La ciencia en Estados Unidos ha sido durante décadas un pilar fundamental para el avance tecnológico y el desarrollo social tanto dentro del país como en el escenario global. Sin embargo, el segundo mandato del presidente Donald Trump ha marcado un giro preocupante para el sector científico estadounidense, un cambio que podría tener repercusiones duraderas e incluso poner en riesgo la posición de Estados Unidos como líder global en investigación e innovación. Este análisis explora los cambios impuestos por la administración Trump 2.0, sus implicaciones y las posibles soluciones que podrían evitar un retroceso significativo. Durante los primeros tres meses del segundo mandato de Trump, el respaldo gubernamental a la ciencia ha sufrido una desestabilización sin precedentes en los últimos ochenta años.
Miles de científicos que trabajaban en agencias federales fueron despedidos, deteniendo proyectos de investigación clave y paralizando ensayos clínicos fundamentales para avances en áreas como el cáncer, el Alzheimer, el VIH y el cambio climático. Además, más de mil subvenciones de investigación importantes fueron canceladas, afectando instituciones académicas y centros de innovación. El impacto de estos recortes y despidos no solo afecta el presente, sino que también amenaza la capacidad futura de Estados Unidos para mantener su liderazgo en ciencia e innovación. El presupuesto gubernamental previsto para el 2026 contempla recortes significativos, con una intención de reducción cercana al 50% para la NASA y del 40% para los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). A esto se suma la implementación de estrictas políticas migratorias que han llevado al encarcelamiento de estudiantes y académicos extranjeros, generando un clima de incertidumbre y desincentivando a los investigadores a permanecer o venir a Estados Unidos.
El efecto combinado de estos factores ha generado alarma en la comunidad científica. En marzo, aproximadamente 1,900 miembros de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina emitieron una carta abierta alertando sobre la peligrosa desintegración del aparato científico nacional. Una encuesta realizada por una prestigiosa publicación científica reflejó que el 94% de casi 1,600 investigadores encuestados temen por el futuro de la ciencia estadounidense y consideran que las políticas actuales tendrán efectos negativos a nivel global. El legado de Estados Unidos como potencia científica se fundamenta en inversiones federales sostenidas desde la Segunda Guerra Mundial, que impulsaron innovaciones revolucionarias como la Internet, el GPS, la resonancia magnética y la poderosa industria tecnológica que conocemos hoy. Sin embargo, la administración Trump ha justificado los recortes como una manera de eliminar el despilfarro, el fraude y el abuso dentro de estas instituciones, aunque no ha presentado evidencia suficiente para respaldar estas afirmaciones.
Parte de la estrategia corresponde a un plan delineado en el documento conocido como Proyecto 2025, elaborado por el conservador Heritage Foundation. Este plantea, entre otros objetivos, la disolución del “estado administrativo”, impactando a miles de trabajadores de agencias científicas como la NIH, la Fundación Nacional de Ciencia (NSF) y la Agencia de Protección Ambiental (EPA). En sus argumentos, estas instituciones son acusadas de fomentar propaganda ideológica, razón por la que el gobierno ha justificado la eliminación de fondos y despidos masivos. Las consecuencias de este enfoque son evidentes en varias agencias: la reducción del personal y presupuesto ha comprometido la capacidad de servicio y operación de organismos clave como el Servicio Meteorológico Nacional, que enfrenta dificultades para mantener sus funciones básicas. Esto abre la puerta a la privatización de servicios públicos esenciales y podría significar la pérdida de conocimientos y experiencia acumulados durante décadas.
Además, la disminución del financiamiento público amenaza la investigación fundamental, aquella que se realiza sin una aplicación directa inmediata pero que es vital para sembrar las bases de futuros avances tecnológicos y científicos. Este tipo de investigación es especialmente vulnerable porque las empresas privadas suelen invertir sólo cuando un nuevo descubrimiento tiene un margen claro de aplicación comercial y beneficios económicos a corto plazo. Por otro lado, el despido masivo de científicos y técnicos que trabajan para el gobierno representa una pérdida que difícilmente podrá ser revertida a corto o medio plazo. La formación de un investigador en el ámbito federal no solo implica conocimientos técnicos, sino un profundo entendimiento de los procedimientos gubernamentales, normativas y contexto legal que requiere tiempo y experiencia para dominar. Reconstituir este tipo de conocimiento institucional puede tomar años o incluso décadas.
Universidades y centros de investigación también están sintiendo el golpe. La cancelación masiva de subvenciones y contratos, algunas motivadas por razones políticas, ha generado un ambiente hostil que pone en riesgo el modelo de cooperación entre gobierno e instituciones académicas. Esta relación fue, históricamente, la base para la prosperidad científica del país. La reducción de fondos federales representa además un impacto económico directo para las universidades, que en 2023 invirtieron cerca de 109 mil millones de dólares en investigación, más de la mitad provenientes del gobierno. Esta situación está provocando un posible éxodo de talento científico hacia otros países que ofrecen entornos más estables, inversiones sostenidas y políticas acogedoras para la comunidad académica internacional.
Un fenómeno que podría debilitar no solo a Estados Unidos, sino a la ciencia global, dada la importancia que el país norteamericano tiene en la producción científica mundial. Algunos expertos resaltan que pretender que el sector privado compense los recortes estatales es una apuesta arriesgada y poco realista. Muchas áreas de la investigación dependen de apoyo público debido a su naturaleza exploratoria y alto riesgo, sin garantías de resultados inmediatos que atraigan capital privado. La reducción drástica de fondos públicos podría conducir a una ralentización significativa en la innovación, afectando la competitividad y el crecimiento económico del país a largo plazo. No obstante, la administración Trump sostiene que su estrategia busca dinamizar la ciencia estadounidense y mantener su dominio tecnológico para las próximas generaciones, aunque los testimonios y evidencias recogidas indican que las acciones adoptadas están desmantelando estructuras cruciales y retrasando el progreso.
Frente a este panorama, la comunidad científica, universidades y grupos de defensa de la investigación ponen voz de alarma y llaman a un replanteamiento urgente de las políticas de inversión en ciencia. La posibilidad de reposicionar a Estados Unidos como una superpotencia científica en el futuro inmediato dependerá de decisiones políticas que reflejen una apuesta firme por la sostenibilidad y el fortalecimiento del ecosistema científico nacional. La ciencia no solo impulsa el desarrollo tecnológico y económico, sino que también tiene un papel crucial en resolver desafíos globales como la salud pública, el medio ambiente y el cambio climático. Limitar el apoyo a la investigación en estas áreas tendrá repercusiones que trascienden fronteras y comprometen el bienestar colectivo a nivel mundial. En conclusión, el futuro de la ciencia en Estados Unidos durante el segundo mandato de Donald Trump se encuentra en una encrucijada.
Si las tendencias actuales persisten, podrían causar daños irreversibles que comprometerán la capacidad del país para innovar y atraer talento. Sin embargo, existe todavía la oportunidad de revertir esta situación mediante un compromiso renovado con la ciencia como motor fundamental para el progreso social y económico. La comunidad científica y la sociedad civil juegan un papel clave para garantizar que la colaboración y el apoyo a la investigación continúen siendo prioridades nacionales, indispensables para preservar el estatus de Estados Unidos como líder mundial en ciencia y tecnología.