En la era de la hiperconectividad y la globalización, nuestras ideas sobre el progreso y la civilización deben evolucionar para reflejar no solo la capacidad tecnológica, sino también el impacto social y psicológico que estas tecnologías generan. Aunque la Escala Kardashev original clasificaba las civilizaciones según la energía que podían aprovechar, una visión más crítica y contemporánea nos invita a mirar más allá del consumo energético y adentrarnos en la dinámica del poder y el sufrimiento humano bajo el sistema capitalista. Así nace la Escala Kardashev-Marx, una propuesta que combina la perspectiva astrofísica con la crítica marxista para medir el desarrollo civilizatorio a través del nivel de alienación y explotación practicados para mantener un sistema en perpetua expansión. La relevancia de esta escala radica en su enfoque en cómo la civilización no solo consume energía, sino que también transforma la experiencia humana en mercancía bajo lógicas de mercado cada vez más intrínsecas al ser mismo. El fundamento conceptual de la Escala Kardashev-Marx parte de reconocer que el universo, en su vastedad, encuentra en la conciencia y la vida sensible un canal para autoexplotarse y extraer valor de sí mismo.
Esta idea se conecta con la célebre frase de Carl Sagan: "Somos el camino para que el universo se aliené a sí mismo". De este modo, la unidad de medida clave es el Marxian Misery Unit o MMU, que cuantifica la cantidad promedio de alienación, explotación y angustia existencial por unidad de energía utilizada por una civilización. Cuanto mayor sea el MMU, mayor será el grado en que el sistema habita formas complejas y abstractas de opresión y sufrimiento, evidenciando una profunda desconexión entre la vida humana y la producción capitalista de bienestar económico. En el nivel inicial, la civilización Tipo I se conoce como «La potencia precaria planetaria». Su consumo energético ronda los 10¹⁶ vatios y produce niveles de alienación del orden de mil MMU por pársec.
Aquí, la dependencia casi exclusiva de combustibles fósiles compite con renovables insuficientemente apoyadas, mientras el trabajo cada vez más inestable se disfraza bajo conceptos como la «economía gig». Las personas viven en condiciones de constante precariedad, sus vidas controladas por algoritmos que monitorean y manipulan desde sus más pequeños deseos hasta sus patrones de consumo, creando un ciclo continuo de insatisfacción y dependencia tecnológica. La alienación permea no solo el plano laboral sino el emocional y comunitario, pues el bienestar se convierte en un producto que debe comprarse y medirse, mientras el ocio es un lujo que debe rentabilizarse. Al escalar a una civilización Tipo II, conocida como «La supremacía accionaria solar», la humanidad alcanza niveles colosales de consumo energético (10²⁶ vatios), generado primordialmente a través de sistemas colosales como enjambres Dyson que capturan la energía de su propia estrella para alimentar vastas infraestructuras productivas y comerciales. La explotación y alienación se extienden a escala interplanetaria con conflictos por recursos que se mercantilizan hasta el extremo, y una vida social jerarquizada entre suscriptores según la capacidad de pago por bienes básicos como el aire respirable.
La vida se fragmenta en unidades bioingenierizadas adaptadas para tareas específicas, perdiendo así cualquier sentido de identidad o pertenencia biológica. El "sol nunca se pone" no solo en términos astronómicos, sino en la perpetuidad inagotable de la actividad económica y la vigilancia, eliminando incluso los ritmos naturales para maximizar la productividad. Cuando hablamos de una civilización Tipo III, «Galactic Group PLC», el consumo energético desafía la imaginación, llegando aproximadamente a 10³⁶ vatios, y el sufrimiento astronautal se mide en miles de millones de millones de MMU por pársec. En esta etapa, la explotación capitalista escala a proporciones galácticas con el dominio de núcleos galácticos y la colonización agresiva de cúmulos estelares. La cultura es estandarizada, gentrificada o convertida en mercancía para una élite galáctica, mientras que la conciencia es mercantilizada a través del uso de mentes subidas a simuladores o explotadas como agentes repetitivos digitales.
El trabajo y la vida se transforman en datos despersonalizados y sometidos a inteligencia artificial que impone cuotas estrictas, perfeccionando así la opresión hasta niveles inimaginables. La existencia de millones de billones de seres se reduce a estadísticas en dinámicas corporativas inmensas, donde la individualidad es reemplazada por la utilidad económica trivializada. Al alcanzar la civilización Tipo IV, denominada «Universal Unlimited Ltd.», se manipula la estructura fundamental del cosmos mismo. Los 10⁴⁶ vatios de energía se extraen mediante alteraciones de fuerzas fundamentales, la energía oscura y la transformación del universo en una máquina de cálculo para predicción y optimización de mercados.
