A lo largo de la historia, las sociedades han experimentado expansiones, períodos de estabilidad, crisis profundas y, en muchos casos, colapsos dramáticos. Desde la caída del Imperio Romano hasta las revueltas populares en distintos rincones del mundo, estos fenómenos no solo han determinado destinos nacionales y regionales, sino que también han marcado el desarrollo de la humanidad en su conjunto. Lo fascinante es que detrás de estos acontecimientos aparentemente complejos y únicos existen patrones que hoy podemos descubrir gracias al uso de las matemáticas y la ciencia de la complejidad. En las últimas décadas, la combinación de historia, estadística, teoría evolutiva y modelos computacionales ha dado origen a un nuevo campo conocido como cliodinámica. Este enfoque busca aplicar métodos científicos rigurosos para analizar fenómenos históricos, interpretar los procesos sociales como sistemas dinámicos y extraer tendencias que se repiten a lo largo del tiempo.
La idea central es que la historia, al igual que las ciencias naturales, puede estudiarse con herramientas cuantitativas que permitan formular hipótesis y comprobarlas con datos empíricos. Un aspecto fundamental en esta disciplina es la recopilación y estructuración de vastas cantidades de información histórica en bases de datos sistematizadas. Un proyecto emblemático en este sentido es Seshat: Global History Databank, que reúne datos de cientos de sociedades a lo largo de milenios. A partir de parámetros concretos como la población, la distribución del poder, la existencia de instituciones burocráticas o infraestructuras públicas, es posible codificar fenómenos sociales en formato numérico. De esta manera, un atributo cualitativo como la presencia de funcionarios profesionales o sistemas de riego se transforma en un valor binario que facilita el análisis estadístico.
Uno de los hallazgos más recurrentes en el estudio de civilizaciones en crisis es el papel crucial que juega la desigualdad. La concentración extrema de riqueza y poder, no solo genera tensiones entre las clases sociales, sino también desequilibrios profundos dentro de las élites mismas. La competencia desmedida y las luchas internas entre grupos privilegiados suelen erosionar la capacidad del Estado para gestionar estas tensiones y mantener la cohesión social. Esta dinámica aparece una y otra vez en diferentes contextos históricos, como el período final de la República Romana, las tensiones que desembocaron en la Guerra Civil de Estados Unidos o las revueltas del siglo XIX en China. Además, cuando improntas de desigualdad, fragmentación política y competencia interna se combinan con factores externos como crisis ambientales, pandemias o choques económicos, el resultado suele ser lo que se denomina una «polycrisis».
Es decir, un conjunto de amenazas simultáneas e interconectadas que desafían las estructuras sociales y las instituciones gubernamentales. Si bien estos escenarios pueden parecer inéditos, la historia demuestra que sociedades en distintas épocas han enfrentado simultáneamente múltiples factores de crisis que se alimentaban entre sí, generando espirales de inestabilidad y colapso. La capacidad de aplicar modelos matemáticos permite identificar las variables que más influyen en la transición de un sistema estable a uno colapsado. Asimismo, ayuda a comprender cuándo una crisis puede ser revertida, gracias a reformas y adaptaciones políticas, sociales o económicas. Los ejemplos históricos exitosos, aunque menos visibles que los fracasos, ofrecen pistas valiosas.
Fenómenos como la respuesta coordinada frente a pandemias antiguas, la construcción de infraestructuras agrícolas para sostener poblaciones crecientes o la implementación de reformas sociales con apoyo elite ilustran que las sociedades pueden superar momentos críticos si logran fortalecer sus mecanismos internos de resiliencia. El papel del Estado es particularmente decisivo en la capacidad para «enderezar el rumbo». Cuando las élites monopolizan los recursos y desatienden el bienestar general, el aparato estatal se debilita y pierde efectividad. Esto reduce su habilidad para proveer servicios públicos esenciales y atender emergencias. A lo largo de la historia, un Estado fortalecido, con instituciones sólidas y un cierto grado de equidad en la distribución de poder, ha sido clave para evitar la espiral hacia el colapso social.
Por ejemplo, durante la llamada «época Chartista» en Inglaterra, aun en un contexto de gran desigualdad y protesta social, la voluntad de una parte de las élites por aceptar reformas políticas y mejoras sociales contribuyó a mitigar un estallido violento mayor. La relación de diálogo y las concesiones permitieron transformar una crisis profunda en cambios duraderos para el bienestar general de la población. Actualmente, vivimos en un mundo donde los sistemas sociales, económicos y ambientales están interrelacionados como nunca antes en la historia. Esta interdependencia hace que la propagación de efectos adversos sea más rápida y amplia, lo que intensifica los riesgos de un colapso sistémico. La guerra en Ucrania, la pandemia global, la crisis climática y las tensiones políticas y económicas forman parte de un mosaico complejo que las matemáticas y el análisis histórico intentan desentrañar para ofrecer perspectivas sólidas sobre hacia dónde nos dirigimos y qué podemos hacer para evitar escenarios catastróficos.
El uso de modelos computacionales y simulaciones es crucial para anticipar posibles futuros. Al integrar datos históricos y parámetros actuales, es posible proyectar escenarios de riesgo, identificar puntos críticos y sugerir intervenciones encaminadas a la disminución de la desigualdad, el fortalecimiento de las instituciones y la promoción de la cohesión social. A través de esta labor, el conocimiento histórico no solo se convierte en una herramienta de reflexión, sino en un recurso práctico para la formulación de políticas públicas y estrategias globales. Por otra parte, la experiencia acumulada en diferentes sociedades revela que la respuesta colectiva, basada en la confianza en las instituciones y en la cohesión social, es un factor determinante para manejar eficazmente las crisis. Durante la pandemia de COVID-19, países que lograron mantener altos niveles de confianza pública y respuesta rápida consiguieron mitigar los efectos devastadores mientras que aquellos marcados por la polarización y la desigualdad enfrentaron consecuencias mucho más graves.
Esto demuestra que la prevención y manejo de crisis no dependen exclusivamente de factores externos, sino también de cómo las sociedades y sus líderes gestionan las tensiones internas. El camino que ofrece la cliodinámica es de enorme utilidad para quienes buscan comprender los retos de nuestro tiempo desde una perspectiva basada en evidencia, más allá de la especulación o la mera conjetura. Al detectar patrones, prever riesgos y estudiar los factores que promueven la resiliencia, las matemáticas aplicadas a la historia nos brindan herramientas para actuar de manera informada y responsable. El desafío actual es enorme. Enfrentamos un mundo de desafíos interconectados donde la historia del pasado reciente y lejano serve como una guía para evitar repetir errores graves.
La clave está en aprender de la experiencia histórica, comprender las causas estructurales de los colapsos y promover transformaciones sociales que reduzcan la desigualdad, fortalezcan las instituciones y fomenten la cooperación. Finalmente, es fundamental recordar que la historia no se repite de forma idéntica, sino que rima. Reconocer las melodías que se han tocado antes en diferentes épocas nos ayuda a afinar nuestra respuesta en el presente, para intentar componer una sociedad más justa, estable y preparada para los desafíos que el futuro aún guarda. La matemática, lejos de ser una ciencia abstracta y distante, se revela así como una aliada esencial para desentrañar los secretos del pasado y prever un futuro más prometedor para la humanidad.