En los últimos tiempos, la comunidad económica ha enfrentado una crisis inesperada: la incapacidad para comprender y predecir con precisión el comportamiento de las economías globales. A pesar del avance tecnológico y el acceso a innumerables fuentes de información, los economistas se encuentran perplejos ante las señales confusas que reciben de los datos oficiales. La sospecha creciente recae en la calidad deficiente de los datos estadísticos, cuyo deterioro pone en jaque la capacidad analítica y la confianza en las cifras que, hasta ahora, han servido como base para políticas y decisiones estratégicas. El caso reciente del Reino Unido es un ejemplo claro de esta problemática. El gobierno británico ha iniciado una investigación sobre la Oficina de Estadísticas Nacionales tras descubrir errores en cifras fundamentales que afectan el cálculo del Producto Interno Bruto (PIB).
Más alarmante aún, la credibilidad del informe mensual de empleo se ha visto dañada, lo que impacta directamente en la percepción que tienen los inversores y las instituciones financieras sobre la economía nacional. Esta situación no es exclusiva de un país, sino que forma parte de un fenómeno global. En muchas naciones, las oficinas estadíticas enfrentan dificultades para recolectar, procesar y reportar datos precisos y actualizados. Las causas son múltiples: desde recortes presupuestarios y falta de personal capacitado, hasta la creciente complejidad de las economías modernas, en las que la digitalización y la globalización introducen dinámicas difíciles de medir con los métodos tradicionales. La calidad de los datos es crucial para entender hacia dónde se dirige la economía y para diseñar políticas efectivas.
Si los números que reflejan el crecimiento, el empleo, la inflación y otros indicadores clave son erróneos o poco confiables, las decisiones basadas en ellos pueden ser inadecuadas o incluso contraproducentes. Esto alimenta la incertidumbre y complica la tarea de los responsables económicos y financieros. El escepticismo que ha ganado terreno entre economistas e inversores también afecta la estabilidad de los mercados. La volatilidad aumenta cuando no se puede confiar en los informes oficiales, pues cada anuncio o cifra puede ser cuestionado. En un entorno donde las decisiones se toman a menudo con base en datos en tiempo real, la falta de precisión añade un riesgo extra al entramado financiero global.
Además, la tecnología y el Big Data, que se suponía facilitarían una mayor precisión, han revelado su doble cara. Por un lado, permiten acceder a grandes volúmenes de información; por otro, la interpretación correcta de estos datos requiere algoritmos avanzados y un entendimiento profundo que aún está en evolución. La capacidad de filtrar y analizar adecuadamente esta información se convierte en un desafío mayor cuando lo que está en juego son decisiones que afectan a millones de personas. El deterioro de las oficinas de estadística también refleja cambios estructurales más profundos. Algunos países han descuidado sus sistemas de recolección de datos debido a prioridades políticas o económicas, mientras que en otros, la propia evolución de las actividades económicas dificulta la medición convencional.
Por ejemplo, la economía digital, los trabajos informales y las nuevas formas de intercambio económico generan datos dispersos o difíciles de cuantificar. La falta de confianza en los datos genera, a su vez, una paradoja: para estabilizar la economía y orientar las políticas públicas es indispensable información confiable, pero sin estabilidad financiera ni recursos, las entidades dedicadas a la estadística no pueden mejorar su desempeño. Se crea así un círculo vicioso que amenaza con prolongar la confusión y la incertidumbre. Los gobiernos tienen por delante el reto de invertir en la modernización de sus sistemas estadísticos, incluyendo la capacitación de profesionales, la implementación de tecnologías avanzadas y la mejora de la transparencia de sus indicadores. Solo con datos sólidos será posible recuperar la confianza del sector privado, de los ciudadanos y de la comunidad internacional.
En conclusión, la aparente incapacidad de los economistas para saber qué está sucediendo en las economías contemporáneas no solo es un problema intelectual, sino un reflejo de un debilitamiento importante en la infraestructura de información que sustenta sus análisis. El futuro de la economía depende tanto de la calidad del dato como de la habilidad para interpretarlo en un mundo cada vez más complejo y cambiante.