El costo de la electricidad en Reino Unido se ha convertido en un tema de gran relevancia, tanto para los hogares como para las empresas. A pesar de que el país ha avanzado significativamente en la generación de energía renovable, alcanzando más del 50% de su electricidad a partir de fuentes limpias en el último año, los precios siguen siendo de los más altos a nivel mundial. Esta situación plantea una pregunta fundamental: ¿por qué la electricidad en Reino Unido es tan cara y qué se puede hacer para reducir estos costos? El análisis de expertos y estudios recientes revela que la respuesta está profundamente ligada a la dependencia del gas natural y a cómo funciona el mercado eléctrico en el país. Además, la crisis geopolítica global y los desafíos estructurales del sistema energético añaden complejidad al panorama. En esencia, el precio alto de la electricidad en Reino Unido está directamente vinculado a la elevada dependencia del gas natural.
Después de la invasión de Rusia a Ucrania, los precios del gas han experimentado una escalada histórica. Reino Unido importa gran parte de su gas, y esta dependencia ha influenciado de manera considerable el aumento del precio mayorista de la energía eléctrica. El sistema británico establece que el precio del mercado eléctrico se fija de acuerdo al coste de la fuente de generación más cara en operación, lo que en la mayoría de los casos es la producción de energía a partir de plantas de gas. Por lo tanto, aunque la generación renovable tenga un coste marginal bajo o casi nulo, el precio del gas condiciona la tarifa que pagan consumidores y empresas. Esta realidad se conoce como un sistema de fijación de precios marginales, donde la electricidad generada a partir del gas determina el precio durante el 98% del tiempo en Reino Unido.
Este porcentaje es mucho mayor que la media en Europa, que se sitúa alrededor del 40%. Así, incluso cuando la mayoría de la energía proviene de fuentes renovables, los precios permanecen altos debido a este mecanismo. En algunas ocasiones, la demanda elevada en momentos puntuales obliga a encender plantas de gas antiguas y costosas, provocando picos de precios extremadamente elevados. Un ejemplo reciente fue cuando dos centrales de gas recibieron pagos millonarios por solo tres horas de suministro para hacer frente a condiciones climáticas adversas. El impacto de estos costos elevados va mucho más allá del bolsillo de las familias.
Los sectores industriales se han visto especialmente afectados, con empresas manufactureras y metalúrgicas como los productores de acero señalando que los altos precios de la electricidad amenazan su competitividad frente a países vecinos con tarifas más bajas. La subida en la factura media anual de los hogares, que ha aumentado en más de cien libras este año, también genera una presión creciente a nivel social y económico, acentuando la precariedad energética y obstaculizando la recuperación económica. Entre las soluciones propuestas para enfrentar esta crisis energética, la reducción de la dependencia del gas natural aparece como la más unánime y efectiva. Incrementar la participación de energías renovables y la capacidad nuclear en la generación eléctrica ayudaría a disminuir la influencia del gas en la formación de precios y, por ende, a reducirlos paulatinamente. Desde el punto de vista internacional, países como Francia y Alemania ilustran este principio: Francia, que obtiene más de dos tercios de su electricidad a partir de la energía nuclear, experimenta precios fijados por gas solo en un 7% del tiempo, mientras que en Alemania, con una penetración renovable superior al 50%, el gas determina los precios en aproximadamente el 25% del tiempo.
El gobierno británico ha establecido metas ambiciosas para 2030, con la intención de que la generación a través de plantas de gas represente solo el 5% del consumo eléctrico anual. Según modelos del Operador Nacional de Sistemas Energéticos, en escenarios deseables el gas debería fijar los precios en apenas un 15% de las horas, reduciendo la volatilidad derivada de las fluctuaciones internacionales en los mercados de gas. Otra estrategia consiste en transformar profundamente la estructura del mercado eléctrico para limitar el poder que las plantas de gas tienen en la fijación de precios. La intervención estatal a través de la nacionalización de las pocas centrales de gas restantes ha sido propuesta como medio para que estas instalaciones sirvan exclusivamente como respaldo en momentos puntuales, sin participar en la subasta diaria que determina los precios mayoristas. Una alternativa menos intervencionista incluye la negociación de contratos a largo plazo entre el gobierno y los propietarios de estas plantas para garantizar ingresos fijos y previsibles, sin que estos puedan utilizar su posición para encarecer artificialmente el precio del mercado.
A pesar del auge de las renovables, su naturaleza intermitente representa un desafío: el viento y el sol no siempre están disponibles cuando la demanda eléctrica es alta. Por ello, la mejora en las tecnologías y capacidades de almacenamiento energético es fundamental para maximizar su aprovechamiento y reducir aún más la necesidad de generación con gas. Las opciones disponibles incluyen grandes proyectos de bombeo hidroeléctrico que permiten almacenar energía utilizando el agua, así como tecnologías emergentes como el almacenamiento en aire comprimido, aire líquido y baterías de flujo. De esta manera, se puede almacenar la electricidad generada en momentos de alta producción renovable y liberarla cuando la demanda crece o las condiciones meteorológicas se vuelven adversas. Una innovación más radical en la organización del mercado eléctrico es su división en varias zonas.
Se plantea crear hasta siete áreas con precios propios, permitiendo así que regiones con alta generación renovable y baja demanda, como ciertas partes de Escocia, disfruten de tarifas eléctricas más bajas. A la vez, zonas con alta concentración de demanda y pocas fuentes renovables, como el sur de Inglaterra, podrían tener precios más elevados. Este enfoque podría incentivar el desplazamiento de grandes consumidores hacia áreas con electricidad más barata y estimular a los desarrolladores a ubicar nuevos proyectos renovables más cerca de los centros de consumo. Sin embargo, este modelo también genera incertidumbre sobre posibles impactos negativos en la confianza inversora, que podrían ralentizar la construcción de nuevos proyectos. No solo el precio mayorista influye en la factura final.
Los costes adicionales vinculados a la modernización de infraestructuras y a los subsidios para fomentar la transición energética también son repercutidos en las cuentas de consumidores y empresas. Diversos expertos han alertado que estos cargos adicionales, aplicados actualmente a las facturas eléctricas, pueden desalentar la adopción de tecnologías limpias como vehículos eléctricos o bombas de calor. Reubicar estos costes a las facturas de gas o incluirlos en impuestos generales podría aliviar la carga para quienes aún no cuentan con acceso a estas tecnologías, fomentando una transición energética más justa y eficaz. Finalmente, reducir el consumo total de gas natural tendrá un efecto directo sobre los precios mayoristas de este combustible, aliviando a su vez la presión al alza sobre el precio de la electricidad. De este modo, impulsar una mayor eficiencia energética, fomentar el ahorro y acelerar la sustitución de equipos y sistemas basados en combustibles fósiles serán elementos clave en el diseño de políticas para controlar el costo de vida y fortalecer la economía.
En resumen, el alto costo de la electricidad en Reino Unido responde principalmente a su dependencia del gas natural y al sistema marginalista de fijación de precios que otorga a este combustible un papel predominante en la determinación de tarifas. Aunque la transición hacia un modelo energético más eficiente y descarbonizado presenta retos importantes, las alternativas están claras: aumentar el peso de las energías renovables y la nuclear; implementar reformas de mercado que limiten la influencia del gas en los precios; fomentar tecnologías de almacenamiento para aprovechar mejor las energías limpias; y modificar el esquema fiscal y tarifario para promover una transición energética justa y sostenible. La combinación de estas medidas será fundamental para que Reino Unido pueda disminuir sus costos eléctricos, proteger a los consumidores y sectores productivos, y alcanzar sus objetivos climáticos en los próximos años.