En la era digital, la juventud de hoy, especialmente la generación Z, está transformando la forma en que gestionan sus finanzas personales. Cada vez más, están abandonando las tarjetas de crédito tradicionales para enfocarse en servicios modernos como compra ahora, paga después (BNPL, por sus siglas en inglés), que prometen facilitar las compras mediante pagos fraccionados a lo largo del tiempo. Esta tendencia refleja un cambio cultural importante, pero también encierra riesgos que los expertos financieros consideran preocupantes. Aunque actualmente la generación Z no está siendo sobrecargada con deudas impagables gracias a estos servicios, las advertencias sobre posibles trampas financieras van en aumento. La generación Z, nacida aproximadamente entre 1997 y 2012, ha crecido en un contexto económico distinto al de sus predecesores.
La crisis financiera de 2008, las turbulencias económicas globales y, más recientemente, la pandemia de COVID-19 han influido notablemente en su percepción del dinero y el gasto. A diferencia de generaciones anteriores, este grupo tiende a desconfiar de las tarjetas de crédito, que han sido tradicionalmente vinculadas a intereses elevados y una deuda acumulativa difícil de manejar. En cambio, prefieren alternativas más flexibles y tecnológicamente accesibles que les brindan una sensación de control. La solución que encontraron en el BNPL se está convirtiendo rápidamente en la favorita. Plataformas como Afterpay, Klarna y Affirm ofrecen a los jóvenes la posibilidad de dividir sus compras en pagos sin intereses durante un breve periodo, generalmente algunos meses.
Esta modalidad es atractiva porque, a diferencia de las tarjetas de crédito, muchos de estos planes no reportan inicialmente a las agencias de crédito, lo que puede evitar que afecte directamente su historial crediticio. Además, los pagos suelen ser pequeños y fáciles de administrar, ajustándose al presupuesto de quienes dependen de ingresos variables o sueldos modestos. Sin embargo, la flexibilidad que ofrece BNPL puede ser una espada de doble filo. Su facilidad para adquirir productos y servicios, desde ropa hasta vacaciones, muchas veces impulsa a la generación Z a practicar el llamado “doom spending” o gasto impulsivo y excesivo, motivado en parte por el estrés financiero y social que enfrentan. La presión de mantener un estilo de vida percibido como deseable, en particular en redes sociales, puede alimentar una cultura de consumo donde se prioriza la apariencia y el disfrute inmediato sobre la estabilidad económica a largo plazo.
Algunos expertos financieros advierten que esta dependencia creciente puede llevar a un ciclo peligroso de endeudamiento disfrazado de conveniencia. Aunque la mayoría de las ofertas BNPL promueven pagos sin intereses, existen planes que no son tan amigables y pueden incluir tasas de interés elevadas si los pagos no se realizan a tiempo. Estos cargos pueden incrementar significativamente el costo real de las compras, afectando a quien adopta este método sin un control adecuado. Además, al no estar regulados tan estrictamente como otros instrumentos crediticios, los consumidores pueden quedar expuestos a prácticas menos transparentes y a cláusulas contractuales complejas. Una joven de 25 años entrevistada para este análisis comentó cómo utilizó BNPL para financiar unas vacaciones de $4,000 dólares a un destino caribeño, una compra poco probable de haberse realizado sin este esquema.
Para ella, fue una herramienta positiva que le permitió distribuir el desembolso en pequeñas cuotas y gestionar mejor su presupuesto limitado. No obstante, reconoció que la tentación de recurrir constantemente a esta modalidad para adquirir bienes de lujo o caprichos puede ser una trampa que pone en riesgo la salud financiera futura. La realidad es que casi la mitad de los jóvenes de esta generación ha usado servicios BNPL en el último año, sumando alrededor de 30 millones de personas solo en Estados Unidos. Este fenómeno no es exclusivo de este país, dado que muchas economías globales experimentan un auge en estas plataformas apoyadas por avances tecnológicos, especialmente apps móviles que facilitan la experiencia de compra y el seguimiento de pagos. Sin embargo, la baja educación financiera en las finanzas personales continúa siendo un problema crucial.
Muchos usuarios desconocen los detalles de los contratos, tales como cuándo comienzan a acumularse intereses o las consecuencias de un pago retrasado. En consecuencia, organizaciones de defensa al consumidor y expertos en finanzas personales recomiendan extremar precauciones, leer la letra pequeña y no dejarse llevar por la comodidad sin llevar un control riguroso del presupuesto. Además, sugieren que es vital incluir la educación financiera desde la educación básica para que esta generación y las siguientes logren un equilibrio entre acceso a nuevas tecnologías financieras y responsabilidad económica. Un desafío subyacente es cómo las plataformas BNPL están cambiando la relación de las personas jóvenes con el crédito y el consumo. El hecho de que estas compras no aparezcan inicialmente en reportes crediticios puede dar una falsa sensación de solvencia, mientras que el volumen de pagos pendientes se acumula poco a poco.
Por lo tanto, aunque ahora la generación Z no esté sumergida en una crisis de deuda BNPL, un mal manejo podría conducir a dificultades financieras en el futuro cercano. Para los comerciantes, BNPL representa una oportunidad para incrementar las ventas y atraer a compradores jóvenes que preferirían no usar tarjetas de crédito. Sin embargo, esta estrategia también puede exacerbar patrones de consumo impulsivo, alimentando factores psicológicos relacionados con la gratificación instantánea y la necesidad de estatus. En síntesis, el auge de la generación Z como usuarios activos de compra ahora, paga después refleja una reconfiguración de las herramientas financieras y culturales alrededor del consumo. Por un lado, este servicio ofrece una alternativa atractiva a los métodos tradicionales, con flexibilidad y accesibilidad.
Por otro, existe una advertencia clara acerca de los riesgos implícitos relacionados con la educación financiera insuficiente, el posible endeudamiento oculto y las presiones sociales que impulsan a un consumo no siempre sostenible. Mantener un equilibrio entre aprovechar las ventajas de las nuevas tecnologías financieras y evitar caer en trampas de gastos excesivos es vital para la salud económica individual y colectiva. A medida que esta generación madura y sus hábitos financieros evolucionan, será fundamental el rol de las instituciones educativas, regulatorias y de asesoramiento para fomentar un consumo consciente y responsable. Solo así la generación Z podrá disfrutar de las facilidades del presente sin hipotecar su bienestar financiero futuro, evitando que lo que hoy es una opción se convierta mañana en una carga difícil de superar.