En el mundo del emprendimiento y el desarrollo de productos, es común enfrentarse a una situación desconcertante: los clientes potenciales aman la idea, aprecian el producto y reconocen su valor, pero aún así no compran. Esta realidad incómoda afecta a muchas startups y compañías establecidas por igual, generando una frustración profunda en los creadores que ven cómo sus esfuerzos y propuestas no se traducen en resultados concretos. A esta paradoja se le conoce como el “Purgatorio del Producto”. El purgatorio del producto surge en ese espacio intermedio donde un producto es valorado pero permanece sin convertirse en una decisión de compra. Los clientes potenciales pueden expresar entusiasmo y ofrecer elogios sinceros, pero siempre existe una barrera invisible que les impide dar el paso definitivo.
Analizar este fenómeno es esencial para entender las verdaderas dinámicas de la toma de decisiones comerciales y cómo diseñar estrategias que permitan superar este estancamiento. Uno de los grandes desafíos en esta situación radica en la confusión que genera la validación recibida. Los creadores suelen confundir el interés amable o la aprobación social —frecuentemente expresada con frases como “Me gusta mucho, pero no podemos comprar ahora”— con una verdadera validación del producto. En realidad, estas respuestas a menudo funcionan como muletillas sociales que evitan confrontaciones negativas, pero que no necesariamente reflejan una intención real de compra. Sin embargo, en muchos casos este interés es genuino.
Los potenciales clientes realmente aprecian el producto y desean adquirirlo, pero existen obstáculos internos y externos que frenan la transacción. Esto da pie a uno de los conceptos más esclarecedores en esta materia: la prueba de la varita mágica. La prueba de la varita mágica consiste en preguntarle al cliente si tomaría el producto si pudiera implementarse de inmediato, sin costos, sin esfuerzo, sin riesgos y con todos los beneficios ya integrados. Sorprendentemente, muchas veces la respuesta es negativa. ¿Cómo es posible que rechacen algo tan ideal? Simplemente porque no importa cuán valioso sea el producto, su implementación implica una fricción significativa.
Esta fricción, también llamada energía de activación, es el costo invisible —de tiempo, recursos, cambios organizacionales y riesgos— que debe superar el producto para ser adoptado. Esta fricción no solo proviene del precio monetario. La introducción de una nueva herramienta implica capacitar personas, integrar sistemas, modificar procesos y afrontar incertidumbres relacionadas con bugs o fallos imprevistos. Más allá de la inversión inicial, el producto representa un cambio que puede reducir temporalmente la productividad o desviar la atención de proyectos prioritarios. Un ejemplo clásico fue una startup de Austin que diseñó una solución para prevenir filtraciones de documentos confidenciales vía correo electrónico.
Aunque el problema estaba claro, y la solución parecía ingeniosa, grandes empresas no quisieron implementarla. El motivo principal fue el riesgo: poner una nueva compañía, sin trayectoria y potencialmente vulnerable, en el centro de su flujo de comunicaciones era demasiado peligroso, incluso si el servicio fuera gratuito. Este caso ilustra que el valor no solo debe superar el costo, sino que debe ser tan grande que justifique plenamente la interrupción y el riesgo que implica el cambio. Y esto es aún más pronunciado para startups sin marca ni reputación, ya que el escepticismo aumenta. Los clientes prefieren tecnologías maduras, con trayectoria comprobada y ecosistemas robustos, lo cual dificulta la adopción de soluciones innovadoras aunque sean prometedoras.
Pero, ¿qué ocurre cuando un producto supera esta dura prueba de la varita mágica y aún así no se vende? Aquí es donde entra en juego otro factor determinante: la motivación y, sobre todo, la urgencia. La urgencia es el motor que impulsa la acción inmediata. Sin ella, un cliente puede reconocer el valor, aceptar la propuesta y planificar la compra, pero siempre aplazará la decisión para atender temas más apremiantes. Las organizaciones suelen tener un par de prioridades que capturan la totalidad de sus recursos y foco. Si el nuevo producto no se encuentra entre las tres prioridades principales, la probabilidad de compra efectiva disminuye drásticamente.
Tomemos el ejemplo del cumplimiento con accesibilidad web. Aunque contar con sitios accesibles beneficia a usuarios con discapacidades y puede ser decisivo para algunos contratos gubernamentales, para muchas empresas representa una prioridad menor frente a otros proyectos que prometen mayor retorno inmediato, como mejorar el rendimiento, aumentar las ventas o adaptar funcionalidades claves. De esta manera, el producto se queda en pausa, en un limbo que puede extenderse durante meses o incluso años. La respuesta común es una promesa vaga: “Llámanos en seis meses” o “No es el momento adecuado”. Esta demora no refleja un rechazo definitivo, sino una falta de urgencia.
Para salir del purgatorio, es imprescindible identificar segmentos de mercado donde el producto represente un elemento crítico e inaplazable en la estrategia o operación. Por ejemplo, empresas que deben cumplir normativas regulatorias específicas, o que enfrentan presión competitiva urgente, o que atraviesan crisis particulares como problemas de reputación, cambios de liderazgo o incidentes graves que requieren soluciones inmediatas. Encontrar estos nichos con urgencia real permite enfocar los esfuerzos comerciales y de marketing en prospectos que efectivamente necesiten comprar ahora, no simplemente en un futuro indefinido. Esto puede implicar ajustar la comunicación para resaltar cómo el producto ayuda a resolver problemas inminentes o integrarse en procesos estratégicos que definen el rumbo corporativo. El seguimiento constante a señales externas es vital para identificar oportunidades: declaraciones públicas de objetivos empresariales, cambios regulatorios, movimientos en la competencia, informes de analistas, y modificaciones en la estructura organizacional pueden marcar el momento adecuado para ofrecer la solución.
Si bien el universo de clientes con urgencia puede parecer limitado, la realidad muestra que existen múltiples niveles de necesidad y disposición a pagar. Por un lado, está el grupo de “bullseye”, el círculo central para quienes la solución es indispensable y tiene prioridad máxima. Por otro, está una esfera mucho más amplia que, aunque no enfrenta una urgencia extrema, valora lo suficiente el producto como para eventualmente comprarlo. Para lograr salir del purgatorio, concentrarse con precisión en ese público disparador puede ser la estrategia más poderosa. La tentación de intentar alcanzar mercados más amplios o inconcretos resulta muchas veces en aplazamientos indefinidos y desgaste para el equipo.
Además de la segmentación estratégica, es fundamental reducir la fricción lo máximo posible para mejorar el valor neto percibido. Esto implica optimizar la experiencia de incorporación, mitigar riesgos con garantías o pruebas piloto, crear casos de éxito sólidos y construir reputación para disminuir la desconfianza. El purgatorio del producto no debe ser visto como un callejón sin salida, sino como una etapa natural en el desarrollo comercial, una invitación a entender mejor las dinámicas internas de compra y a refinar el enfoque. Tras pasar esta fase, los productos encuentran su mercado real, generan ingresos y logran satisfacción genuina para ambas partes. En conclusión, amar un producto no es garantía suficiente para comprarlo.
Más allá del valor y la validación, existen consideraciones estratégicas, organizativas y emocionales que determinan cuándo y cómo un cliente decide invertir. Reconocer la importancia de la urgencia y minimizar las barreras es la clave para transformar ese amor en acción y salir finalmente del purgatorio hacia el éxito comercial.