La economía china ha sido durante mucho tiempo un motor de crecimiento en el escenario mundial, pero recientes noticias han traído un matiz sombrío a este panorama. A medida que el país intenta recuperarse de los estragos económicos causados por la pandemia, una nueva amenaza ha surgido: la deflación. Este fenómeno, caracterizado por la caída generalizada de los precios, está comenzando a afectar no solo a la economía interna de China, sino que también envía ondas de choque a través de la economía global. Desde que el COVID-19 golpeó al mundo en 2020, China ha estado en un camino tortuoso hacia la recuperación. Las estrictas medidas de confinamiento, que fueron en su mayoría efectivas para contener el virus, tuvieron un costo incalculable para la economía.
Sin embargo, los primeros meses de 2023 parecían mostrar señales de optimismo. Las fábricas comenzaron a reabrir, el consumo interno se recuperaba lentamente, y la inversión extranjera parecía estar regresando. No obstante, estos brotes verdes parecían más cosméticos que fundamentales, y la realidad de la deflación rápidamente comenzó a emerger. Los analistas económicos han señalado que la deflación en China está alimentada, en parte, por una disminución en la demanda interna. Con un crecimiento débil de los ingresos y una confianza del consumidor en baja, muchos ciudadanos están posponiendo las compras y gastando menos.
Este estancamiento en el consumo ha forzado a los productores a bajar los precios para estimular las ventas. En algunos sectores, como el inmobiliario, la presión ha sido aún mayor. Después de años de precios en aumento, el sector ha visto una corrección significativa, lo que ha dejado a muchos desarrolladores en la cuerda floja y ha minado aún más la confianza del consumidor. Adicionalmente, la reducción de la demanda global está mermando aún más la capacidad de recuperación de China. A medida que los principales socios comerciales enfrentan sus propias luchas económicas —especialmente los Estados Unidos y la Unión Europea— la demanda de exportaciones chinas ha disminuido.
Esto ha resultado en una caída en los precios de los bienes manufacturados, lo que contribuye a un ciclo de deflación. Las empresas chinas, en muchos casos, priorizan la supervivencia a corto plazo a toda costa, lo que conduce a una guerra de precios que agrava aún más la situación. Una de las consecuencias más alarmantes de este entorno deflacionario es el peligro del estancamiento económico. Este término hace referencia a una combinación de crecimiento lento, desempleo alto y precios en caída. Si bien China ha tenido un crecimiento económico consistente durante décadas, la deflación podría desencadenar una recesión prolongada.
El riesgo es significativo, especialmente considerando la dependencia de la economía china en la inversión de infraestructura y el crecimiento del crédito, que ya muestran signos de agotamiento. Los responsables políticos chinos se enfrentan a una encrucijada complicada. Por un lado, la Reserva del Pueblo de China puede considerar la reducción de tasas de interés y medidas de estímulo fiscal como una forma de reactivar la economía. Sin embargo, el margen para maniobrar es limitado, ya que la deuda pública y privada ya han alcanzado niveles preocupantes. A medida que las empresas y los consumidores se vuelven cada vez más renuentes a endeudarse, las herramientas tradicionales de política económica pueden perder eficacia.
La deflación también ha generado preocupación sobre la posibilidad de que se instale un círculo vicioso. Cuando los precios caen y la economía se desacelera, las empresas pueden optar por despedir empleados o reducir salarios, lo que a su vez disminuye el poder adquisitivo del consumidor. Esta dinámica puede crear una espiral de decline que es difícil de revertir. Las lecciones de la crisis financiera de 2008 y la crisis de la zona euro son recuerdos inquietantes para los responsables de la política económica de Pekín. En este contexto, hay un llamado a la acción urgente.
Algunos economistas sugieren que China necesita un cambio estructural en su enfoque hacia el crecimiento económico, alejándose de una dependencia excesiva en la inversión y el crédito, y dirigiéndose hacia un modelo más equilibrado que promueva la innovación, el consumo y un desarrollo más sostenible. El desarrollo de nuevas industrias, la promoción de tecnologías limpias y la mejora del sistema de bienestar social podrían ser pasos necesarios para transformar la economía. Además, la cooperación internacional puede jugar un papel fundamental en la recuperación económica de China y del mundo en general. A medida que otros países enfrentan sus propios desafíos económicos, es imperativo fomentar un diálogo abierto y constructivo sobre políticas comerciales y económicas. La interconexión de las economías globales significa que los problemas en un país pueden rápidamente trasladarse a otro.
Por lo tanto, la colaboración podría no solo ayudar a China a superar su deflación, sino que también podría estabilizar la economía global. Mientras tanto, el partido gobernante, el Partido Comunista Chino, también enfrenta presiones internas. La descontento social ha comenzado a surgir, impulsado por preocupaciones sobre la competencia económica, el desempleo y la falta de oportunidades. Si bien el gobierno ha sido tradicionalmente efectivo en controlar manifestaciones y mantener el orden social, el creciente descontento podría haber repercusiones en la estabilidad política a largo plazo. La deflación puede servir como un catalizador para que se cuestionen políticas y decisiones que han sido aceptadas hasta ahora.
Sin duda, la situación actual de la economía china presenta un reto considerable. La deflación no solo amenaza el crecimiento interno, sino que también plantea riesgos significativos para la economía global en su conjunto. En un mundo marcado por la incertidumbre, la capacidad de China para salir de este bache será observada de cerca por economistas, empresas e inversores en todo el mundo. La respuesta que el país dé a estos desafíos no solo moldeará su futuro, sino que también influirá en el rumbo de la economía global en los años venideros.