En las tierras del Cauca, en el sur de Colombia, se encuentra Puerto Tejada, un pueblo afrodescendiente que guarda en sus entrañas una de las tradiciones más valiosas y poco conocidas del país: la esgrima con machete, popularmente llamada grima. Esta práctica marcial ancestral ha sido parte integral de la identidad afrocolombiana desde tiempos coloniales y representa mucho más que una técnica de combate, pues es un símbolo de libertad, resistencia y legado cultural. Sin embargo, esta disciplina enfrenta hoy día enormes retos para sobrevivir y continuar vinculando a las comunidades con su historia y su herencia cultural. Los últimos maestros y practicantes trabajan incansablemente para que esta tradición no se pierda en el tiempo. La grima no es solo una forma de defensa personal; es mucho más que eso.
Su origen remite a los pueblos africanos esclavizados que fueron traídos a Colombia para trabajar en las haciendas azucareras y en las minas de oro. Estos hombres y mujeres que lucharon por su libertad desarrollaron un método práctico que combinaba la destreza africana en el manejo de armas blancas con las influencias europeas importadas por los colonizadores. Así nació la grima, con un machete en una mano y un bordón —una especie de bastón defensivo— en la otra, creando un sistema único que ha perdurado a lo largo de los siglos. En la actualidad, la grima sigue practicándose en espacios como la Academia de Esgrima de Machete y Bordón, ubicada en la llamada Casa del Cacao, un centro que es refugio para quienes desean aprender y preservar esta herencia cultural. Aquí, maestros con más de cinco décadas de experiencia, como Miguellourido y Porfirio, transmiten la técnica, filosofía y tradición del arte marcial a alumnos comprometidos con mantener vivo este legado.
Aunque el sonido metálico del choque de machetes en esta academia puede parecer un simple entrenamiento, es en realidad la expresión vibrante de una cultura que busca sobrevivir ante la modernidad y la globalización. La importancia de la grima va más allá de su valor deportivo o marcial. Para la comunidad afrocolombiana, esta práctica es una manifestación profunda de identidad. En medio de un país marcado por desigualdades y conflictos sociales, la grima resurge como un símbolo de orgullo, un recordatorio de las luchas por la libertad y la dignidad de sus ancestros. Según Alicia Castillo Lasprilla, investigadora y activista cultural, la grima es inseparable de otros aspectos de la cultura afrocolombiana, como la gastronomía ancestral, las tradiciones orales, la medicina popular y las expresiones artísticas.
Así, proteger la grima implica salvaguardar todo un entramado cultural que conecta a las generaciones y fortalece el sentido de pertenencia. No obstante, esta tradición se enfrenta a un futuro incierto. La migración hacia las ciudades y la influencia creciente de la cultura mestiza han alejado a muchos jóvenes del interés por sus raíces afrocolombianas y sus expresiones culturales. Esto se traduce en una disminución notable en el número de nuevos practicantes de la grima, poniendo en riesgo la continuidad del arte. Sumado a esto, la falta de reconocimiento oficial complica la situación.
A diferencia de otras manifestaciones culturales que gozan de estatus en el Registro Nacional de Patrimonio Cultural Inmaterial, la grima aún no ha obtenido una inscripción formal —un hecho que limita el acceso a recursos, programas de apoyo y visibilidad pública. Este escenario motivó una campaña por parte de maestros y activistas para impulsar el reconocimiento oficial de la grima, tanto a nivel nacional como internacional. La inscripción como patrimonio cultural ofrecería no solo protección, sino también oportunidades para recibir financiamiento, desarrollar programas educativos y promover el arte dentro y fuera del país. El objetivo es que las nuevas generaciones puedan aprender y practicar sin que la tradición caiga en el olvido, asegurando que la grima continúe siendo una práctica viva y significativa. Sin embargo, la búsqueda por reconocimiento también genera preocupaciones legítimas.
La experiencia de otras comunidades afrodescendientes en Colombia, como las del pueblo de Palenque en la costa Caribe, ha mostrado que algunas declaratorias culturales produjeron efectos adversos, incluyendo tensiones socioeconómicas y políticas. En algunos casos, la comercialización y la explotación de las tradiciones culturales han puesto en peligro la autenticidad y el bienestar de los pueblos originarios. Por eso, los custodios de la grima son conscientes de la necesidad de un equilibrio delicado que garantice la preservación respetuosa de su arte sin vulnerar la autonomía y los valores comunitarios. Mientras se define el futuro legal y cultural de la grima, sus custodios continúan enseñando y practicando con pasión. La academia se convierte en un espacio de aprendizaje, pero también en un lugar de encuentro donde el pasado cobra vida y se proyecta hacia adelante.
A través de las enseñanzas, los jóvenes aprenden no solo técnicas de combate, sino también historia, filosofía y valores que fortalecen su identidad afrocolombiana y su autoestima. Es notable cómo el machete, inicialmente una herramienta de trabajo en los cañaverales, llegó a simbolizar la arma de la resistencia contra la opresión colonial, la lucha por la independencia y las guerras internas de Colombia. Cada movimiento en la grima es, en esencia, un eco de esa memoria colectiva, una disciplina de libertad que ha trascendido el paso de los siglos. Los maestros actuales de la grima encaran la responsabilidad de ser los guardianes de esta tradición en un mundo que cambia rápidamente. La combinación de esfuerzo comunitario, búsqueda de reconocimiento oficial y educación dentro de la cultura afrocolombiana podría ser la fórmula para evitar que la grima se desvanezca.
