Durante décadas, los pterosaurios fueron vistos principalmente como magníficos reptilianos que surcaban los cielos de la era Mesozoica, coexistiendo con los famosos dinosaurios. Sin embargo, un nuevo estudio innovador realizado por investigadores de la Universidad de Leicester ha arrojado luz sobre un aspecto poco conocido de estos animales: su vida y adaptación en tierra firme. Gracias al examen minucioso de huellas fósiles con más de 160 millones de años, los científicos han podido identificar no solo qué tipos de pterosaurios dejaron estas impresiones, sino también entender mejor su modo de vida, comportamiento y evolución al volverse más terrestres. Esta investigación no solo cambia nuestra percepción tradicional, sino que también ofrece nuevas pistas sobre cómo estos reptiles voladores conquistaron el suelo y diversificaron sus hábitos, un cambio tan significativo como su capacidad para volar. Estas huellas fósiles, conocidas como trazas fósiles, constituyen una ventana directa al pasado que revela mucho más que la mera existencia de estos animales; muestran cómo estos reptiles se desplazaban y adaptaban sus actividades en ambientes que ya no podemos observar.
Mediante tecnología avanzada como el modelado tridimensional y rigurosas comparaciones con esqueletos fósiles, el equipo de la Universidad de Leicester ha logrado vincular tres tipos diferentes de huellas con grupos específicos de pterosaurios, identificando así su comportamiento en distintas zonas ecológicas y modos de alimentación. Uno de los grupos destacados a través de las huellas es el de los neoazhdárquidos, una familia de pterosaurios que incluye al Quetzalcoatlus, conocido por sus enormes dimensiones con una envergadura de hasta diez metros, colocándolo entre los animales voladores más grandes de la historia. Lo más notable es que las huellas de estos gigantes se han encontrado en zonas tanto costeras como interiores, lo que confirma que estos animales no solo dominaban los cielos sino que también eran caminantes frecuentes en tierra, compartiendo hábitats con los dinosaurios. Esto completa el panorama de una criatura mucho más versátil y adaptativa de lo que se pensaba. Por otro lado, las huellas de los ctenochasmatoideos, reconocibles por sus largas mandíbulas con dientes finos y en forma de aguja, revelan una preferencia por ambientes costeros, donde probablemente se paseaban por mudas orillas o lagunas poco profundas.
Su especialización para alimentarse de pequeños peces y presas flotantes se refleja claramente en esta asociación ecológica, y el abundante registro de sus huellas sugiere que eran mucho más comunes en estos ambientes que lo que indican los escasos restos óseos encontrados hasta ahora. También se identificaron huellas correspondientes a los dsungaripteridos, caracterizados por sus potentes extremidades y mandíbulas con picos curvos y sin dientes en la parte delantera, pero con dientes anchos y redondeados al fondo, ideales para romper conchas y otros alimentos duros. La asociación de estas huellas con esqueletos fosilizados de la misma especie proporciona pruebas convincentes sobre la identidad de sus creadores, algo que durante mucho tiempo fue un misterio para los paleontólogos. El estudio, publicado en la prestigiosa revista Current Biology, destaca un cambio ecológico trascendental durante el período medio del Mesozoico, hace unos 160 millones de años, cuando varios grupos de pterosaurios comenzaron a trasladar buena parte de su actividad al suelo. Este tránsito del aire a la tierra no solo implicaba un nuevo hábitat sino también nuevas formas de alimentación, locomoción y comportamiento social, que ahora pueden ser interpretadas gracias a estas huellas fósiles.
Así, las pisadas no solo son recuerdos estáticos, sino que ofrecen una narrativa viva de la vida diaria de estos fascinantes reptiles. Robert Smyth, autor principal del estudio y estudiante de doctorado en el Centro para la Evolución del Paleobioma de la Universidad de Leicester, subraya la importancia de las huellas como herramienta para entender el modo de vida de los pterosaurios. Mientras que los esqueletos fósiles conservan información sobre la anatomía, las huellas ofrecen valiosos indicios sobre la interacción con el entorno, el comportamiento locomotor e incluso la ecología de estas criaturas. Es un enfoque complementario que enriquece el conocimiento paleontológico y permite reconstruir ecosistemas perdidos. Por su parte, el coautor Dr.
David Unwin, experto en estudios museológicos y paleontología del Reino Unido, celebra que 88 años después del hallazgo inicial de huellas de pterosaurios, finalmente se haya logrado resolver el enigma de quién las realizó y cómo. Este avance abre nuevas oportunidades para identificar comportamientos específicos y analizar la evolución de estos reptiles voladores de una manera precisa y fundamentada. El descubrimiento también aporta luz sobre el impacto que tuvo la extinción masiva ocurrida hace 66 millones de años, causada por un asteroide que provocó la desaparición de los dinosaurios y pterosaurios. Algunas de las huellas neollegan hasta fechas cercanas a ese evento, lo que significa que los pterosaurios terrestres persistieron durante mucho tiempo y posiblemente tuvieron una presencia significativa antes del colapso ambiental. Esto contrasta con la visión simplificada de los pterosaurios como animales exclusivamente aéreos y remotos.
En realidad, su historia está marcada por una notable capacidad de adaptación ecológica. El tránsito a la tierra firme implicó una mejora de sus extremidades, cambios comportamentales y una amplia variedad de estrategias de alimentación que marcaron su éxito evolutivo durante gran parte del Mesozoico. Las implicaciones de estos hallazgos son enormes para la paleontología y para la comprensión del desarrollo evolutivo de los reptiles voladores. La innovación metodológica basada en combinar huellas tridimensionales, trazas y fósiles óseos crea una vía para futuras investigaciones. Esta metodología podría aplicarse a otros grupos fósiles para entender mejor su biología y evolución ambiental.
Además, estos descubrimientos despiertan interés general y científico, pues muestran cómo el registro fósil puede ser mucho más dinámico de lo que parece a simple vista. Los rastros fósiles no son solo pruebas indirectas, sino testigos de hábitos y costumbres en ecosistemas desaparecidos, abriendo una ventana a una época donde la vida sobre la tierra y en el aire jugaba un papel apasionante e inexplorado. Este conocimiento también tiene resonancia en la educación y divulgación, permitiendo que el público se acerque a la paleontología con una imagen más rica y detallada de los pterosaurios. No solo se retrata su imponente tamaño o su capacidad de vuelo, sino su vida cotidiana, cómo caminaban, buscaban alimento y vivían entre otros antiguos seres de la era de los dinosaurios. En resumen, el análisis reciente de huellas de pterosaurios fósiles representa un hito en el estudio de estos reptiles.
Confirma que hace 160 millones de años, durante el Mesozoico, estas criaturas emprendieron una importante transición ecológica hacia la vida terrestre, modificando sus hábitos y conquistando nuevas fronteras evolutivas. Estos hallazgos enriquecen nuestro entendimiento de la biodiversidad prehistórica y del complejo entramado de vida que moldeó la historia del planeta, recordándonos la capacidad de adaptación y cambio constante que caracteriza a la actividad biológica en la Tierra.