El ser humano es una criatura social por excelencia, y desde tiempos inmemoriales ha buscado conformar grupos, comunidades y sociedades que le permitan sobrevivir, prosperar y desarrollar un sentido de pertenencia. Sin embargo, existe un límite casi invisible pero esencial en la cantidad de relaciones sociales estables que una persona puede mantener, conocido como número de Dunbar. Este concepto, acuñado por el antropólogo británico Robin Dunbar en la década de 1990, ha revolucionado el entendimiento sobre las conexiones sociales y cómo operan en nuestra vida diaria y estructuras sociales complejas. El número de Dunbar representa un límite cognitivo propuesto que sugiere que los humanos pueden mantener aproximadamente 150 relaciones sociales estables. Estas relaciones implican conocer quién es cada individuo dentro del grupo y entender la dinámica entre todas esas personas a un nivel lo suficientemente profundo para mantener la cohesión social.
Esta idea se sustenta en investigaciones comparativas entre diferentes especies de primates, en las cuales Dunbar observó una correlación directa entre el tamaño del neocórtex y el tamaño promedio de los grupos sociales. El neocórtex es la parte del cerebro donde se procesan las funciones cognitivas superiores, incluyendo la gestión de interacciones sociales complejas. Según Dunbar, la dimensión relativa del neocórtex en humanos permite gestionar alrededor de 150 relaciones interpersonales estables, aunque este valor puede variar entre 100 y 250 dependiendo de factores sociales y contextuales. Para que estos vínculos se mantengan y desarrollen, se requiere una inversión considerable de tiempo y energía, principalmente en actividades de socialización, como la comunicación y ciertas formas de interacción que fortalecen lazos de confianza y reciprocidad. El contexto evolutivo es fundamental para entender el origen del número de Dunbar.
Durante el periodo Pleistoceno, hace aproximadamente 250,000 años, las sociedades humanas eran usualmente grupos de cazadores-recolectores con estructuras sociales relativamente pequeñas y cohesionadas. Dunbar examinó evidencia antropológica y etnográfica de tales sociedades, observando que las comunidades de ese entonces, así como algunas sociedades contemporáneas de subsistencia, tienden a formarse alrededor de grupos que oscilan en tamaños similares a su estimación de 150 individuos. Estas cifras coinciden con otros datos sociológicos, haciendo que el número de Dunbar sea un referente significativo. Una de las contribuciones más interesantes de Dunbar es la hipótesis de que el lenguaje humano surgió como una forma eficiente de ‘‘acicalamiento social’’, una necesidad observada en otros primates donde el grooming o acicalamiento físico es la principal actividad para mantener las relaciones sociales. Dada la imposibilidad de invertir largas horas en el acicalamiento físico, el lenguaje permitió la transmisión rápida y efectiva de información social, incrementando la cohesión sin drenaje excesivo de recursos.
Así, el lenguaje se perfila no solo como un medio de comunicación sino como una herramienta fundamental en la evolución social humana. En la era digital, el número de Dunbar también cobra relevancia. Las redes sociales en línea, como Facebook y otras plataformas, permiten la creación de grandes cantidades de conexiones. Sin embargo, diversos estudios indican que incluso en estos espacios digitales, el número de relaciones significativas que una persona mantiene tiende a no superar el límite propuesto por Dunbar. Esto implica que la calidad de las relaciones continúa siendo un factor crítico y que la capacidad cognitiva para manejar relaciones profundas no se amplía exclusivamente con la tecnología.
Asimismo, este fenómeno tiene implicaciones en el mundo empresarial y organizacional. Algunas empresas han adoptado el número de Dunbar como guía para la organización interna, fomentando equipos y grupos de trabajo que no superen aproximadamente las 150 personas. Esto busca optimizar la comunicación y colaboración, y reducir los conflictos y la pérdida de eficiencia que pueden surgir en grupos demasiado grandes y desarticulados. La empresa W.L.
Gore & Associates, famosa por su producto Gore-Tex, es un ejemplo conocido de cómo se han diseñado estructuras organizativas respetando este límite. Por otro lado, también existen críticas y cuestionamientos respecto al número de Dunbar. Investigaciones recientes sugieren que no existe una cifra universal y fija, y que los límites de las relaciones sociales pueden variar ampliamente debido a factores culturales, ambientales y personales. Algunos estudios han presentado números significativamente mayores o menores, y argumentan que las diferencias en la capacidad para mantener vínculos estables podrían estar influidas por aspectos como la dieta, la dispersión geográfica o las demandas sociales específicas de cada comunidad. Además, algunos expertos señalan que la comparación con primates puede no ser completamente aplicable dado que los cerebros humanos y sus funciones sociales son únicas y no estrictamente análogas a otras especies.
También se ha discutido que el tamaño del grupo social puede depender menos del cerebro que de factores ecológicos, como la disponibilidad de recursos y los riesgos del entorno. A pesar de estas controversias, el número de Dunbar sigue siendo una herramienta útil para comprender la dinámica de las relaciones humanas y los límites naturales que enfrentan nuestras interacciones sociales. Los mecanismos de mantenimiento de relaciones, como el tiempo dedicado a la comunicación y actividades conjuntas, tienen un impacto real en cómo y con cuántas personas podemos relacionarnos profundamente. El concepto ha trascendido la antropología y la biología evolutiva para influir en diversos campos, incluyendo la psicología social, la estadística de redes, la gestión empresarial e incluso la seguridad, donde se analiza la estructura de redes terroristas o criminales a partir del tamaño manejable de sus nodos sociales. La popularización del número de Dunbar también ha tenido impacto cultural, siendo citado en libros, podcasts y diversos medios para explicar fenómenos sociales cotidianos tales como el porqué de la dificultad para mantener amistades amplias o la raíz de ciertas actitudes sociales restrictivas y exclusivas.
En definitiva, el número de Dunbar nos invita a reflexionar sobre los límites intrínsecos de nuestra sociabilidad, vinculados estrechamente a la biología de nuestro cerebro. Comprender este límite puede guiarnos a modelar mejor nuestras relaciones personales, la organización de nuestras comunidades y el diseño de estructuras sociales y tecnológicas que respeten nuestra capacidad cognitiva y emocional. En un mundo cada vez más interconectado, donde las tecnologías amplifican las posibilidades de contacto pero no necesariamente la calidad ni la profundidad de las relaciones, el número de Dunbar es un recordatorio de que la cantidad no siempre equivale a la calidad y que nuestras redes sociales más significativas tienen un tamaño limitado, con profundas implicaciones para nuestra felicidad, bienestar y eficiencia social.