Las creencias que sostenemos juegan un papel fundamental en la calidad de nuestras vidas, ya que influyen directamente en cómo interpretamos el mundo, tomamos decisiones y actuamos. Comprender cómo se forman, almacenan y actualizan estas creencias no solo es esencial para mejorar nuestro bienestar, sino también para desarrollar una visión más crítica y consciente sobre la realidad que experimentamos. La ciencia actual, apoyada en estudios filosóficos, psicológicos y neurocientíficos, revela que el proceso de creencia es mucho más complejo y menos racional de lo que intuitivamente podríamos imaginar. Contrario a la idea común que nos presenta como agentes racionales capaces de analizar imparcialmente una proposición antes de aceptarla o rechazarla, la evidencia muestra que las creencias se aceptan automáticamente al ser presentadas, y que su rechazo es un proceso mucho más activo y vulnerable a interferencias. Esto desafía la visión tradicional cartesiana de la formación de creencias, proponiendo una perspectiva más alineada con la teoría espinozana que plantea la aceptación automática y pasiva seguida de una posible negativa que requiere un esfuerzo cognitivo.
Un ejemplo interesante que ilustra cómo las creencias pueden influir en procesos tan profundos como la respuesta a medicamentos es el caso de la remifentanil, un analgésico sintético extraordinariamente potente. Estudios indican que su eficacia puede duplicarse o incluso anularse completamente dependiendo de la creencia que tenga el paciente sobre la naturaleza del fármaco recibido. Si el paciente cree que le están administrando un medicamento para reducir el dolor, el efecto es amplificado; si piensa que se trata de algo que aumenta la sensibilidad al dolor, el efecto desaparece. Esto evidencia que las creencias pueden interactuar directamente con la maquinaria neuronal, afectando resultados biológicos con repercusiones clínicas relevantes. De igual manera, las investigaciones que estudian la relación entre creencias y circuitos de recompensa en el cerebro demuestran que la percepción sobre lo que recibimos puede moldear la activación de regiones como el estriado ventral, crucial en la regulación de la dopamina y la experiencia del placer.
En experimentos con fumadores, el simple convencimiento de que están consumiendo un cigarrillo con nicotina puede provocar una respuesta cerebral similar a la de recibir realmente la sustancia, mientras que la creencia de fumar un cigarrillo sin nicotina suprime esta activación, incluso si la nicotina efectivamente está presente. Este fenómeno también se replica en usuarios de sustancias como cocaína y alcohol, confirmando la profundidad con la que las creencias influyen en la experiencia subjetiva y en la neuroquímica. El fenómeno de la percepción también recibe una explicación innovadora a través de la teoría del procesamiento predictivo. Tradicionalmente se consideraba que los sentidos enviaban información de manera unidireccional hacia el cerebro, pero descubrimientos recientes evidencian una arquitectura neuronal donde existen más conexiones desde el cerebro hacia los órganos sensoriales que en sentido contrario. Esta teoría sostiene que el cerebro genera modelos internos o “generativos” que anticipan y construyen nuestra experiencia percibida a partir de predicciones continuas, ajustando dichas predicciones mediante la comparación con datos sensoriales y asignando diferente peso o precisión a cada una de estas fuentes.
Este enfoque explica por qué las creencias, integradas en los modelos generativos, dirigen nuestras predicciones y, por ende, moldean nuestra experiencia de la realidad. Una ilustración con imágenes como el famoso “Dalmatian” demuestra cómo antes y después de conocer la figura representada, la percepción cambia radicalmente, mostrando que la experiencia es más un acto de construcción cerebral que de recepción pasiva. Si trasladamos esta lógica al terreno cotidiano, comprendemos que nuestras creencias no solo afectan cómo interpretamos eventos o señales sociales, sino que también estructuran nuestra propia realidad percibida, afirmando la importancia de entender la dinámica de su formación y mantenimiento. En relación con la formación inicial de las creencias, los estudios muestran que no somos agentes imparciales que evalúan proposiciones en un proceso racionalizado, sino que tendemos a aceptar verbalmente toda nueva información inicialmente. Solo más adelante podemos reconfigurar nuestra aceptación o incluso rechazar dicha información, pero esta segunda etapa es mucho más delicada y susceptible a interferencias, especialmente bajo una carga cognitiva elevada.
Esto implica que cuando nuestra capacidad mental está comprometida por estrés o multitarea, es más fácil que aceptemos proposiciones que normalmente descartaríamos, situación que puede explicar la propagación de ideas infundadas o conspiraciones en la sociedad actual saturada de estímulos. Otro dato relevante proviene de la evidencia experimental sobre la perseverancia de las creencias. Incluso cuando se proporciona evidencia que desmiente o desautoriza una información previamente aceptada, las personas tienden a conservar la creencia inicial o sus efectos derivados. Por ejemplo, en experimentos donde participantes recibían retroalimentación falsa acerca de su rendimiento en tareas, esta información seguía influyendo en su autoevaluación incluso después de que se les explicaba que la retroalimentación era incorrecta. Esto sugiere que una vez que una creencia es aceptada, su influencia persiste de manera robusta aunque se reconozca explícitamente su falsedad.
La manera en que almacenamos nuestras creencias en el cerebro también desafía modelos simplistas. La hipótesis del “tejido de creencias”, que propone un sistema único, coherente y lógicamente consistente en donde todas las creencias están interconectadas, presenta dificultades prácticas para explicar por qué coexistimos con creencias contradictorias sin aparente conflicto. La teoría de la fragmentación propone un almacenamiento en módulos o fragmentos donde las creencias son internamente consistentes, pero de un fragmento a otro pueden existir contradicciones. Esto explica la coexistencia inconsciente de creencias incompatibles en un mismo individuo y facilita entender fenómenos como el “efecto sabiduría de la multitud” aplicado a individuos, donde diferentes fragmentos contribuyen a respuestas medianas más acertadas al distribuir la activación cognitiva. El modo en que actualizamos nuestras creencias también es complejo y no siempre sigue el razonamiento estrictamente bayesiano que esperaría una adecuada integración de nueva evidencia con opiniones previas.
La realidad es que tendemos a mostrar sesgos que favorecen la perseverancia y polarización de creencias, especialmente cuando estas están ligadas a nuestra identidad personal. Esto se debe a un mecanismo conocido como el sistema inmunológico psicológico que protege nuestro sentido del yo ante información disonante, generando rechazo o reinterpretación de evidencias que amenazan nuestras creencias centrales. Este mecanismo explica por qué, en ciertos casos, incluso cuando se acepta la validez de información contraria a una creencia previa importante, la fuerza de dicha creencia puede incluso aumentar. Las implicaciones de este fenómeno son profundas para debates sociales y conflictos ideológicos ya que revelan la dificultad intrínseca de alcanzar consensos o modificar creencias arraigadas en la identidad. Las investigaciones sobre el efecto de la repetición, conocido como efecto de verdad ilusoria, muestran por otro lado que la exposición reiterada a una proposición aumenta la probabilidad de que sea aceptada como verdadera, incluso cuando es contraria a nuestro conocimiento previo.