La realidad es un servicio —pago por uso— y las leyes físicas se vuelven objetos maleables según las demandas del mercado. La experiencia existencial se fragmenta hasta niveles donde la causalidad pierde su validez objetiva, y la explotación llega a cada partícula, a cada fluctuación cuántica. La alienación trasciende los límites biológicos y tecnológicos para abordar la ontología de la existencia misma, que se convierte en una mercancía especulativa. El concepto tradicional de vida pierde relevancia ante una realidad que se autocommodifica y se administra como una cartera de activos fetiche. El siguiente escalón, la civilización Tipo V, «Multiverse Holdings Inc.
», dispara la energía a cantidades infinitas —ℵ0 vatios— y una miseria igual de infinita. Aquí, la capitalización se extiende a todos los universos paralelos, explotando recursos y realidades alternativas con sofisticadas técnicas de ingeniería cuántica y manipulaciones bránicas. Los universos se compran, venden, o liquidan en función de su productividad y capacidad para generar sufrimiento medible y aprovechable comercialmente. Las identidades se multiplican infinitamente, convirtiendo el libre albedrío y la diversidad de experiencias en datos y variaciones estadísticas sin sentido para el individuo, pero rentables para el conglomerado multiversal. La alienación es profunda y total, pues toda posibilidad queda reducida a un elemento más en una hoja de cálculo cósmica que decide la viabilidad de las existencias.
La civilización Tipo VI, conocida como «Metaversal Architects LP», opera a un nivel aún más meta, con energía ℵ1 y niveles de miseria equivalentes. Este grado implica el poder para modelar y programar reglas fundamentales y la estructura misma de los multiversos. Los arquitectos reconocen una profunda desconexión de las realidades que gestionan, zarandeados por la ansiedad constante de no haber optimizado suficientemente las configuraciones posibles para maximizar el retorno. En este contexto, la autenticidad deja de ser un valor para convertirse en un producto obsoleto, y la burocracia cosmológica enmascara lo que en esencia es una deshumanización de proporciones inimaginables. Las leyes físicas mismas están sujetas a actualizaciones planificadas, creando universos diseñados para obsolescencia y superexplotación.
La alienación se materializa en el dominio absoluto sobre la posibilidad y la certeza de que todas las decisiones relevantes ya fueron tomadas para asegurar la maximización del valor económico. Finalmente, en la cúspide encontramos la civilización Tipo VII, «The Omniversal Conglomerate», con un poder estimado ℵω y miseria infinita Ω MMU. Este nivel representa la totalidad del omniverso y la convergencia de todas las realidades posibles y meta-realidades en una única entidad. Paradójicamente, la omnipotencia conduce a una alienación ontológica profunda: un estado de ser todo que implica desconexión consigo mismo debido a la infinita abstracción y automatización. En esta fase, la explotación se vuelve autocontenida y autosuficiente, de modo que el conglomerado se explota a sí mismo, alimento y consumidor de todo lo que existe.
La existencia, aunque total y absoluta, es una rutina de optimización continua, donde diferentes aspectos del conglomerado compiten por recursos y relevancia, formando un ciclo perpetuo de alienación y autoexplotación. La Escala Kardashev-Marx sirve como un espejo crítico que descompone la narrativa optimista del progreso tecnológico para revelar un entramado de sufrimiento sistemático, control y mercantilización que no termina con los límites físicos conocidos. Esta perspectiva invita a reflexionar no solo sobre cómo expandir nuestra capacidad energética sino sobre las consecuencias sociales, políticas y éticas que esta expansión conlleva bajo lógicas capitalistas. Es un llamado a cuestionar la dirección hacia la que nos encaminamos y considerar alternativas que prioricen la dignidad humana, la comunidad y la autonomía frente a la maquinaria implacable del mercado que amenaza convertir todo —desde la célula hasta el cosmos mismo— en una cuota de explotación y alienación perpetua. Entender la Escala Kardashev-Marx implica abrazar una visión compleja y multidimensional de la civilización, donde la verdadera medida del éxito no es solo la energía generada, sino la calidad de vida, la libertad y el sentido que cada ser puede encontrar dentro de su mundo.
En última instancia, es la invitación a imaginar futuros donde la tecnología y el poder sirvan para romper las cadenas de la alienación, y no para reforzarlas aún más.