi, refleja la idea de que la movilidad autónoma no tiene por qué estar restringida al modelo del alquiler carente de propiedad.
Los obstáculos para que los vehículos autónomos se conviertan en una opción real de compra particular siguen siendo varios. El primero sigue siendo el precio inicial y los costos de mantenimiento, incluyendo las actualizaciones constantes del software que hace funcionar el vehículo de forma segura y efectiva. Estas actualizaciones probablemente funcionarán bajo suscripciones o cuotas mensuales, una estructura de economía compartida que reduce la independencia total pero que es necesaria para garantizar la seguridad y el rendimiento. El aspecto de la responsabilidad legal en caso de accidentes también continúa siendo un tema complejo. Quién responde ante fallos en el sistema, y en qué condiciones, determinará el atractivo o los riesgos de poseer un AV en términos individuales.
Si las aseguradoras no logran crear modelos adaptados, el costo o la complejidad para el usuario podría limitar el acceso privado. Además, la gestión del software y la seguridad ante ciberataques será un factor determinante. Mantener a los vehículos actualizados y protegidos requerirá infraestructuras robustas y confiables, posiblemente favoreciendo a aquellos sistemas gestionados centralmente por flotas o fabricantes que puedan centralizar estos procesos para múltiples unidades. Por otro lado, si bien la visión tradicional podía predecir un escenario de acabó todo para flotas o para la propiedad, estudios prospectivos recientes y encuestas a consumidores plantean una zona de convivencia o dualidad. Algunos estudios señalan que más del 60% de los consumidores esperan tener algún día un vehículo autónomo propio, mientras que encuestas específicas reflejan que un porcentaje considerable de personas estarían dispuestas a pagar precios elevados por la posibilidad de poseer y controlar un AV sin depender de plataformas de taxi robotizadas.
Esto sugiere que, aunque las flotas de robotaxis seguirán siendo probablemente una parte muy importante del ecosistema de movilidad futura, la idea de que la propiedad individual desaparecerá no es definitiva. El transporte autónomo podría adoptar una pluralidad de modelos simultáneos, atendiendo tanto a quienes prefieran la flexibilidad y coste posiblemente más bajo del servicio compartido, como a aquellos que valoren la autonomía y privacidad que ofrece la propiedad personal. Finalmente, los desarrollos recientes de asociaciones y colaboraciones entre grandes fabricantes de vehículos y empresas de tecnología, como la alianza entre Waymo y Toyota, dan indicios de que se están preparando plataformas tecnológicas que pueden adaptarse a ambos escenarios. Esto permitirá, además de flotas robotaxi, implementar tecnologías en vehículo privados, abriendo una puerta a la transición paulatina hacia la movilidad autónoma generalizada. En conclusión, el futuro de los robotaxis y vehículos autónomos no parece estar definido por una sola opción, sino por la coexistencia de diferentes modelos comerciales y de propiedad.
La caída en costos, los avances tecnológicos y la demanda del mercado están configurando un panorama en el que tanto el alquiler de robotaxis en flotas de alto rendimiento como la propiedad individual de vehículos autónomos serán opciones viables. Las ciudades y políticas públicas tendrán que adaptarse para gestionar esta transición y aprovechar al máximo los beneficios en términos de seguridad, eficiencia y cambio climático que esta revolución pueda ofrecer al sector del transporte. Los próximos años serán determinantes para observar cómo evoluciona la aceptación social, la regulación y los modelos de negocio alrededor de estas tecnologías. La pregunta de si rentar o ser dueño perderá su carácter excluyente y dará paso a un panorama más flexible y diverso, donde cada usuario podrá elegir la modalidad que mejor se adapte a sus necesidades y posibilidades.