En abril de 2025, la conferencia TED celebrada en Vancouver, Canadá, se convirtió en un reflejo inquietante del estado actual de la democracia estadounidense. Más allá de las charlas inspiradoras y los avances tecnológicos que normalmente caracterizan el evento, la conversación dominante entre los asistentes giró en torno a una realidad alarmante: Estados Unidos está en una peligrosa pendiente hacia el autoritarismo. Este fenómeno fue abordado con seriedad y urgencia, revelando signos claros de erosión democrática y la potencial desaparición de garantías constitucionales fundamentales. Históricamente, TED ha sido un escenario para la presentación de ideas audaces, innovadoras y a menudo utópicas, pero en 2025, la atmósfera estaba impregnada de preocupación y conciencia crítica. Expertos, pensadores multidisciplinarios y activistas compartieron inquietudes reales sobre cómo acontecimientos recientes, desde decisiones políticas hasta maniobras corporativas, están redibujando el panorama político y social estadounidense hacia un modelo cada vez más autoritario y excluyente.
La periodista Carole Cadwalladr, conocida por su trabajo descifrando el auge del control tecnológico y la autoritarismo impulsado por datos, fue una de las voces más destacadas de la conferencia. En una charla poderosa, señaló sin ambigüedades que lo que está ocurriendo en la política estadounidense puede describirse como un golpe de estado. Según Cadwalladr, la influencia desmedida de figuras corporativas, ejemplificada en la compra de la presidencia por parte de Elon Musk, está socavando la soberanía nacional y transformando la democracia en un régimen de poder concentrado y opaco. Este planteamiento resonó con muchos asistentes, marcando una creciente desconfianza hacia las grandes corporaciones tecnológicas y sus prácticas. La controversia sobre el uso de propiedad intelectual para entrenar sistemas de inteligencia artificial, expuesta públicamente durante una entrevista en el propio evento, ilustró la tensión entre innovación tecnológica y respeto a derechos fundamentales.
La respuesta desde las altas esferas corporativas, menospreciando las preocupaciones legítimas, evidenció un desprecio que preocupa sobre los límites éticos y legales en los que estas empresas se mueven. Los signos de que Estados Unidos ha cruzado varias “líneas rojas” se hicieron evidentes en una lista larga y creciente de medidas represivas y antidemocráticas. Desde políticas migratorias severas, como deportaciones a países como El Salvador sin debido proceso, hasta ataques sistemáticos contra instituciones educativas y mediáticas emblemáticas, el país parece estar abandonando gradualmente los principios constitucionales en los que se fundamentó. La intervención estatal en universidades privadas, la coacción a bufetes legales para apoyar al gobierno sin compensación, la revocación indiscriminada de visas estudiantiles y la criminalización de figuras mediáticas que critican al régimen son sólo algunos ejemplos del control creciente sobre la sociedad civil y el espacio público. Se ha vuelto común hablar de censura, persecución política y el uso arbitrario del aparato estatal para silenciar al disenso, generando un clima de miedo y autocensura.
Otro aspecto preocupante es el control sobre la comunicación con agencias gubernamentales. La obligación forzada de interactuar a través de plataformas privadas controladas por figuras vinculadas al poder autoritario, como la obligación de usar la red social X (antes Twitter) para trámites oficiales, ejemplifica la privatización y manipulación de procesos públicos. Estas medidas deterioran la confianza ciudadana y afectan la transparencia, al tiempo que convierten la información en un arma política. Además, la inclusión de aranceles controvertidos, fluctuaciones monetarias inestables y recortes drásticos en programas esenciales sin la aprobación del Congreso reflejan un desprecio por las normas de gobernanza democrática y la división de poderes. La combinación de crisis económicas y políticas electorales polarizadas alimenta todavía más la incertidumbre sobre el futuro del país.
En este contexto, ciudadanos y profesionales de diversas áreas han comenzado a considerar opciones antes impensadas, como la emigración o la reubicación fuera del territorio estadounidense. La preocupación va más allá de la simple insatisfacción política: existe un temor fundado sobre la posible pérdida de derechos, la vigilancia constante y la persecución por motivos ideológicos. La emigración se perfila no como una elección, sino como una medida de protección frente a un entorno cada vez más hostil. La estructura institucional tradicional parece estar en crisis profunda. La independencia judicial es cuestionada abiertamente, la separación de poderes se desvanece ante la imposición autoritaria, y mecanismos clásicos de control y balance se revelan insuficientes o directamente inoperantes.
Esta situación plantea serias dudas sobre la continuidad de la democracia representativa en su forma conocida y sobre la capacidad de las instituciones para defenderse frente a tendencias concentradoras y arbitrarias. El contraste con la situación canadiense fue palpable en las conversaciones en Vancouver. Muchos asistentes canadienses expresaron clara preocupación ante lo que consideran un deterioro estadounidense que ellos buscan evitar. Canadá, según el discurso predominante, intenta reafirmarse en una identidad basada en valores liberales y democráticos, lejos del autoritarismo que amenaza a su vecino del sur. La figura del primer ministro Mark Carney es vista como un factor estabilizador, capaz de resistir presiones internas para inclinar el país hacia políticas populistas o autoritarias.
Entre los debates hubo espacio para reflexiones filosóficas y tecnológicas, incluyendo la noción de si vivimos en una simulación o en una realidad manipulado por actores con alta capacidad de agencia que rompen las reglas tradicionales de la política y la sociedad. La conclusión general fue que no se trata de teorías abstractas sino de una realidad tangible, donde figuras como Musk, Trump y Putin están moldeando una nueva realidad paralela, muchas veces disconforme con las normas consensuadas y con consecuencias profundas para millones de personas. Este análisis desde TED 2025 sirve como un llamado urgente a la acción y a la reflexión colectiva. La democracia, lejos de ser un sistema estático o garantizado, es un constructo vivo que requiere vigilancia permanente, participación activa y defensa ante las desviaciones autoritarias. La experiencia estadounidense actual es una advertencia para otras naciones y un motivo para reforzar los mecanismos democráticos y sociales que construyen sociedades libres y justas.
Finalmente, la conferencia recordó que en medio de la crisis, la conversación humana, las redes sociales de apoyo y el compromiso civil son las herramientas más valiosas para enfrentar los desafíos. La unión de ideas, la cooperación internacional y la consciencia crítica emergen como la resistencia más fuerte frente a un retroceso que, aunque grave, todavía puede ser detenido. La mirada desde TED 2025 sobre la deriva autoritaria de Estados Unidos es, por tanto, un reflejo de las tensiones contemporáneas, pero también una invitación a no aceptar la normalización del retroceso democrático. La historia aún está en construcción, y la responsabilidad de definirla recae en cada uno de los ciudadanos, instituciones y actores globales comprometidos con la defensa y promoción de la libertad y la justicia.