La idea de civilizaciones extraterrestres ha cautivado la imaginación humana durante décadas, y uno de los mayores retos es concebir seres que no se parezcan ni remotamente a nosotros. Entre las formas más fascinantes y difíciles de imaginar se encuentran aquellas basadas en insectos sociales, criaturas que en la Tierra demuestran complejas estructuras sociales y comportamientos cooperativos, pero que carecen de la individualidad y la conciencia que asociamos con la inteligencia humana. ¿Pero qué pasaría si una civilización extraterrestre estuviera conformada exactamente por estos insectos sociales? ¿Cómo se comunicarían? ¿Qué tipo de tecnología desarrollarían? ¿Cómo sería su sociedad? Estas preguntas han sido objeto de reflexión no solo en la ciencia ficción, sino también en ensayos y estudios más serios enfocados en la astrobiología y la SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre). Para comprender cómo funcionaría una civilización basada en insectos sociales, primero hay que entender qué son estos insectos y cómo operan en la Tierra. Las hormigas, abejas, termitas y otros grupos eusociales muestran comportamientos colectivos altamente organizados que parecen coordinarse sin un centro de mando obvio.
La colonia actúa casi como un superorganismo, con individuos que tienen roles específicos y que, en conjunto, sostienen la supervivencia y éxito de la colonia. Sin embargo, en estas colonias, la inteligencia no está centralizada en un único cerebro individual, sino que emerge de la interacción entre miles o millones de individuos. Esta forma de inteligencia distribuida desafía la noción tradicional de consciencia y plantea preguntas sobre cómo se definiría la personalidad o identidad en un ser así. En la exploración de estas ideas, el autor Michael Chorost decidió ir más allá de las representaciones típicas y explorar un modelo auténticamente alienígena: una civilización formada por colonias de insectos sociales donde ningún individuo posee lenguaje o conciencia al estilo humano, y en la que los insectos no son grandes, sino que mantienen su tamaño pequeño y sus cerebros diminutos. Esto significó pensar en habilidades y tecnologías completamente distintas a las que estamos acostumbrados.
Por ejemplo, una pregunta fundamental es cómo esta colonia podría manipular objetos o herramientas, como “levantar un martillo”. La respuesta encontrada fue que los insectos parasitan mamíferos, conectándose con el sistema nervioso de estos para controlar sus movimientos como extensiones de sus cuerpos, utilizando a los mamíferos como “manos” o agentes móviles para interactuar con el entorno. Esta conexión neurológica entre insectos y mamíferos transforma la idea convencional de manipulación física y abre un abanico de posibilidades sobre cómo se lograrían funciones complejas combinando organismos distintos. La comunicación entre estos insectos sociales también merece atención especial. Si bien en la Tierra utilizan señales químicas, feromonas y sonido, estas no serían suficientes para sustentar un lenguaje complejo.
En el universo creado por Chorost, las colonias se comunican mediante haces de sonido ultrasónico que se intersectan en el espacio para formar ondas estacionarias con formas específicas. Estos patrones son interpretados por los insectos voladores que las transmiten a la colonia. Además, la red neuronal de la colonia se compone de larvas especializadas que funcionan como neuronas vivientes, conformando una red neural gigante y distribuida que almacena y procesa la información. Este sistema de comunicación y procesamiento presenta desafíos a la hora de imaginar un lenguaje para tales civilizaciones. El lenguaje, denominado Tokic en la ficción, se basa en gestos y formas que reflejan la naturaleza distribuida del agente.
Por ejemplo, la precisión en el lenguaje debe apuntar a identificar si un interlocutor es una parte o un todo, un concepto análogamente complicado para los humanos que hablamos idiomas con género gramatical, donde conocer esta categoría es indispensable para entender el mensaje completo. En el caso de los insectos sociales, la distinción entre el todo-colonia y las partes individuales es fundamental y causa confusión cuando tratan de comunicarse con humanos que son organismos individuales. Desde la perspectiva de la construcción de personajes y tramas narrativas, estas civilizaciones son un terreno difícil pero fascinante. La dificultad radica en generar empatía y motivaciones creíbles para entidades cuya consciencia no se parece a la nuestra. El protagonista humano de la novela —un entomólogo sordo llamado Jonah Loeb— representa la lucha para entender y conectar con este otro tipo de inteligencia.
Su condición de outsider, que intenta integrarse y comunicarse con un tipo de entidad fundamentalmente distinta, refleja la experiencia humana común de aislamiento y búsqueda de conexión, amplificada a un nivel interspecies. Más allá de la ficción, este enfoque tiene implicaciones reales para la astrobiología y los estudios sobre SETI. Si alguna vez nos encontramos con formas de vida alienígenas basadas en organismos sociales diminutos o en entidades con inteligencia distribuida, la comunicación, negociación y comprensión serían una tarea colosalmente difícil. Hay que replantear conceptos básicos sobre lenguaje, identidad, cultura y tecnología. La especulación informada por la biología, la neurociencia y la lingüística es invaluable para preparar escenarios en los que la comunicación humana se extiende más allá de los límites actuales.
Entre los desafíos centrales está el problema de la incommensurabilidad: la idea de que dos inteligencias tan diferentes no podrían encontrar un terreno común para comunicarse. Sin embargo, la clave puede estar en la motivación y la necesidad concreta. Cuando hay un interés específico y urgente, como en el caso narrativo donde se debe negociar con una colonia problemática en la Tierra, la voluntad de comunicarse puede superar las barreras aparentemente infranqueables. Esta premisa sostiene que la comunicación es algo que emerge de la acción y la intención, no solo de la proximidad evolutiva o biológica. El avance tecnológico y científico también se redefine en estos escenarios.