La política comercial de Estados Unidos ha sido un tema polémico y en constante evolución, especialmente en los últimos años con el surgimiento de figuras prominentes como Donald Trump. Su enfoque hacia los aranceles, que inicialmente fueron un pilar de su administración, ha generado un debate intenso sobre su efectividad y sus repercusiones económicas. A medida que el panorama político y económico cambia, incluso aquellos que anteriormente apoyaron esta estrategia se ven obligados a reconsiderar su posición. Donald Trump se erigió como un defensor ferviente de la política de aranceles a lo largo de su mandato, argumentando que estas medidas eran esenciales para proteger la industria estadounidense frente a la competencia extranjera, especialmente de países como China. Según sus afirmaciones, los aranceles serían una forma de revitalizar la producción nacional y crear empleos.
Sin embargo, lo que comenzó como una promesa destinada a fortalecer la economía de los Estados Unidos ha comenzado a desmoronarse a medida que las consecuencias de esas políticas se han hecho más evidentes. Uno de los principales arquitectos de la agenda comercial de Trump fue el asesor económico Peter Navarro, conocido por su postura beligerante hacia China y su defensa apasionada de los aranceles. Sin embargo, a medida que la economía comenzó a resentir los efectos negativos de estas medidas, incluso algunos de los defensores más acérrimos del proteccionismo empezaron a cuestionar su eficacia. La inflación se disparó y los precios de bienes de consumo aumentaron, lo que llevó a los votantes a sentir el impacto real de estas políticas. La realidad se impuso, llevando a muchos a cuestionar si los aranceles estaban realmente cumpliendo sus promesas.
Una de las cuestiones más críticas es quién realmente paga por los aranceles. Históricamente, se ha demostrado que la carga de estos impuestos no recae solamente en los países exportadores, sino que se traduce en un aumento de precios para los consumidores estadounidenses. Las empresas, enfrentadas a costos más altos debido a los aranceles, tienden a trasladar esos costos a sus clientes. Esto significa que, en última instancia, los ciudadanos estadounidenses son los que asumen el peso de estas políticas, contradiciendo la afirmación de Trump de que otros países pagarían el precio. Además, la política de aranceles ha tenido repercusiones negativas en la producción agrícola y en la cadena de suministro.
Muchos agricultores y productores se encontraron atrapados en medio de una guerra comercial, enfrentando represalias y aranceles sobre sus productos mientras intentaban exportar. Esto no solo afectó sus ingresos, sino que también llevó a un aumento en la incertidumbre económica, lo que tuvo un efecto dominó en otros sectores. A medida que la economía estadounidense se recuperaba lentamente de los estragos de la pandemia de COVID-19, la administración Biden decidió mantener gran parte de los aranceles impuestos durante la presidencia de Trump. Esto complicó aún más el panorama, ya que los líderes empresariales y políticos empezaron a preguntarse si los aranceles eran la mejor herramienta para fomentar el crecimiento económico. La conversación sobre aranceles no es nueva en la historia económica de Estados Unidos.
Desde antes de la Guerra Civil, los aranceles han sido utilizados como un medio para recaudar ingresos y proteger a los productores nacionales. Pero a medida que el país avanzaba hacia un sistema fiscal más diversificado, con la introducción del impuesto sobre la renta y otros impuestos, los aranceles comenzaron a perder relevancia como fuente de ingresos gubernamentales. Douglas Irwin, profesor de economía en Dartmouth College y autor de varios libros sobre política comercial, señala que, tras la Gran Depresión, la tendencia fue hacia la liberación del comercio y la reducción de aranceles. Esta shift se centró en el principio de reciprocidad, donde Estados Unidos y otras naciones acordaron reducir sus aranceles a cambio de compromisos similares. Esto dio lugar a acuerdos comerciales que han moldeado la economía global en el último siglo.
En este contexto, el regreso a un enfoque tan proteccionista como el de Trump resulta desconcertante para muchos economistas y políticos. Irwin enfatiza que la economía moderna no se puede comparar directamente con la de finales del siglo XIX, cuando los altos aranceles eran la norma. Las economías actualmente son más interdependientes, lo que significa que las políticas comercialistas pueden provocar reacciones adversas no deseadas en los mercados globales. La historia también revela que los aranceles no son un panacea para la evolución económica. Durante la década de 1890, aunque los aranceles eran altos, el país atravesó un período de volatilidad económica, con recesiones frecuentes y desempleo elevado.
Esto sugiere que la simple imposición de aranceles no garantiza por sí sola el crecimiento económico. La estrategia de Trump de utilizar los aranceles como una herramienta para financiar programas sociales y reducir el déficit parece, a la luz de los hechos, inadecuada. Aunque esperaría recaudar grandes sumas de dinero a través de estas tarifas, los ingresos generados por los aranceles han demostrado ser significativamente menores de lo previsto. Dado que las importaciones constituyen una pequeña parte del PIB de Estados Unidos, depender únicamente de los aranceles para financiar el gobierno resulta insostenible. El enfoque nacionalista que Trump defendió podría también enfrentarse a una creciente resistencia dentro de su propio partido.
Los líderes empresariales, muchos de los cuales han prosperado gracias al comercio global, están empezando a cuestionar una política que podría poner en peligro su capacidad de competir en el mercado internacional. En conclusión, la política de aranceles de Trump se enfrenta a un escrutinio cada vez mayor a medida que la realidad económica se impone. La promesa de proteger la industria estadounidense y generar empleos está siendo cuestionada por la inflación, el aumento de precios y el impacto negativo en sectores cruciales de la economía. A medida que el debate sobre el futuro del comercio se intensifica, queda por ver si los aranceles seguirán siendo una herramienta viable o si Estados Unidos buscará un enfoque más equilibrado y sostenible que beneficie tanto a productores como a consumidores.