La narrativa es un arte tan antiguo como la humanidad misma, y desde tiempos inmemoriales, hemos contado historias con patrones, arquetipos y estructuras que resuenan en lo más profundo del ser. Comprender esas estructuras no solo nos ayuda a contar mejores relatos, sino también a conectar con la audiencia de manera más efectiva. Una de las concepciones más influyentes para la estructura de un relato es el viaje del héroe o monomito, desarrollado inicialmente por Joseph Campbell, que ha sido reinterpretado y refinado por creadores contemporáneos como Dan Harmon. Su adaptación propone un círculo narrativo que representa con precisión el movimiento del protagonista a través del cambio y la transformación, desde la comodidad inicial hasta la renovación final. Este ciclo es la base sólida sobre la cual se pueden desarrollar historias potentes en cualquier género o formato.
El círculo de Dan Harmon plantea ocho etapas esenciales para cualquier narración. La primera, «Tú», consiste en establecer un protagonista claro y reconocible, siendo el ancla para que la audiencia se identifique o empaticen con el personaje desde el inicio. Sin una figura llamada a guiar la travesía, la historia puede sentirse dispersa o vaga. De ahí la importancia de elegir un personaje con quien la audiencia pueda conectar instintivamente, ya sea porque comparte sus deseos, miedos o simplemente porque actúa de modo coherente con lo que los espectadores harían ante determinadas circunstancias. Este punto es estratégico: las historias que pierden tiempo saltando constantemente entre personajes sin establecer un enfoque pueden alienar al público y causar desconexión.
La segunda etapa, denominada «Necesidad», introduce una ruptura en la armonía inicial, mostrando que aunque el protagonista podría sentirse cómodo en su entorno, existe un anhelo o desequilibrio que lo impulsa al cambio. Esta fase es clave para hacer que el público perciba que algo no está bien o puede mejorar. Puede manifestarse como una inquietud interior, un deseo no satisfecho o una llamada externa que pone en jaque la estabilidad del personaje y lo obliga a considerar la aventura o desafío. Luego viene «Ir», el momento en que el protagonista cruza el umbral hacia lo desconocido. Esta transición es la que marca el inicio real de la historia, trasladándonos del mundo ordinario a uno especial o extraño donde las reglas cambian y las fuerzas externas o internas pondrán a prueba al personaje.
El grado de contraste entre ambos mundos configura la intensidad del viaje, y es aquí donde se presenta la esencia de lo que el público espera experimentar. Sea el despertar de una aventura épica, la primera emoción de un enamoramiento o la persecución en una trama de horror, la clave está en que esta etapa agite el status quo. El cuarto momento, «Buscar», es el camino de las pruebas, un espacio donde el protagonista debe adaptarse, enfrentarse a los enemigos, hacer aliados y descubrir su verdadera naturaleza. Es la fase de entrenamiento o consolidación donde se aprenden las reglas del mundo nuevo, se dejan atrás antiguas limitaciones y se afrontan desafíos que moldean y desnuden al héroe. Importa que estas experiencias vayan eliminando distracciones externas y neurosis, para acercarse al núcleo auténtico del protagonista.
Llegamos a «Encontrar», o encuentro con la diosa, un punto vital donde el protagonista logra algo ansiado o se enfrenta a una revelación trascendental. Este es un momento de vulnerabilidad y transformación profunda, un acmé emocional o espiritual que puede marcar un antes y un después en la trama y en la psique del personaje. Aquí pueden ocurrir giros inesperados, epifanías o reencuentros que amplifican la tensión y alientan el cambio interior. Por supuesto, esta ganancia tiene un precio. La etapa «Tomar», o encuentro con el creador, refleja las consecuencias inevitables de la búsqueda, donde la justicia del universo se manifiesta.
Es el periodo de crisis, cuando el protagonista confronta sus límites, paga el precio por sus actos y se enfrenta a su mayor desafío o antagonista, que puede encarnar fuerzas paternas, sociales o existenciales. Se trata de una fase paterna, activa y decisiva, en la que se consolidan las enseñanzas y viene la consolidación de una nueva identidad. Entonces, «Regresar» implica traer el aprendizaje de vuelta al mundo ordinario, otra transición que puede estar repleta de obstáculos, persecuciones o resistencias. Esta etapa no siempre es suave; muchas veces, cruzar la frontera es un momento tenso que pone a prueba la madurez alcanzada. La dificultad para salir y la forma en que se regresa con lo obtenido es lo que permitirá redondear la transformación y preparar el terreno para el último y definitivo paso.
Finalmente, «Cambiar» pone al protagonista como maestro de ambos mundos, transformado y capaz de impactar su entorno con la experiencia y el poder ganados. No es solo un regreso físico, sino una integración profunda que permite actuar con nuevos valores y perspectivas. La culminación puede marca una resolución emocional, una victoria simbólica o literal, o un momento donde todo lo aprendido converge en una acción decisiva. Este punto es la prueba de fuego que confirma la validez del viaje. El valor real de este círculo reside en su flexibilidad y profundidad psicológica.
Aunque extraído de la mitología y las estructuras clásicas, se adapta a narrativas de cualquier tipo, desde historias íntimas hasta grandes producciones épicas. Además, ayuda a los creadores a validar cada segmento narrativo, asegurando que las transiciones tengan sentido emocional y causal, evitando huecos o elementos arbitrarios. También es destacable la simetría contenida en el círculo, con polos opuestos que dialogan entre sí, como la comodidad maternal inicial y el encuentro con la figura arquetípica femenina en el centro, o la necesidad como impulsora que se enfrenta y balancea con la acción paternal de la fase final. Esto refleja el equilibrio constante entre fuerzas internas y externas que modelan al personaje. Ejemplos en el cine muestran la efectividad de este esquema.
Películas como "Die Hard" ilustran perfectamente el concepto: el protagonista inicia en un estado de comodidad fracturado por problemas personales, cruza a un mundo hostil lleno de terroristas, atraviesa pruebas aparentemente insuperables, encuentra revelaciones íntimas y enfrenta adversarios importantes para finalmente regresar trasformado y restaurar el equilibrio. La experiencia emocional de la audiencia se articula con cada uno de esos pasos para generar tensión, empatía y satisfacción narrativa. Entender y aplicar esta estructura también provee a los escritores herramientas para innovar sin perder el pulso narrativo. Se pueden modificar o saltar etapas según el estilo, pero siempre es importante saber dónde encajar dichas alteraciones para mantener coherencia y un sentido orgánico. La estructura no debe ser una camisa de fuerza, sino un mapa de referencia que facilite la creación y evaluación de la historia.
En conclusión, la propuesta narrativa de Dan Harmon basada en el monomito de Joseph Campbell ofrece un marco claro y eficaz para desarrollar relatos que conectan emocionalmente con el público, mantienen la atención y reflejan las transformaciones humanas universales. Desde la presentación inicial del protagonista hasta la resolución final, cada etapa cumple un propósito funcional y simbólico que invita tanto a creadores como a lectores o espectadores a embarcarse en el ciclo eterno del cambio y la aventura humana. Adoptar y adaptar esta estructura puede ser la clave para hacer de cualquier historia una experiencia inolvidable llena de sentido y profundidad.