En la era digital actual, registrar un dominio web debería ser un proceso sencillo y directo: buscas el nombre que quieres, verificas si está disponible y lo compras a un precio razonable. Durante muchos años, esta ha sido la experiencia para usuarios casuales y profesionales por igual. Sin embargo, al llegar a 2025, la realidad ha cambiado considerablemente, especialmente al intentar adquirir dominios valiosos o que consideran esenciales para su marca personal o negocio. Este fenómeno se resume con un término humorístico pero revelador: la “enshitificación” del proceso de compra de dominios. Este concepto describe cómo, con el tiempo, lo que solía ser simple y transparente se ha convertido en un entorno opaco, explotador y muchas veces frustrante para los usuarios finales.
Muchos usuarios ignoran que detrás del registro de dominios existe una compleja red de actores interesados en maximizar beneficios a expensas de quienes solo desean asegurar su espacio en Internet. El fenómeno más conocido y frustrante en este ámbito es el del “domain squatting”, o acaparamiento de dominios. Se trata de personas o empresas que registran grandes cantidades de nombres deseables, muchas veces sin intención real de construir sitios web o negocios, sino para revenderlos a precios desorbitados. Este modelo de negocio parece bastante rentable, y no es casualidad que persista desde hace más de una década. Lo que antes parecía un juego casi marginal se ha institucionalizado en ciertos sectores del mercado de dominios, con registradores y proveedores menos transparentes que incluso participan o se benefician indirectamente del fenómeno.
El simple hecho de investigar la disponibilidad de un dominio o hacer consultas WHOIS puede alertar a estos especuladores, quienes rápidamente convierten dichos dominios en “premium”. Esto significa que el dominio ya no está disponible por el precio estándar y pasa a ser subastado o retenido con tarifas elevadas y curadas por procesos poco claros. Una experiencia ilustrativa es la del intento de adquirir un dominio con la extensión .sh, que pertenece a la Isla de Santa Elena y se ha vuelto popular para sitios creativos por esa terminación corta y memorable. Intentar capturar un dominio con esta extensión no solo presenta dificultades técnicas sino también un proceso regulatorio opaco gestionado por entidades como Identity Digital.
Aquí no basta con esperar a que un dominio expire y se libere. En cambio, algunos dominios son categorizados como premium por el propio registro y están sujetos a subastas inversas y otras complicaciones que alargan la adquisición y aumentan los costes de forma artificial. Estos procesos confusos no cuentan con información transparente sobre quiénes están pujando, cuánto tiempo durarán las subastas o en qué momento el dominio será finalmente liberado. Los usuarios interesados deben confiar en plataformas externas poco eficientes, donde la falta de comunicación y las reglas complejas generan incertidumbre y sobreofertas impulsadas más por la ansiedad que por la lógica. Además de la “enshitificación” en el aspecto comercial, el fenómeno también refleja una falta de adecuación en los mecanismos regulatorios.
Organismos como ICANN establecen ciclos y reglas para la expiración y liberación de dominios, pero en la práctica, estas normativas se ven distorsionadas por subastas y decisiones comerciales que benefician a quienes controlan las extensiones. Islands nations que gestionan ciertas TLDs como .sh o .co están conscientes del potencial económico y explotan al máximo esta fuente de ingresos. Esto implica que, aunque legalmente un dominio pueda considerarse libre tras cierto periodo, en realidad puede permanecer retenido o subastado, generando confusión y abuso para los compradores legítimos.
Desde una perspectiva de usuario, esta situación produce una sensación de impotencia. Lo que en un principio era una decisión simple —registrar un nombre personal o comercial— se convierte en un juego de paciencia, estrategia y a menudo frustración. El aumento progresivo de ofertas propias junto con la falta de datos claros sobre competencia y tiempo de disponibilidad puede llevar a gastos elevados e incluso a la pérdida del dominio deseado si no se cuenta con paciencia o presupuesto. Para los profesionales que trabajan en la industria digital o en áreas como el análisis de datos, esta experiencia puede ser todavía más irónica. El modelo que tanto critican en otros ámbitos del marketing digital y la publicidad, donde las plataformas maximizan ingresos subiendo precios hasta el punto de la saturación, se replica con fuerza en el mercado de dominios.
La falta de transparencia y la manipulación para incentivar pujas mayores forman parte de la estrategia de monetización que afecta a miles de usuarios y negocios. Frente a este panorama, es fundamental que quienes buscan un dominio tomen medidas informadas. Revisar con frecuencia los plazos de expiración, emplear servicios confiables para monitoreo y puja, y estar conscientes de las reglas específicas de cada registro son pasos clave. Sin embargo, estas acciones no garantizan una experiencia libre de tensiones o sobrecostos. Por tanto, la recomendación extendida sigue siendo actuar con anticipación y evitar posponer la adquisición de dominios estratégicos.
También existe un debate creciente alrededor de la necesidad de revisar y mejorar las políticas regulatorias y los mecanismos de gestión de dominios. Mayor transparencia en subastas, mejores prácticas para evitar el acaparamiento y una regulación más estricta para los registros premium podrían favorecer un mercado justo. Sin cambios, la enshitificación solo continuará profundizándose y creando barreras para usuarios legítimos. En conclusión, registrar un dominio en 2025, aunque sigue siendo accesible para nombres poco buscados, representa un desafío creciente para quienes desean dominios deseables y cortos. La tensión entre las prácticas comerciales opacas, la especulación sistemática y la falta de regulación clara dificultan que los usuarios obtengan lo que necesitan sin frustraciones o gastos inesperados.
La “enshitificación” del proceso, aunque molesta, refleja problemáticas más amplias en la economía digital y sirve como recordatorio de que incluso las soluciones aparentemente simples pueden volverse complejas cuando hay intereses económicos poderosos detrás. Navegar este escenario exige paciencia, conocimiento y, cada vez más, una mirada crítica sobre cómo las reglas del juego benefician a algunos sectores sobre el resto de la comunidad digital.