La ceremonia de los Premios Oscar es uno de los eventos más emblemáticos y esperados del mundo del cine, donde se celebra la excelencia artística y técnica en la industria. Para mantener la integridad del proceso, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas anunció en 2025 una regla inédita que obliga a sus miembros a ver todas las películas nominadas en cada categoría para poder emitir su voto. Aunque a primera vista esta medida busca garantizar un voto más informado y justo, la realidad es que ya se han detectado importantes vacíos y formas de evadir este requisito, lo que genera dudas sobre su efectividad y su impacto en la cultura de votación del Oscar. La nueva norma, llamada coloquialmente como la “Regla Brutalist” – en referencia a la película de Brady Corbet que fue nominada a múltiples categorías pero que muchos votantes no vieron realmente – exige a los académicos llenar formularios donde certifican cuándo y dónde vieron cada título. En teoría, este compromiso aspira a que los votantes se involucren verdaderamente con todas las producciones nominadas, evitando decisiones basadas únicamente en campañas publicitarias, sondeos de opinión, o simplemente en el ruido mediático generado por grandes compañías.
Históricamente, nunca existió una obligación formal de consumir todas las películas candidatas; más bien se trataba de una recomendación supervisada por el sentido común y el prestigio personal dentro de la Academia. En décadas pasadas, era común que votos se completaran basándose en conocimiento indirecto, opiniones de terceros o incluso con la ayuda de asistentes que llenaban las papeletas sin que el votante hubiera visto realmente las películas. La transición digital con la creación de la Academia Screening Room en 2020 buscó frenar estas prácticas añejas con un sistema de visión en línea seguro y autenticado, pero, pese a ello, se descubrió que el sistema podía ser manipulado. Algunos miembros de la Academia admiten que simplemente presionan “play” en la app oficial y luego silencian o incluso abandonan la reproducción para hacer otras tareas. Entonces, aunque oficialmente se marque que se vio la película, en realidad no hubo atención ni procesamiento crítico real.
Incluso se han reportado casos de votantes que inician la reproducción al salir de casa, sin que la película les acompañe efectivamente durante la visualización. Esto revela que la regla se basa en gran medida en un sistema de honor más que en una verificación real. Los riesgos de esta dinámica son numerosos. En primer lugar, fomenta que los votantes prioricen sus propios proyectos y campañas por encima de la objetividad, apoyando las producciones en las que tienen algún interés profesional o personal. En segundo lugar, fortalece la influencia de las grandes compañías con mayor presupuesto para campañas millonarias que aseguran estar presentes en la mente de los votantes, dejando en desventaja a las producciones independientes o menos comerciales.
Por último, abre la puerta a que categorías o películas con menos reconocimiento o promoción puedan quedar invisibilizadas, generando un desequilibrio entre la popularidad y la calidad. Además, la reglamentación no contempla sanciones para quienes mientan sobre su visualización. No existe un mecanismo para verificar la autenticidad del compromiso ni penalizar el incumplimiento. Esto refuerza la idea de que el sistema está en manos de la voluntad de los miembros, una paradoja en una era donde la transparencia y el rigor se convierten en moneda corriente. Algunos expertos señalan que, sin un sistema de supervisión adecuado, podríamos estar frente a un cambio simbólico sin efectos prácticos duraderos.
Por otro lado, la iniciativa también puede tener efectos positivos. Al menos pone sobre la mesa la responsabilidad individual y colectiva de los votantes, reforzando la idea de que el reconocimiento debe basarse en un conocimiento real de las obras y no en estrategias publicitarias. En un ambiente más ideal, esta práctica promovería una cultura de mayor involucramiento y respeto hacia todas las producciones, fortaleciendo la calidad y legitimidad de los premios. También se percibe un cambio interesante en la dinámica de la competencia. Con la imposición de ver todos los nominados para emitir un voto válido, películas con una sola nominación podrían tener ahora una mayor visibilidad dentro de los grupos específicos de votantes.
Esto genera nuevas estrategias por parte de los estudios para incentivar que se vean producciones rivales – una especie de juego en el que se procura que cada voto cuente de verdad para todos los nominados y no sólo para los grandes favoritos. Esta interacción podría dinamizar los resultados y favorecer la equidad en ciertas categorías, aunque todavía es prematuro saber si esto ocurrirá en la práctica. Algunos miembros de la Academia defienden la regla y niegan que una mayoría intente manipular el sistema. Scott Shooman, cabeza del AMC Networks Film Group, expresó que acudir a festivales internacionales y mantenerse activo en el circuito de cine es esencial para tomar decisiones informadas, y que la formalización de la obligación simplemente reconoce una responsabilidad que debería ser asumida con naturalidad. Sin embargo, otros son más escépticos y consideran que la confianza en la honestidad de la industria es demasiado ingenua, poniendo en cuestión si es posible garantizar la estricta ética necesaria en un entorno tan competitivo.
La implementación de esta regla ocurre en un momento crítico para la Academia, que busca mantener la relevancia y la credibilidad de sus premios ante un público cada vez más diverso y exigente. Con el surgimiento de nuevas categorías, como la de casting y la próxima introducción de premios a las acrobacias, la institución intenta reflejar mejor la complejidad y riqueza del cine contemporáneo, además del auge de plataformas digitales y cambios en las formas de consumo audiovisual. No obstante, el futuro de esta regla dependerá de si la Academia puede fortalecer sus mecanismos de supervisión y educar a sus votantes sobre la importancia de un compromiso real con las obras nominadas. Sin medidas claras contra el fraude o el fraude pasivo, el sistema podría perder valor y perpetuar viejas prácticas ocultas bajo nuevas formalidades. En definitiva, la nueva obligación de la Academia representa un paso significativo para intentar mejorar el proceso de votación, pero presenta desafíos importantes que revelan las tensiones internas de la industria.
El cine, más que nunca, necesita garantías de que sus reconocimientos se basan en méritos auténticos y en una evaluación genuina por parte de sus propios creadores y profesionales. La esperanza es que, con el tiempo, esta regla evolucione y se convierta en un verdadero motor para la transparencia y la equidad en los Oscars, y no en un simple requisito simbólico con numerosas lagunas.